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Mirar hacia adentro (I)

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

 

A los mexicanos también nos desconcertó el agresivo discurso del hoy Presidente. Tal vez guarda rencores por sus negocios fallidos en México (llama la atención que no tengamos un hotel Trump en nuestras playas cuando construye en muchos otros países) o también su plataforma ganadora tocó la fibra desinformada, xenófoba, de suficientes estadunidenses que se identificaron con él y apoyan que nos insulte, le creen que el comercio bilateral es la causa de su desempleo, de que somos responsables del consumo de drogas en su país. En suma, que nuestra vecindad es un mal necesario, pero no inevitable, para lo cual hay que construir muros, expulsarnos y dejar de importar de México desde coches hasta aguacates.

En menos de un año nos cambió el panorama y hoy enfrentamos un escenario de incertidumbre: ¿denunciará el Tratado de Libre Comercio de América del Norte? ¿Lo dejará su Congreso? ¿las empresas afectadas presionarán suficiente para que no las prive de un enorme mercado? ¿deportará a millones de mexicanos? ¿construirá el muro? ¿qué hacer?

No dudo que se trata de un reto sin precedente para la política exterior y que mucho está en juego. No es fácil lidiar con alguien tan impredecible y visceral, que los márgenes de negociación son limitados y que la histórica asimetría de poder entre los dos países se ha hecho más evidente que nunca.

No estamos solos en este dilema, los líderes de países más ricos y poderosos parecen haber resuelto el galimatías de cómo ganarse al ocupante de la Casa Blanca: halagar su ego. Ha quedado claro que Trump adolece de un narcisismo exacerbado que lo lleva a responder con furia a quien lo critica o disida de sus deseos y, a la vez, olvidar reclamos o agravios con quien lo adule y le dé por su lado. Macron, Trudeau, Jinping y hasta el siniestro Duterte, el asesino presidente de Filipinas, lograron que olvide sus demandas y acusaciones al organizarle fastuosas recepciones y darle el trato que se prodigaba a los emperadores romanos que regresaban victoriosos de una batalla. ¿Será esa estrategia posible para nosotros?

Se especula si terminará sus cuatro años en el poder, si lo irán a enjuiciar sus propios compañeros de partido, si en 2018 sufrirá una estrepitosa derrota electoral que lo obligará a renunciar, si se enferma, si se cansa, si el fiscal Mueller encuentra el vínculo con el gobierno ruso que confirme que hubo una deliberada colusión para derrotar a Clinton, que si sus familiares van a resultar responsables y, por ende, sujetos a juicio, lo cual lo llevará a renunciar a cambio de su inmunidad. O la pesadilla: si se reelige en 2020.

Con esta colaboración inicio una serie en la que deseo compartir con mis lectores algunas reflexiones que buscan responder a varias preguntas. Con Estados Unidos, ¿cuáles son en realidad las cartas que tenemos para negociarlas con oportunidad y eficacia? Con Trump o sin él, ¿qué tipo de relación queremos establecer en los próximos años con nuestro vecino del norte? ¿aprenderemos la lección y vamos a diversificar nuestros intercambios comerciales?, ¿seremos congruentes entre lo que reclamamos a Estados Unidos por el maltrato y discriminación a nuestros paisanos y lo que hacemos con los centroamericanos?, ¿cuál es la mejor opción, la que más conviene a los intereses nacionales respecto del narcotráfico?

Todos estos y otros varios escenarios ocupan hoy buen espacio en los medios de comunicación, en los círculos académicos, en charlas de café, sin embargo, creo indispensable pensarnos y respondernos con honestidad: ¿qué tenemos que hacer hacia el interior de nuestra sociedad, nuestras instituciones, nuestro comportamiento, para adquirir autoridad moral y confianza, y enfrentar no sólo a Trump, sino a un mundo incierto e inseguro que cambia a velocidad vertiginosa?

En asuntos más concretos, ¿qué queremos hacer en materia de migración internacional, combate a la delincuencia, en el control y administración de nuestras fronteras? ¿cómo fortalecer nuestro incipiente Estado de derecho?

En mi próxima colaboración empezaré por un asunto que me parece central en la cadena que conforma el sistema de legalidad, procuración de justicia y Estado de derecho: las cárceles mexicanas. Mejor dicho: el sistema punitivo ante quien delinque y viola las leyes.

La inseguridad es hoy la principal preocupación de los mexicanos, aplicar la ley y sancionar a quienes la violan es un principio de los sistemas democráticos, la pregunta es: ¿tenemos conciencia y conocimiento de lo que pasa en nuestras cárceles?, ¿es una solución o es una manera de perpetrar el delito y la impunidad? Su denominación es correcta: centros de reinserción social, ¿en serio?

 

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