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Cuba y la lucha latinoamericana (I)

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

La Revolución cubana marcó un hito en la historia política de América Latina. El 1º de enero de 1959, Fidel Castro y su ejército entraron triunfantes a La Habana horas después de que el presidente, Fulgencio Batista, junto con sus principales colaboradores, tomaran un avión que los llevaría desterrados a Estados Unidos. República Dominicana, gobernada por Rafael Trujillo, personaje siniestro retratado magistralmente por Mario Vargas Llosa en su novela La fiesta del chivo, publicada hace ya 21 años. De allí, viaja a Portugal donde lo recibe otro dictador, Oliveira Salazar, para finalmente morir en 1973 en España.

Batista era el prototipo de los gobernantes de esa época en muchos países latinoamericanos, baste recordar a Hugo Banzer en Bolivia, Aparicio Menéndez en Uruguay, Manuel Noriega en Panamá, Augusto Pinochet en Chile, Alfredo Stroessner en Paraguay, Anastasio Somoza en Nicaragua, y François Duvalier en Haití.

La mayoría de ellos llegaron al poder mediante golpes de Estado, gobernaron a base de una política represiva, apoyados por las Fuerzas Armadas y, una vez en el poder, establecieron sistemas de espionaje y control masivo con el cual aterrorizaron a la población, que se sabía vulnerable, eliminando cualquier intento de subversión o protesta, apoyados por una camarilla que acumuló grandes fortunas.

Tuve la oportunidad de estar en Montevideo en una reunión de la entonces Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), uno más de los intentos frustrados en su objetivo de dar preferencia al intercambio comercial en esta región, tema que abordaré más adelante. Gobernaba Uruguay la junta militar que había derrocado al gobierno civil y encarcelado a numerosos políticos, estudiantes, periodistas y simpatizantes; antes de esa trágica etapa, el país era reconocido como la “Suiza de América” por sus altos niveles educativos, prestaciones sociales y distribución del ingreso.

Al caminar por las calles de esa bella ciudad con el entonces embajador de México, Vicente Muñiz, era palpable la tensión. Los espías del gobierno seguían sus pasos, pues había dado refugio a cientos de hombres, mujeres y niños en las oficinas y en su propia casa.

Una anécdota describe la labor de este excepcional diplomático: uno de los líderes más buscados por la junta llegó disfrazado a la embajada simulando la entrega de un pastel, el soldado plantado en la puerta de la oficina lo reconoció y lo empezó a golpear con su rifle, al escuchar los golpes, un funcionario de la embajada salió en su defensa, empujó al soldado y cerró la puerta. La reacción fue brutal, los militares exigían la entrega no sólo del perseguido, sino del funcionario mexicano, al negarse Muñiz rodearon las oficinas con una guardia permanente. Después de duras negociaciones, accedieron a que ambos salieran del país hacia México. Muñiz los llevó en su auto al aeropuerto, en el trayecto fueron hostigados por autos militares quienes los siguieron hasta la escalerilla del avión.

Vuelvo al caso cubano. La Revolución de 1959 ha merecido innumerables análisis, documentales y películas, entre estas últimas sugiero El Padrino II, donde Al Pacino tiene una de sus memorables actuaciones como dueño de casinos y antros de vicio, negocios que Batista compartía con la mafia de Estados Unidos. En los primeros meses de ese año ocuparon la atención del mundo las imágenes de familias enteras saliendo de la isla en todo tipo de embarcaciones con sus pertenencias básicas, al tiempo que multitudes vitoreaban a los rebeldes en su camino a la ciudad capital: Fidel y su hermano Raúl, Ernesto El Che Guevara, Camilo Cienfuegos, todos ellos barbudos, con sus rifles al hombro, uniformes verde olivo, más el indispensable puro, que junto con el ron, se convertirían en el producto de exportación que hasta la fecha provee una buena parte de las divisas a la maltrecha economía isleña.

Han pasado más de seis décadas donde el caso cubano se volvió paradigma del debate entre el mundo capitalista y el mundo socialista. El bloqueo/embargo impuesto por Estados Unidos para presionar el cambio de régimen en ese país es hoy motivo de debate en Washington, en América Latina, en los organismos multilaterales y en México. El presidente Biden ha manifestado su interés por un cambio pacífico hacia una democracia plena; López Obrador envió medicamentos, combustóleo e insumos básicos en apoyo del gobierno y, esperemos, del pueblo cubano. ¿Será el “principio del fin” de la utopía castrista? ¿Cuba será, una vez más, motivo de diferendo entre México y Washington?

Abordaré mis ideas sobre los posibles escenarios en mi próxima entrega.

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