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Las madres de los desaparecidos

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

Recuerdo como uno de los días más significativos de la lucha por los derechos humanos en América Latina un par de conciertos de Amnistía Internacional, uno en Santiago de Chile y otro en Buenos Aires, en el que participaron, junto con grandes estrellas de la música popular y el rock, las representantes de las Madres de Plaza de Mayo. Pero ninguno como uno de Sting, en 1988, con las Madres junto a él en un enorme estadio de futbol, cantando Ellas bailan solas, la canción que había compuesto Sting (si mal no recuerdo cantando a dúo con Peter Gabriel) para homenajear a esa organización, a esas mujeres que habían buscado, aún a costa de sus vidas, a sus hijos y nietos durante la larga dictadura militar argentina. Aquella noche significó, de alguna forma, una suerte de reconocimiento global para aquellas mujeres que hicieron historia.

Ayer, cuando se festejó el Día de las Madres, el presidente López Obrador cambió su mañanera por un concierto en el que tuvo el papel protagónico Eugenia León. Recuerdo muy bien a Eugenia, si no me equivoco, junto a Lola Beltrán, cantando por su cumpleaños al presidente Salinas de Gortari en el viejo avión presidencial, cuando regresábamos funcionarios y periodistas del viaje en el que México había restablecido relaciones diplomáticas con Chile. Pero esa es otra historia, Eugenia es una gran cantante y qué bueno que estuvo en este homenaje a las madres de todo México.

El problema es que fuera de Palacio Nacional estaban las madres y esposas de muchos de los miles de desaparecidos y fueron ignoradas. Su movimiento es diferente al de aquellos años en Argentina (o Uruguay o Chile), porque las condiciones y la situación lo son: aquellos eran desaparecidos de una dictadura militar, los nuestros son desaparecidos por grupos criminales, en ocasiones por fuerzas de seguridad, algunos simplemente no se dejaron extorsionar o no respondieron al reclamo de algún criminal, otros, hay que decirlo, eran parte de grupos antagónicos, pero no nos engañemos, el sentimiento de cualquier persona que tiene un familiar, un amigo, una pareja y, sobre todo, un hijo desaparecido, es desgarrador.

Lo he vivido. Es terrible, es mucho peor que constatar la muerte de un ser querido. A un ser querido se le puede despedir, se sabe dónde está, aunque en sus últimas horas haya pasado por alguno de los muchos calvarios cotidianos que sufrimos en este país, a esa persona se le puede despedir y guardar en un rincón del corazón. Con un desaparecido no es así: un desaparecido no está, pero sigue siendo parte de la vida, la angustia de no saber su sino, de no saber si está muerto o vivo, en qué circunstancias murió, si es que le tocó ese destino; cómo estará viviendo, si aún lo está. Es terrible, desolador, es tóxico para el alma. Muchos nos podemos recuperar de una muerte, aunque sea de una persona muy querida, un padre, una madre, un hijo, una pareja, un hermano, pero muchos menos pueden recuperarse de una desaparición, de no tener la certidumbre del destino de esa persona querida.

Esas madres, esas esposas que estaban esperando en la calle frente a Palacio Nacional mientras dentro se realizaba una fiesta, a las que no dejaron entrar para que no ensombrecieran la celebración, tendrían que haber sido recibidas, tendrían que haber tenido un lugar, nadie con más razón que ellas tendrían que haber estado ahí, siendo reconocidas, auxiliadas, recibiendo un compromiso de las autoridades para tratar de terminar el terrible drama que viven.

Qué enorme oportunidad desperdició el presidente López Obrador, que puede detener una caravana presidencial para saludar a la madre de El Chapo Guzmán, pero no puede recibir a esas mujeres que querían verlo, que querían apoyo, ayuda o simplemente el abrazo solidario, el reconocimiento que implica un gesto presidencial. No es populismo, no es escenografía política, se trata de tener sensibilidad ante el sufrimiento de los otros. Y pocas familias sufren tanto en nuestro país como las que tienen hijos, parejas, padres, desaparecidos… y son miles.

 

¿Y la cndh? con aburto

El único mérito que podría tener la señora Rosario Piedra Ibarra para estar al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos es que su hermano fue desaparecido en los años 70 y que su madre, doña Rosario, fue de las pioneras en esa lucha. Pero a los familiares de desaparecidos que estuvieron ayer frente a Palacio Nacional los ignora. Desde la actual CNDH no quieren importunar ni con el pétalo de una rosa al poder.

¿A qué se dedica la Comisión Nacional de Derechos Humanos? Uno pensaría que está atenta a la violencia, a la situación de los detenidos, asesinados o desaparecidos, que el caso de la Línea 12 le exigiría toda su atención y competencia. Pero no, la CNDH que dirige, es un decir, Rosario Piedra Ibarra, ahora está interesada en la salud y los derechos humanos de Mario Aburto, el asesino de Luis Donaldo Colosio, detenido en una prisión de máxima seguridad. Incluso dice que abrirá una investigación sobre el asesinato en 1994 del candidato del PRI, algo para lo cual, sobra decirlo, no tiene ni remotamente atribuciones. De pena ajena.

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