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Biden, primera prueba migratoria

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Tiempos extraños los que nos ha tocado vivir. La pandemia de covid-19 no cede, por el contrario, en México y en el resto del mundo no deja de crecer, de demostrar su resiliencia, de afectar a millones de seres humanos que vivimos con el temor de ser infectados, algunos tenemos la suerte de superar su contagio después de vernos envueltos en fiebres, tos y dolor de cuerpo.

Ir a un hospital hoy es una fuerte experiencia, ver en acción febril a enfermeras y doctores, parientes de enfermos esperanzados en su recuperación, intercambiando comentarios y esperanzas con desconocidos en las ante salas repletas, será una memoria de vida.

A pesar del covid, ayer se conoció que en Honduras se prepara la organización y salida de nuevas caravanas de migrantes que tendrán como destino la frontera mexicana con Estados Unidos. Hace ya más de dos años que decenas de miles de hondureños, a los que se sumaron guatemaltecos y salvadoreños, se vieron obligados a dejar sus pueblos ante la incapacidad de generar un mínimo de ingresos para mantener a sus familias. La pobreza extrema, aunada a la violencia sistemática de las bandas criminales que azotan esa región, es la explicación básica.

Enfrentarán hoy un escenario igual de complicado y peligroso que el que prevalecía en 2018, cuando Donald Trump los utilizó políticamente diciendo que su llegada era una amenaza a la seguridad nacional de su país y ordenó el despliegue a la frontera con México de miles de agentes de su Guardia Nacional para evitar esa “invasión”.

Amenazó al gobierno mexicano de imponer tarifas arancelarias si no los deteníamos. El gobierno mexicano aceptó cerrar la frontera sur, aceptó la devolución de decenas de miles de migrantes a nuestras ciudades fronterizas donde muchos de ellos continúan sin haber recibido un mínimo apoyo financiero o logístico de Estados Unidos. ¿Qué ha pasado con esas familias? ¿Regresaron  sus lugares de origen? ¿Se instalaron en Ciudad Juárez, Reynosa, Matamoros, Tijuana, Mexicali? ¿Qué estatus migratorio tienen? ¿Están indocumentados y, con ello, vulnerables a todo tipo de abusos?

Da la impresión que el gobierno mexicano sólo reaccionó ante la coyuntura (hoy queda claro que la visita del Presidente mexicano a Trump fue, por decir lo menos, una inoportuna e inútil jugada de la que el equipo de Biden tomó debida nota) sin desarrollar una política bilateral integral, de mediano y largo plazo dirigida a atender las causas que la originan. Ni siquiera conocemos los avances y resultados del anunciado programa para el desarrollo de nuestros vecinos sureños.

El presidente electo Joe Biden ha declarado que uno de sus primeros actos de gobierno será impulsar una reforma migratoria con un sentido humanista y no represivo y excluyente como fue la de su antecesor.

Empezará por recuperar el programa (conocido por sus siglas en inglés como DACA), instalado por Obama para permitir a jóvenes estudiantes llevados a ese país por sus padres cuando eran menores de edad, documentar su estatus migratorio e incorporarse con plenos derechos a la sociedad (más o menos 800 mil jóvenes, la mayoría de padres mexicanos).

Ha mencionado que, además, buscará un arreglo con la oposición en el Congreso para dar legalidad a millones de personas que residen en su país sin los papeles correspondientes (cerca de 5 millones  de mexicanos). Enfrentará a los legisladores republicanos, ansiosos de marcar distancia con su gobierno y mantener su base electoral, reaccionaria y racista. Interesante reto que habrá que seguir con atención.

¿Cuál será su respuesta ante la llegada a su frontera de decenas de miles de migrantes sin documentos queriendo internarse a su país?

La coyuntura antes descrita parece plantearnos si no es ésta una muy buena, sino que única oportunidad, para que el gobierno de López Obrador tome la iniciativa y planté un esquema de movilidad humana regional basado en esquemas de responsabilidad compartida, por los cuales la movilidad humana regional se encauce, por primera vez, en un marco de legalidad, certidumbre y derechos humanos. La pelota está en nuestra cancha.

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