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Demetrios Papademetriou

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Hace 26 años, el asunto migratorio en Estados Unidos escalaba en el debate político impulsado por grupos antiinmigrantes, gobernadores fronterizos con México, así como legisladores restriccionistas, principalmente republicanos.

Denunciaban lo que ellos definían como “el caos” prevaleciente en la frontera con México por la llegada de miles de migrantes indocumentados. En los puertos de entrada, las garitas de Tijuana, El Paso, Nogales, se organizaban columnas de migrantes que dirigidos por su líder, corrían por la carretera que venía del norte y arriesgando sus vidas, lograban evadir a la Patrulla Fronteriza.

Hicieron de ello una bandera que les rindió frutos al elegir a Pete Wilson como gobernador de California, quien hizo su campaña con base en insultos y distorsiones sobe los mexicanos. Años después Trump utilizó la misma receta para ganar su elección.

El entonces secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, pensó en la conveniencia de abrir una oficina en la embajada mexicana en Washington para tener un diálogo directo entre las autoridades responsables de la política migratoria en ambos lados de la frontera, tarea que hasta entonces era de responsabilidad exclusiva de la Cancillería.

Su visión se ha consolidado con los años, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 cambiaron las prioridades bilaterales y hasta la fecha los vínculos entre la seguridad y la migración adquirieron un carácter estratégico.

Tuve la oportunidad y el privilegio que me haya seleccionado para esa nueva tarea, con el beneficio adicional de que el titular de nuestra representación diplomática era Jesús Silva-Herzog Flores, con quien había trabajado en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, otro personaje excepcional.

El primer consejo que recibí fue presentarme con el Dr. Demetrios Papademetriou, reconocido desde entonces como el experto indiscutible en las complejidades y vericuetos de las migraciones internacionales, al igual que de los retos y dificultades que enfrentan los refugiados.

Llegué a su pequeño cubículo donde había papeles, carpetas, recortes periodísticos por todo el suelo. Su escritorio cubierto de torres de documentos, su saco y corbata colgados en un viejo perchero. Demetrios estaba escribiendo en un bloc rayado amarillo y escribía cada párrafo con una pluma de distinto color con una letra que sólo su leal secretaria Violet, refugiada vietnamita, podía descifrar.

A partir de ese momento inició una de mis más queridas amistades. Trabajamos largas horas en múltiples propuestas de política migratoria bilateral; sobre lo que México podría hacer con los flujos centroamericanos y sobre una administración más eficiente de nuestras fronteras. Asimismo, asistí a conferencias internacionales convocadas por Demetrios, donde su mensaje final siempre era una brillante recapitulación de lo discutido.

Su capacidad mental y física era inagotable, llegaba a sus oficinas a las 5:00 am, donde permanecía por lo menos 14 horas. Publicó 245 libros y centenas de reportes, ensayos, artículos académicos y periodísticos. En una ocasión viajó de Washington a Sídney, Australia, para dar una conferencia a los ministros de migración de esa área, viajó cerca de 20 horas, dio su plática y tomó el siguiente vuelo a su casa.

Lector voraz, estaba al tanto de lo que se publicaba en estas materias por todo el mundo.

En lo personal, expresaba su alegría y entusiasmo por la vida con los amigos a los que nos deleitaba con un delicioso carnero a la leña, el que aprendió a cocinar en su nativa Grecia, con un buen vino y un vaso bien servido de Ouzo (el licor típico de su país de origen).

Termino con un pensamiento amable: además de su legado intelectual y académico, Demetrios deja un sinnúmero de amigos, colegas, dos hijos, dos nietos y una mención especial merece su igualmente maravillosa mujer: Margie McHugh, a quien espero que el tiempo le permita superar el inmenso dolor que hoy la abruma. Descansa, amigo.

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