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Academia vs. realidad

Imagen de la Mujer

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Por Alin Moreno*

Vivimos una época marcada por el tiempo y la inmediatez de las cosas, los productos y servicios con mayor valor agregado a un menor precio, empresas disputándose agresivamente al consumidor, tendencias más agresivas de productividad y eficiencia en un mundo digital.

Estamos en la era de los datos, apuestas por tecnología de punta, la innovación constante, la disrupción de las herramientas digitales, realidad virtual y aumentada, cambios en todas las esferas sociales, incluso en el sector de la educación. Se lucha por conseguir estos elementos como sello profesional y marca personal, con la permanencia de los mismos, o su finitud.

No podemos dejar de lado la imperante demanda de capital humano: personas más capacitadas con buenas credenciales académicas y profesionales en poco tiempo, excelentes relaciones públicas, gran red de contactos, con habilidades blandas y duras, conocimientos técnicos, tecnológicos, de negocios y multiculturales para sobrevivir en un mundo de “tiburones”, más que en espacios para estudiantes y profesionistas capacitados para desarrollarse en un mundo de selección natural, si el termino me permite describir la analogía.

Hoy existen diálogos respecto de la educación formal y el tiempo que ésta requiere versus la agilidad necesaria del mundo de hoy, la educación a distancia, online, informal, en poco tiempo; sumando a la conversación la habitual diferencia entre la academia y la realidad de las necesidades del mercado. La demandas y exigencias bajo la analogía del microondas: rápido se calienta, rápido se enfría; por lo tanto, rápido se consigue, rápido se cambia, rápido pierde valor, refiriéndonos a cosas, teorías y personas.

Entonces aparecen ciertos dilemas, estudiar o no, estudiar lo que me gusta o lo que me conviene, lo que me apasiona o lo que me brinda mayores ingresos económicos, ser práctico o teórico. No hay formación práctica o experimentada sin investigación ni formación académica, por eso debemos seguir apostando a la formación académica, práctica, pero también académicamente rigurosa, exigente, gradual y de calidad en instituciones reconocidas y prestigiosas en nuestro país, sin decidir por precio o por periodo de tiempo para cursar los estudios por encima de la calidad.

La calidad no tiene versus, no tiene competencia ni alternativas, la educación es un “producto” único con características determinadas y no pierde o no debe perder su valor, aun cuando en el mercado existan otras opciones educativas o aun cuando los usuarios busquen mermar su valor. No depende del consumidor, sino del prestador de servicios, las instituciones educativas tenemos la responsabilidad de ello.

Retomo lo que menciona el libro de Aprendizaje situado de Juan Luis Hernández y María Alejandra Díaz, el cual habla de cómo transformar la realidad educando. El aprendizaje situado es una estrategia formativa que necesita unir educación y realidad, partir de la realidad, analizar, resolver en común, comunicar y transferir el conocimiento, el conocimiento y el aprendizaje no es egoísta ni individualista, por el contrario, debemos formar personas en comunidad.

La cantidad no es sinónimo de calidad, calidad también es sinónimo de eficiencia, aunque no por ello vamos a bajar los costos de los insumos o el “tiempo” de preparación para ser más eficientes, la velocidad no siempre marca un mejor trabajo.

Educar es moldear mentes y corazones que transformen realidades, aun cuando esa realidad no sea la personal, pero sí la de la sociedad o cierta colectividad. La idea imperiosa en educación y en la realidad laboral es que si se usan recursos tecnológicos se genera valor agregado comprobable. Sin embargo, necesitamos encontrar una razón humanizada para capacitarnos y capacitar a los que nos rodean.

*Coordinadora de la Maestría Mercadotecnia y Publicidad,

en la Universidad Iberoamericana

 

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