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Los inocentes

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

 

Dejar tu pueblo, tus amigos, tu cultura, tu idioma, empezar a experimentar el miedo a lo desconocido, ver la angustia de tus padres en su cara al ser detenidos por un hombre uniformado que si bien les va, les pide dinero a cambio de dejarlos seguir su camino o, lo peor, ser secuestrados en una infame “casa de seguridad” donde se ven apretujados con otros extraños que sufrieron la misma mala suerte.

¿Se imagina usted a su hijo o hija de cuatro años viviendo esta pesadilla? ¿Podemos imaginar el reto sicológico que tendrán para superar ese terror y aprender a adaptarse a otra cultura, con otro idioma, con la sensación permanente de no pertenecer a ella? ¿Qué sentiría usted si es detenido en su trabajo, esposado, fichado y puesto en un camión para ser “deportado” a su país dejando a sus hijos atrás? ¿Se imagina la angustia de sus hijos y su esposa?

Superados los miedos y sustos del viaje, estos niños y niñas empiezan su nueva vida con el entusiasmo e inocencia propios de su edad. Logran hacer amigos y aprender el nuevo idioma y la historia del poderoso país al que ahora pertenecen; cantan su himno y saludan con respeto a la que para ellos es su bandera. Por otra parte, leen la historia cuando su país invadió México, cuando “pagaron” por arrebatarle la mitad de su territorio, les enseñan que Cuauhtémoc formó parte de una civilización “salvaje” que les sacaba el corazón a niños como ofrenda a sus extraños dioses.

De manera gradual, todo lo que aprendieron y vivieron en su infancia los lleva a ser parte de esa sociedad, a sentirse “americanos”. En su casa tal vez subsiste el español, pero también sus padres les hablan en inglés que  probablemente sus abuelos no hablen. Se sirve comida mexicana en sus fiestas, se escucha la alegre música tropical, los mariachis y los boleros románticos. Sus vacaciones las pasan en México con sus primos, tíos y abuelos, donde reconocen sus orígenes y se sienten orgullosos de pertenecer.

Se acostumbraron a ser “ilegales”, a que sus padres hicieran sus vidas “sin papeles”; ellos han trabajado duro, ganan poco, pero suficiente para mantener a la familia, pagan impuestos y, con suerte, un banco les prestó para comprar un auto o una casa. Con el tiempo llegaron a su adolescencia y estudian para ser profesionistas. Muchos lo logran, la inmensa mayoría son jóvenes valiosos, honrados, divertidos y trabajadores. Sus planes han sido como los de sus compañeros blancos o negros: superarse y tener una vida mejor que las de sus padres.

Nadie les advirtió que todo su futuro se pondría en riesgo porque un señor lleno de odio y crueldad considera que violaron la ley y deben ser deportados. Menos aún que el procurador general, famoso por su racismo declarado, mienta y los acuse de “quitarle el trabajo a cientos de miles de americanos”. ¡Pero ellos son y se sienten “americanos” también!

A este par de xenófobos no les importó que cerca de 80% de los casi 800 mil jóvenes que intimidan y amenazan, son de México y Centroamérica. Nosotros, su vecino, socio comercial y país clave para la seguridad nacional de Estados Unidos. En cuanto al Istmo Centroamericano, no consideraron que esta región atraviesa por una crisis de violencia donde la gente huye por el pavor a las pandillas que la amenaza. Es allí donde tendrían que regresar las víctimas inocentes de sus prejuicios.

Educados a que la gente común y corriente tiene derechos y que los políticos están obligados a actuar en su beneficio, estos jóvenes han salido a las calles a protestar, se organizan y litigan su caso ante los tribunales en los que confían y van a los medios a denunciar la arbitrariedad e injusticia.

Sus gritos, sus reclamos con lágrimas de miedo y coraje, conmueven a quien tenga un poco de sensibilidad y sentido de humanidad. Pero no al señor que manda, el que se molesta si lo contradicen, el que es una amenaza para el mundo, el Narciso mayor. Seguro que él duerme tranquilo, no escucha el clamor, la indignación y rabia de los inocentes.

Por fortuna, estos “soñadores” viven en un país donde hay instituciones que defenderán su causa. La política en Estados Unidos es igual que en el resto del mundo, prevalecen los cálculos electorales, la lucha despiadada por el poder, las presiones de grupos de interés, las revanchas y celos personales (qué mejor ejemplo que la obsesión del aspirante a dictador contra su antecesor). También hay una sociedad civil que ha salido en su defensa, autoridades estatales y locales, universidades, medios de comunicación, organizaciones de derechos humanos, todos están preparando la batalla en el Capitolio, donde los republicanos tienen la oportunidad de demostrar que no comparten las fobias e ignorancia de quien hoy se supone los representa. Pronto lo sabremos.

 

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