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El poder es pasajero

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Resuelto el proceso electoral para elegir a 500 diputados, 15 gobernadores y miles de funcionarios estatales y locales en todo el país, se respira un ambiente favorable: constatamos que tenemos un sistema electoral que funciona, que el órgano responsable de la organización, monitoreo y validación de cada voto cumplió su mandato de manera ejemplar, al igual que los millones de ciudadanos que trabajaron una larga jornada en las casillas para lograr lo anterior.

El balance natural es que nadie ganó todo ni nadie perdió todo. En una muestra de sensibilidad, madurez y responsabilidad de la ciudadanía, los votos distribuyeron los puestos en disputa entre los partidos políticos. Otra buena noticia es que desaparecerán otros que son una verdadera farsa, un negocio espurio de sus integrantes.

A diferencia de lo que se especulaba los días previos, el partido del Presidente no arrasó, no absorbió la popularidad de que todavía goza López Orador, pero es justo reconocerle que se consolidó como la fuerza política con mayor representatividad; la oposición, a pesar de estar demeritada y confusa, logró una “coalición” que encubrió el descrédito de sus integrantes y sirvió para que muchos votaran por ella sin que necesariamente avalaran a quienes la conformaron.

Supongo que el Presidente se sorprendió de los resultados; aun cuando diga que está “feliz, feliz, feliz”, su instinto y sensibilidad política le debe decir que el resultado es una llamada de atención, de toque de realidad, ya que dejó claro que no goza, ni mucho menos, de la “magia” que tuvo en 2018.


Su triunfo en 2018 es ya distante, los millones de mexicanos que lo eligieron no son ya los millones que votaron por su partido. Me imagino que ha de pensar: ¡Qué rápido está pasando mi tiempo en el poder! ¡Qué poco he logrado y cuánto falta por hacer! ¿En realidad estoy transformando mi país? ¿Qué haré con Morena? ¿Por qué los ricos y las clases medias no pueden aceptar que sus privilegios están basados en la pobreza de millones? ¿Tiene datos duros que le confirman que sus políticas en realidad hacen justicia a su principio de “primero los pobres” más allá de un respiro temporal?

Cuando López Obrador fue electo escribí en este espacio que para mí era un enigma, un hombre difícil de encuadrar en términos políticos, mezcla de ambición, pragmatismo, habilidad e instinto y, a la vez, terco, irascible, enemigo implacable; sin embargo, las ideas y principios que detalla en sus libros son las mismas que hoy norman su actuación. Hoy diría que es un hombre obsesionado por el poder, basado en el apoyo de sus seguidores, basta revisar su activismo político, su perseverancia, sus recorridos por el territorio nacional, su capacidad de empatía con la gente marginada.

Está en la naturaleza humana buscar el poder, no sólo en el sentido político, sino en todos los campos de la vida: en las relaciones personales, en la amistad, en los matrimonios, en las oficinas públicas y privadas, en los deportes, en las familias.

Cuando se trata del poder político, el asunto se complica, pues se pone a prueba la verdadera naturaleza de quien lo ejerce. Las constantes alabanzas, los seguidores incondicionales, los reflectores, los micrófonos, los saludos y abrazos que la gente le dispensa al poderoso, son expresiones que van fraguando en su mente un sentido de “merecimiento”, de falsa humildad al recibir esas muestras. “El poder no cambia a la gente, sino revela quiénes son realmente”.

El Presidente, me temo, está siendo víctima de todo lo anterior. Basta ver su mirada, sus gestos cuando era jefe de Gobierno de la Ciudad de México y verlo ahora en Palacio Nacional. Es un hombre transformado por el poder.

No estaría mal que leyera esta frase del primer ministro inglés Winston Churchill: “El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y después explicar por qué fue que no ocurrió lo que predijo”.

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