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Crímenes y traiciones

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

No tiene que ver con estar a favor o en contra de la participación militar en seguridad pública. En realidad, es una historia de oportunismo y ambiciones personales. De mujeres y traiciones, dirían los clásicos. Uno de los chapulinazos más notables sobre el tema de la participación de los militares en la seguridad pública fue el del senador por el PAN Raúl Paz Alonzo, ahora de Morena, que repentinamente no sólo cambió de voto, sino también de partido, al tiempo que se anunciaba que sería candidato por Morena en Mérida.

El senador fue cuñado del exgobernador Patricio Patrón Laviada y ha estado involucrado en distintos casos muy polémicos, algunos escandalosos, pero ninguno como la acusación que tiene su hermano Ricardo de haber asesinado a su expareja Marilyn Mena Irigoyen, que apareció sin vida después de que Ricardo la visitara en marzo del año pasado. El senador, su hermano y autoridades locales impulsaron la idea del suicidio. Sin embargo, los estudios periciales y los testigos confirmarían que Marilyn habría sido asesinada.

El caso recuerda otro que conmocionó también a Yucatán durante años y que tiene actores políticos similares. El 15 de noviembre de 1995, Armando Medina Millet, hijo de una de las familias más tradicionales de Yucatán, asesinó a su esposa, Flora Ileana Abraham Mafud, de 25 años, hermana de uno de los empresarios más importantes del estado. Las presiones para declarar inocente a Medina Millet llegaron hasta la Suprema Corte, con participación de funcionarios federales, era el sexenio de Fox y del entonces gobernador Patricio Patrón Laviada, que, casualmente, fue cuñado de Paz Alonso.

Investigamos ese caso prácticamente desde sus inicios y durante años. Aquel 15 de noviembre, Flora Ileana recibió un disparo de arma de fuego cerca del corazón, con un calibre .38 propiedad de su marido, Medina Millet, que le provocó la muerte. Medina sostuvo que Flora se suicidó. Los hechos demostraron que no era verdad.

Esa tarde, Flora acababa de llegar al departamento de Medina. Éste dijo que poco después escuchó un disparo en su recámara (habían pasado apenas unos días de la boda civil, aún no se realizaba la religiosa y no vivían juntos) y que cuando subió a la habitación la encontró cerrada, por lo cual, durante unos cinco minutos, trató de abrirla con unas llaves y, luego, como éstas no sirvieron, bajó por un martillo para romper la puerta. Asegura que cuando finalmente logró entrar encontró a su esposa en la cama y al levantarla vio “dos pequeñas manchas de sangre en las sábanas”.

En ese momento había tres graves contradicciones: primero, Flora se supone que se disparó con un revólver que, en realidad, era de Armando y que éste portaba cotidianamente. Incluso, cuatro días antes, el 11 de noviembre, luego de una discusión con su esposa en un restaurante, había amenazado con la misma arma al encargado de un estacionamiento, negándose a pagar por el uso del mismo. Segundo, Medina nunca pudo explicar cómo logró abrir la puerta a martillazos. Tercero, si pasaron varios minutos después de un disparo de calibre .38 en el pecho de una persona, en la cama tendría que haber una gran mancha hemática, no sólo “dos gotas”.

También se encontró una huella de un golpe del cañón del arma en el cuerpo de Flora, lo que confirmó que fue agredida con la misma poco antes de su muerte. Recibió, aún con vida, otro golpe en el rostro, en la parte superior de la nariz, entre los ojos.

Los hechos posteriores fueron reveladores. Luego de bajar de la cama el cuerpo de la víctima (una joven pequeña y delgada), Medina Millet acepta que “arrastró” a Flora Ileana de los pies, boca abajo, por los pasillos internos y externos de su departamento hasta llegar a la calle para subirla a su auto.

Casualmente, pasaban en ese momento por la calle dos socorristas de la Comisión Nacional de Emergencia que ayudaron a Medina a cargar a la joven en el automóvil y uno de ellos condujo para llevarla al hospital más cercano. Era una clínica del ISSSTE, pero, ya en la puerta del hospital, Medina exigió a los socorristas que lo llevaran a otro, la Clínica de Mérida, mucho más lejana. Cuando llegaron, Flora ya estaba muerta.

Esa misma noche, el apoyo del gobierno del estado fue para el acusado. Mientras el cuerpo de Flora aún estaba en el hospital, el padre de Medina Millet estuvo con el entonces gobernador, Víctor Cervera Pacheco, mientras que Alejandro Patrón Laviada, hermano de Patricio y amigo de la infancia de Medina Millet, fue con el procurador del estado.

Esa noche, Medina Millet no fue detenido, pese a que la muerte de la joven se había producido cuando los dos estaban solos, con un arma de su propiedad, en su departamento y no podía explicar qué había ocurrido. Mientras Medina declaraba ante el Ministerio Público, un amigo cercano del acusado ingresó al departamento y limpió el lugar. La misma noche del crimen, Medina pidió el cuerpo de Flora para que fuera cremado. La Procuraduría local se lo concedió de inmediato. Al día siguiente, no habían pasado 24 horas de la muerte de Flora, un abogado de Medina fue a ver al procurador del estado para reclamar la herencia de la víctima, argumentando que había fallecido intestada. Allí se enteró de que no era así, de que, antes de la boda, Flora sí había hecho testamento y no dejaba a Medina como su beneficiario.

Ésa es la historia, tan estremecedora, tan parecida a la que se vivió con el senador Raúl Paz, su hermano Ricardo y el asesinato de una joven a la que quisieron hacer pasar como un suicidio con el beneplácito de autoridades locales y federales.

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