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Boris y Donald, en problemas

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Curiosas coincidencias se presentan en ambos lados del océano Pacífico. En Washington, el mandatario estadunidense enfrenta la crisis más severa desde que llegó a la Casa Blanca, lo mismo le pasa en Londres al Primer Ministro del Reino Unido.

Estados Unidos e Inglaterra tienen una larga historia que los une, los ingleses fueron los colonizadores originales de nuestro vecino del norte y desde entonces mantienen intensas relaciones políticas, económicas, culturales. Según Churchill, gozan de una “relación especial”.

Con el tiempo, el primero se convirtió en la primera potencia mundial, mientras que la isla se mantuvo dentro del círculo de los grandes países. Ambos son parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aliados en la OTAN, integrantes del Grupo de los 7 y del de los 20, foros donde por lo general, coinciden en sus políticas y propuestas. Ambos gozan de un sistema democrático desarrollado, donde el Estado de derecho, la alternancia en el poder y la libertad de expresión son pilares de sus respectivas sociedades.

Con la elección de Donald Trump y Boris Johnson al poder, se da una curiosa coincidencia: ambos son políticos atípicos, su comportamiento público (y privado) rompe los moldes tradicionales, son erráticos, frívolos, el inglés tiene una sólida cultura y formación profesional, característica que no se equipara con el estadunidense. Han sido objeto de escándalos con las mujeres: hace unos meses, Johnson tuvo un altercado con su pareja que mereció la llegada de la policía ante los gritos e insultos que los vecinos escuchaban; Trump tiene una larga cuenta de amoríos, infidelidades, pagos por silenciar a modelos. Curiosamente, ambos tienen problemas para arreglar sus desaliñadas cabelleras.

Más relevante es la manera en que ambos atacan a los medios, son intolerantes a la crítica, vociferan insultos, desdeñan las leyes y los protocolos sociales y políticos. Johnson fue un pintoresco alcalde de Londres, viajaba en bicicleta a sus oficinas, Trump disfruta sus vacaciones y fines de semana en alguno de sus ostentosos clubs de golf. Narcisistas, es la definición que los asemeja mejor.

Los dos cuentan con una amplia base electoral que los apoya sin reserva, son sectores de sus respectivas sociedades que han sido marginadas del desarrollo y bienestar del que gozan otros sectores vinculados a la prosperidad derivada de su modelo de desarrollo.

Boris llega a Downing Street número 10, la casa oficial del Primer Ministro, con la crisis más severa que ha enfrentado el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial: negociar la salida de su país de la Unión Europea, conocido como Brexit (acrónimo en inglés de Britain exits), desde que Trump llegó a la Casa Blanca ha estado sujeto a múltiples acusaciones, escándalos, demandas ante los tribunales. Hoy enfrenta un posible proceso de desafuero (conocido en inglés como impeachment), promovido por los representantes demócratas, quienes lo acusan de poner en riesgo la seguridad nacional y hacer un uso ilegal de su autoridad al solicitar al Presidente de Ucrania investigar si el precandidato presidencial demócrata, Joe Biden, cometió un delito en ese país.

Al escribir esta colaboración no están resueltas preguntas básicas sobre el probable desenlace en cada caso: ¿Podrán los demócratas triunfar en su intento de enjuiciar y en su caso, remover a Trump de la presidencia? De no ser así, ¿Trump saldrá fortalecido y aumentará sus posibilidades de ser reelecto en 2020? ¿Los laboristas y facciones del Partido Conservador de Johnson lograrán detener su estrategia de salirse de la Unión Europea con o sin arreglo el próximo 31 de octubre? De agotarse el plazo fijado por los europeos sin llegar a un acuerdo con Johnson, ¿el Reino Unido entrará en una fase terminal provocada por la separación de este por parte de Irlanda, Escocia y Gales?

El desenlace de ambos casos está en el aire y con ello el futuro de ambos personajes. Ironías de la vida, tan parecidos, tan amigos, alcanzaron el poder que tanto anhelaron y ahora los dos enfrentan su posible destitución por quebrantar las leyes y las reglas que rigen las democracias que les permitieron llegar al cargo público más alto de sus países.

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