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Reformar el INE, ¿ahora?

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

El Instituto Nacional Electoral dista de ser perfecto. Es elefantiásico, muy oneroso y no siempre preciso ni imparcial. Tiene insuficiencias, defectos y, en ocasiones, sus consejeros dejan mucho qué desear, su personal no siempre actúa oportunamente ni detecta las faltas a la legislación electoral; puede ser ciego, sordo y mudo ante los ríos de dinero ilegal que corren en las elecciones y frente al origen de esos recursos, como ocurrió con un señor de apellido Cristalinas, quien fue un verdadero paladín de la opacidad.

Sí, todo eso es cierto, pero el INE es una construcción democrática, y toda democracia suele cojear de una o más patas o meterlas con frecuencia. El Instituto Nacional Electoral es todo lo defectuoso que se quiera, pero es la respuesta que los mexicanos nos hemos podido dar ante el absolutismo político.

Es más: el INE es un retrato sin maquillaje de la sociedad mexicana. Expresa nuestras limitaciones, pero también nuestros avances. Institucionalmente, exhibe lo que hemos podido darnos para ser y sentirnos representados, con nuestras virtudes y defectos, pero también con la proyección hacia el futuro que deseamos. Tan es así, que en las recientes elecciones la credibilidad popular hacia el INE pasó de 60 a 71%, lo que es buena señal.

Todo sistema electoral es perfectible, pero en el ámbito de la política, donde se toman o se acotan las decisiones, lo prudente es esperar el mejor momento para realizar los ajustes requeridos, porque el encono y la diatriba empañan la visión y generan reformas injustas o inadecuadas que acaban por empeorar la situación. La madurez política de los mexicanos se expresó en las recientes elecciones, en las que fue desplazado el PRI de las gubernaturas de los estados, lo que expresa un explicable hartazgo. Por alejarse de lo que se entiende por izquierda, también resultó castigado el PRD y muy cerca estuvo de perder el registro. Surgió el Movimiento Ciudadano como una fuerza en ascenso (ganó una gubernatura y un millón de votos más que en la pasada elección) y el PAN resultó el más beneficiado de la alianza que formó con PRI y PRD, aunque un hecho destacable es que se premió la eficacia de sus gobernadores.

La llamada clase media es ahora víctima de la incontenible ira de las alturas. Ya Saben Quién la acusa por la derrota de Morena en la elección de diputados federales y por la pérdida de media Ciudad de México. En su implacable y muy injusta diatriba acusa a los clasemedieros del ascenso de Hitler, cuando lo cierto es que el hecho se explica más bien por la repulsa mutua de socialdemócratas y comunistas, tripulados éstos por el Padrecito Stalin, lo que, para decirlo en términos de la ortodoxia marxista, llevó a la pequeña burguesía y a la clase obrera alemanas a dar su apoyo al líder nazi, con las dignísimas excepciones del caso.

La embestida ha sido contra la clase media, pero la mayor preocupación es por la pérdida de votos de los sectores proletarios, lo que explica el considerable aumento a las pensiones y el paso de Gabriel García Hernández al Senado, donde —auguran los que saben— tendrá la misión de desplazar a Ricardo Monreal (lo que está por verse) para irse pronto a Morena como sucesor de Mario Delgado.

La tirada es aprovechar la experiencia de García Hernández, quien coordinaba o controlaba a los “superdelegados estatales” y a los regionales, a la vez que era comandante en jefe del ejército civil formado por los 18 mil “servidores de la nación”. Con él, Morena seguirá sin ser un partido, pero se convertirá en una maquinaria de pepenadores de votos, pues su encomienda será recuperar lo perdido en las elecciones de 2018.

Ante ese panorama, los ciudadanos tendrán que actuar en defensa del INE frente a las tarascadas del poder. De otro modo, el país entrará en un nuevo periodo de absolutismo al estilo priista.

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