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Espionaje (II)

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

 

A lo largo de la historia, en conflictos internacionales o crisis nacionales se les atribuye, para bien o para mal, un papel relevante. Han auspiciado golpes de Estado, derrocado y salvado a gobiernos (Cuba, Chile, Guatemala, Argentina, Uruguay, Grecia, Panamá e Irán), protegido y robado información sensible, defendido y destruido reputaciones. Su actividad los ha llevado a desarrollar métodos inéditos para hacerse de la información que se les solicita, desde la habilidad seductora, la empatía, la complicidad falsa hasta el desarrollo y aprovechamiento de la informática.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los espías se vuelcan a la llamada Guerra Fría. La Unión Soviética y Estados Unidos mantienen una rivalidad y sospecha mutua sobre sus afanes imperialistas. En casi todo el mundo buscan imponer su poderío, su influencia. “Combatir el comunismo” se vuelve el lema de los servicios secretos occidentales, mientras que la ahora renacida KGB soviética busca implantar su influencia.

Hay casos célebres de deslealtad, corrupciones y traiciones abiertas. Uno de los casos más sonados fue el del agente doble Kim Philby, considerado como uno de los mejores espías de su época. Trabajaba para el servicio secreto británico, pero a la vez para el soviético, al que le entregó información sobre el armamento nuclear estadunidense. Se retiró a vivir en Moscú, donde fue condecorado con el “Orden de la Bandera Roja”, uno de los más altos honores de la Unión Soviética.

La vigilancia de ciudadanos es otra tarea por la que son conocidos los servicios secretos. En la Alemania Oriental operó el llamado Stassi, que monitoreó durante décadas a millones de personas, reportaba con detalle su vida privada, trabajo, amistades y hasta sus gustos personales. Los alemanes orientales sabían que cada paso, frase que dijeran, lectura que hicieran y reunión a la que asistieran podría ser escuchada y fotografiada para ser usada en su contra. Al caer el muro de Berlín, este temido cuerpo tenía más de 91 mil espías.

A raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, los servicios de inteligencia volvieron al centro de la escena. El atentado no sólo derribó las Torres Gemelas y parte del Pentágono, sino que además abrió un debate global sobre la eficiencia de los espías. Se cuestionó: ¿Cómo no pudieron anticipar lo que venía? ¿Quién era y por qué no se había hecho nada con Osama Bin Laden? ¿Qué se sabía de la organización terrorista Al Qaeda, presente en varias regiones del mundo? ¿No sabían que Saddam Hussein no tenía armas nucleares como lo sostuvo el general Colin Powell en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, echando por la borda su prestigio? Más importante aún, ¿qué deberían hacer para prevenir más ataques?

En esta etapa de avances tecnológicos sin parangón en la historia de la humanidad, de comunicación instantánea y de acceso a inmensos volúmenes de información, miles de millones de seres humanos pueden estar conectados al mismo tiempo. El potencial extraordinario de esta tecnología facilita el acceso a una gran diversidad y volumen de información: Desde datos estadísticos, mapas, visitas virtuales a espacios geográficos o inmuebles ubicados en lugares distantes hasta instructivos sobre cómo construir un explosivo de enorme potencia.

En ese inmenso caudal de correos y mensajes digitales se transmite información, alertas, todo tipo de datos con fines legítimos, pero también se comunican instrucciones, planes e información de grupos terroristas, de traficantes de niños y mujeres, de narcotraficantes. ¿Cómo detectar la diferencia?

Hoy se debate la legalidad de la actividad de espionaje, incluso se cuestiona su propia existencia. ¿Hasta dónde un gobierno puede interferir en los datos y la vida privada de un ciudadano? ¿Se justifica violentar su privacidad para evitar un “mal mayor”? ¿Se justifica interferir las comunicaciones de presidentes de países aliados?

Si partimos de la base que todos enfrentamos un mundo incierto con grandes oportunidades y riesgos inéditos: radicalismos religiosos, fanatismos ideológicos, desplazamientos de millones de personas, tráfico de armas y explotación de seres humanos, así como ataques cibernéticos capaces de crear colapsos financieros, se hace evidente que se requiere de los servicios de inteligencia.

La pregunta crucial es: ¿qué quieren los gobiernos y sus ciudadanos de sus espías? Y más concreto: ¿qué queremos?, ¿qué esperamos y qué necesitamos los mexicanos de nuestra inteligencia civil?

 

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