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Huachicol, huachicol (II)

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

En el campo de la política, se insertó en el de la decisión del presidente López Obrador de combatir el robo de hidrocarburos en Pemex y la extendida corrupción que lo auspició durante años. No deja de tener un ángulo irónico que el accidente tuviera lugar en este momento. No es la primera vez que una comunidad se arriesgaba a llevarse unos litros de gasolina ante la mirada impotente del Ejército o la policía. De manera brutal se hizo patente que la decisión presidencial es correcta no sólo por las pérdidas económicas, sino también por los riesgos para la población. ¿Será suficiente lección para que, ante eventuales nuevas fugas, aleatorias o provocadas, inhiba a la población y no arriesgue su vida?

Desde la óptica delictiva, la información con la que ahora contamos nos ha confirmado que esta actividad sangró a Pemex por miles de millones de pesos. Fue posible debido a la colusión de cientos de personas, funcionarios, empleados, empresarios, bandas delictivas a lo largo de los años y de la cadena productiva de esta empresa. ¡Increíble que hasta ahora se le tipifique en la ley como delito grave!

Ejemplifica de manera clara las grandes debilidades institucionales que sufre el país en el campo de la procuración de justicia y cumplimiento de la ley. Contrasta con la idea de modernizar el mercado energético mediante la apertura a inversionistas privados y a la vez, sufrir de tomas clandestinas extendidas a lo largo de la extensa red de ductos que cruzan por el país. Que se busque fortalecer y modernizar a Pemex cuando en sus propias instalaciones se carece de los controles necesarios para prevenir y castigar el desvío de hidrocarburos.

Al escribir estas líneas se supo que uno de los grupos delictivos que operan en Guanajuato dejó un auto con un explosivo en la entrada a la refinería de Salamanca y un cartel amenazante al propio presidente López Obrador, a quien conminan a suspender las operaciones en contra del huachicoleo.

Estos gestos nos hablan del grado de intereses afectados por la ofensiva gubernamental, es iluso pensar que los que se han beneficiado de un negocio multimillonario no van a reaccionar. En este breve periodo se han producido múltiples derrames, tomas y sabotajes reconocidos por el gobierno, ¿estaremos entrando a una nueva modalidad de extorsión y violencia del crimen organizado por medio del daño a las instalaciones del sector energético?

La explosión tiene también implicaciones sociales y éticas que nos deben hacer reflexionar. Los delincuentes lucran con las necesidades de la gente quienes usan como escudo y cómplices, dificultando la tarea de las fuerzas del orden. Se sabe que el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Grupo de Santa Rosa de Lima, dedicados al narcotráfico, son los responsables de la gran violencia que azota el Bajío y ahora pelean por el control del robo de gasolina. Actúan con violencia extrema, torturan y desaparecen a quienes se oponen a su negocio, son criminales que deben ser perseguidos y sancionados con todo el rigor de ley.

Comprender por qué una persona decide delinquir rebasa el alcance de esta columna, cada caso tiene su propia explicación. Es como quien adquiere una adicción a las drogas o al alcohol, las razones que lo explican son multifactoriales: su entorno familiar y social, su estructura mental, emocional, su infancia, su herencia genética. Es común que en una familia un hermano sucumba ante esa terrible enfermedad y su hermano gemelo, no. Igual me parece que no se puede generalizar lo que orilla a un joven a sumarse a una banda delictiva (la edad promedio de los narcos fluctúa entre los 15 a los 29 años). No dudo que la falta de oportunidad para estudiar, trabajar y tener un ingreso que le permita tener una vida digna sea una razón, pero no la única y tal vez no la más relevante.

Sugiero leer la excelente columna de José Woldenberg publicada en El Universal el pasado 29 de enero titulada: Todos somos sociólogos. Cito una de sus frases: “Tiene razón el presidente López Obrador cuando dice que hay que actuar sobre las condiciones que fomentan diversos delitos. Hay que generar un ambiente que tienda a frenarlos, que no sea un “caldo de cultivo” que los propicie. Pero insisto —perdón— se trata de condicionantes, no de determinantes y por ello la voluntad, los dichos y las acciones de las personas no pueden ser omitidos. Porque como diría el célebre y nunca suficientemente apreciado Perogrullo: hay pobres que no cometen delitos y pobres que sí lo hacen. Y, por cierto, ricos que no son delincuentes y ricos que sí lo son”.

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