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Con EU, atrapados por la narrativa

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El gobierno de Estados Unidos, por lo menos mientras el presidente sea Joe Biden, no declarará como terroristas a los grupos del narcotráfico mexicano, y no emprenderá acciones militares contra los mismos, como pretenden muchos líderes republicanos y algunos demócratas. Pero que nadie se engañe, eso no significa que ignore esas presiones o que no intervenga ante un desafío que considera de seguridad nacional.

La tensión en temas de seguridad y, sobre todo, de tráfico de fentanilo, seguirán creciendo mientras no se desarticulen las redes y se golpee a las cabezas de los cárteles. Nadie puede oponerse a una campaña conjunta de difusión sobre los daños del consumo de fentanilo, pero incluso la misma se dificulta si se cree, como dijo el presidente López Obrador, que el problema es de Estados Unidos, que aquí ni siquiera hay consumo de fentanilo. Se vuelve al discurso vacío de los años 70 y principios de los 80, como en casi todo, cuando se decía que “si México era el trampolín de las drogas, Estados Unidos era la alberca” y se insistía en que el problema de consumo era de ellos, que se atacaba la oferta pero no la demanda. Lo único que provocó ese discurso fue que, con complicidades gubernamentales, crecieran los cárteles en México en forma exponencial, hasta que estalló el caso Camarena.

En México, el consumo de drogas creció desde entonces hasta ahora. Cada vez más, por ejemplo, el fentanilo, a ambos lados de la frontera, se está mezclando con otras drogas, haciéndolo incluso más peligroso, porque muchas veces no se sabe qué es lo que se está consumiendo. Y esa realidad ya está presente en México. Hay ciudades como Tijuana, donde el consumo de fentanilo ha crecido exponencialmente. El fentanilo recorrerá el mismo camino que han hecho todas las drogas anteriores, como la cocaína y las metanfetaminas: impuesto el consumo en la Unión Americana, los cárteles comienzan a pagar con droga sus servicios y buena parte de la misma se queda en territorio nacional y se impone su consumo local. Eso ya está pasando con el fentanilo.

Pero, más allá de eso, Estados Unidos interviene e intervendrá en México. Seguramente no habrá intervención militar, pero sus agencias sí lo harán. Esta misma semana y también después de la reunión en Palacio Nacional, el embajador Ken Salazar denunció que hay municipios fronterizos en Tamaulipas donde ni él ni su personal pueden entrar, destacó el número de homicidios en ellos y exigió que puedan operar en ellos.

Después de la reunión del Presidente con la asesora de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, el FBI anunció que comenzaba la “cacería” de los líderes del Cártel del Golfo, publicaba sus fotos, ofrecía recompensas por información sobre ellos y demandaba toda la información posible sobre el secuestro de Matamoros. A lo que se ha sumado el tema de la desaparición de tres mujeres estadunidenses en el municipio de China, Nuevo León, cuando se dirigían a Matamoros, supuestamente para vender ropa, y de las que se ha perdido el rastro desde fines de febrero.

En términos de opinión pública, en Estados Unidos se ha impuesto la narrativa de que en México el Estado no tiene el control de buena parte del territorio nacional y los datos siguen fortaleciendo esa tesis: este fin de semana fueron incendiados por los criminales dos de los bares más importantes de Morelia, hubo otra masacre, esta vez en Apaseo el Grande, Guanajuato, se robaron tráileres con automóviles de empresas importadoras de automóviles. La lista es interminable.

El gobierno de Biden no se puede dar el lujo, ni los republicanos tampoco, de acabar con un intercambio comercial entre México y Estados Unidos que alcanza los 660 mil millones de dólares al año. Pero menos aún puede parecer indiferente a la violencia fronteriza y a los más de cien mil muertos anuales por sobredosis, que se suma a la crisis migratoria que los republicanos ya han ligado directamente con los cárteles y el tráfico de fentanilo. Y ésa es una narrativa muy poderosa en la Unión Americana, porque se compone de fuertes tramos de realidad.

No ayuda en ese sentido que el presidente López Obrador, por tercera o cuarta vez en los últimos meses, haya declarado que si los republicanos siguen con ese discurso iniciará una campaña para que los mexicanoamericanos no voten por sus candidatos en 2024. No se entiende que, primero, la influencia que puede tener el gobierno mexicano en el voto latino en Estados Unidos es escaso; segundo, que en lugar de debilitar, fortalece la posición republicana y, al mismo tiempo, estrecha los márgenes de operación los demócratas y de la propia Casa Blanca en una lógica de precampaña electoral. Y, finalmente, se olvida que cada vez el porcentaje de latinos, tanto de origen cubano como mexicano, que votan por los republicanos es mayor: no vaya a ser que ese escenario de polarización lo haga crecer.

Necesitamos refrescar, transformar el discurso en la relación con Estados Unidos. Más allá de encuentros diplomáticos públicamente amistosos, lo cierto es que tenemos muchos problemas que deben ser tratados y presentados de otra forma. Desde los temas migratorios y de tráfico de fentanilo, hasta los energéticos y los que no tienen siquiera sustento lógico, como la prohibición del maíz genéticamente transformado, que crea tensiones económicas y políticas sin sentido, porque lisa y llanamente ignora la información científica y viola el T-MEC. Pero seguimos con el discurso de los años 70. Hay que recordar cómo nos fue entonces.

 

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