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Elección de EU no borró conspiración ni racismo

José Buendía Hegewisch

José Buendía Hegewisch

Número cero

El conflicto electoral en EU deja mensajes que a México deberían preocuparle, independientemente del vencedor en la Casa Blanca. Los comicios son la fotografía de un país muy dividido que pone en juego la estabilidad de la potencia mundial. El resultado cerrado muestra que el “fenómeno Trump” no es un accidente, sino producto de transformaciones profundas en la política estadunidense que, necesariamente, impactarán en la forma de relacionarse con su vecino. La relación bilateral está a punto de cambiar cuando no pasa por su mejor momento.

EU tendrá un gobierno muy fragmentado por la polarización de un electorado en que prevalecen visiones nacionalistas y exacerbado sentido étnico, que desafía a las instituciones democráticas y tiene interiorizada una cultura de la conspiración agudizada los últimos años. El voto popular refleja que esa visión no se ha ido del “alma” estadunidense a la que apelaron republicanos y demócratas ante la herida tribal del racismo y la xenofobia.

Trump trató de deslegitimar las elecciones, pero él no es una aberración en la política estadunidense. Eso es lo que debe inquietar a México. Sus denuncias de fraude y, sobre todo, la exigencia de detener los conteos desde la noche de la votación no tienen precedente en la política de ese país. Exhiben la poca preocupación por el efecto de sus palabras sobre la democracia, en consonancia con un electorado que desde 2016 dio señales claras de no sentirse representado por las instituciones y los políticos tradicionales. Y que en los últimos cuatro años tampoco le retiró su apoyo, no obstante las trasgresiones políticas y el discurso de odio que se constató con la polarización en las urnas. El peor antecedente de la elección es que el comportamiento tóxico de un mandatario señalado como mentiroso patológico, racista y sexista no fue castigado en las urnas, como se creyó que sucedería desde el día que llegó a la Casa Blanca en 2016.

La elección enseña que Trump deja una democracia debilitada y un discurso racial vivo en casi la mitad del electorado. México debe poner su foco de atención en esos daños duraderos para el futuro de la relación bilateral, dado que se trata de factores disruptivos y que pueden desencadenar tormentas sobre una agenda cargada de tensión por problemas bilaterales en la migración, energéticos, seguridad nacional y narcotráfico. La permisividad a malas conductas de un gobernante como Trump socavan antiguas restricciones y abre la puerta a acciones unilaterales y violaciones de límites, de donde surgen conflictos y hasta guerras.

El gobierno de López Obrador sabe que tiene pendiente examinar con EU temas delicados, como la aprehensión del exsecretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, fuera de las pautas de la diplomacia y la cooperación bilateral antinarcóticos, así como la intervención en el país de las agencias de inteligencia y seguridad detrás de las acusaciones contra militares de alto rango, el exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, o exfiscales, como el de Nayarit, Édgar Veytia, asociados a delitos de narcotráfico. En la agenda hay, también, asuntos con alto potencial explosivo, como la acusación de favorecer a Pemex y la CFE en un trato desigual para las empresas e inversiones estadunidenses en el sector energético; tanto como las posibles demandas por violaciones a las reglas del T-MEC en el ámbito laboral o casos de corrupción contemplados en el nuevo tratado.

La cadena de denuncias y presiones de empresarios y legisladores estadunidenses sobre incumplimientos o irregularidades para las inversiones de su país no se agotan en explicaciones electorales. Por el contrario, corresponden al reclamo de fondo de que México no ha hecho lo suficiente en el combate antinarcóticos o en garantizar el Estado de derecho, y persistirán con el vencedor en las urnas. La diferencia es que los excesos retóricos, las interpretaciones erróneas o la resolución de los problemas fuera de los cauces institucionales acaban por agudizar las tensiones y desestabilizar la relación. Esto es lo que México tendría que haber aprendido, más que confiar en las relaciones personales con el mandatario de turno, como ocurrió con López Obrador y Trump. Los motivos de fondo no han desaparecido, casi la mitad del electorado está dispuesto a apoyar muros a un vecino del que desconfían y no dejan de ver con lecturas de conspiración.

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