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¿Diálogo AMLO-Iglesia sobre política de seguridad?

José Buendía Hegewisch

José Buendía Hegewisch

Número cero

 

La confrontación con la jerarquía de la Iglesia católica podría dar paso a la apertura de un diálogo que, por primera vez, siente al gobierno de López Obrador a discutir la estrategia de seguridad. Sus expresiones de disposición no son asunto menor cuando éste ha sido un territorio vedado a la discusión con cualquier sector. Entre los líderes religiosos piensan con moderado optimismo que de la violencia surge un atisbo de esperanza para tratar “conjuntamente” de recuperar la paz.

El país necesita abrir oportunidades a la paz, que permanece como una de las promesas incumplidas de López Obrador. El proceso, si llega a concretarse, apenas camina con gestos para distender el enfrentamiento por los cuestionamientos desde el clero a la política de seguridad tras el asesinato de dos sacerdotes jesuitas en Chihuahua.

Una rebelión desde los púlpitos es un riesgo que el Presidente no puede permitirse sin arriesgar su popularidad y abrir nuevos frentes a la violencia para sumar más víctimas.

La Iglesia ha decidido no dejar pasar esta coyuntura por creer que la indignación por la violencia les abre una puerta para incidir en el esfuerzo de construir una paz estable y duradera.

Por su parte, López Obrador reconoce que no puede darse el lujo de confrontarse con ninguna de las iglesias como con otros actores sociales, porque está en juego el poder simbólico en que descansa la narrativa de esperanza en su proyecto de transformación. Tras atacarlos como un sector “apergollado” a la oligarquía o llamar “hipócritas” a los jesuitas por reclamar cambios en seguridad, el Presidente ha dado señales de atemperar el conflicto y ofrecer trabajar “conjuntamente” por la paz. Las encuestas indican una creciente reprobación a su política de “abrazos, no balazos” contra el crimen de varios puntos arriba (67% según El Financiero) sobre su popularidad (57%).

La Iglesia también ha moderado sus críticas desde las más ácidas que en las horas de dolor le reclamaron que los “abrazos” no alcanzan para tantos “balazos” por el asesinato de los jesuitas, pero sin deponer la demanda de revisar la estrategia. Y éste es el punto en que las perspectivas del diálogo son más inciertas. ¿Hasta dónde está dispuesto a escuchar y cambiar una postura cerrada a cal y canto, como si la única alternativa equivaldría a regresar a la “guerra contra las drogas”? La intolerancia con la crítica y la ausencia de matices para revisar sus resultados hace que el trabajo “conjunto” por la paz sea una tarea muy complicada.

Por supuesto, mucho más compleja si se negara a escuchar o reduce el diálogo a apaciguar las críticas, como ocurrió en la campaña cuando ofreció un proceso de pacificación y justicia mientras preparaba profundizar la militarización. El Presidente se ha confrontado con todo aquel que discrepe de una estrategia que, en los hechos, ha significado una tregua tácita a los grandes cárteles con la esperanza de reducir la violencia. Pero sin éxito, porque interpretan la no confrontación como la decisión del Estado de “dejar hacer, dejar pasar”, mientras crece la indignación por la injusticia en el resto de la sociedad.

La jerarquía católica ha convocado una jornada de oración el próximo domingo para reconocer a las víctimas y presionar por un “diálogo social” que incluya a otras iglesias y actores, como plantea en una inusual cuarta firmada por sus principales liderazgos. ¿Cuál es su capacidad? El impacto de la movilización es algo que está por verse, pero el gobierno estará muy atento a su desarrollo para definir el formato y el alcance de la discusión. El primer escollo será superar la desconfianza de la 4T con algunos sectores de la Iglesia, a los que reclaman su silencio frente a la “guerra contra las drogas” de los últimos gobiernos o en la impugnación de la elección de 2006. El Tribunal Electoral recientemente sancionó a varios ministros de culto por promover el voto contra Morena, incluido el arzobispo primado de México, Carlos Aguiar, lo que también es un obstáculo para el diálogo, a pesar de que la Iglesia es heterogénea y hay diversas posturas frente al gobierno.

En cualquier caso, el clero parece decidido a no soltar el micrófono y hacerse oír como, en efecto, no se había visto con ninguno gobierno anterior, aunque hace mucho la violencia amenaza con instalarse de forma estable y duradera como sucedió en Colombia.

 

 

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