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Vaivén

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

“En memoria de Joaquín Arenal,colega y amigo leal”.

 

 

En muchas partes del mundo los procesos electorales han dado decepcionantes sorpresas, pero como dice el refrán “Mal de muchos, consuelo de tontos”. Todavía no nos reponemos de la elección de Donald Trump, así como los ingleses no acaban de entender por qué votaron para salirse de la Unión Europea. En cambio, Francia recupera su tradición democrática y muestra su madurez política, al elegir a un personaje carismático de 39 años sin partido, que no sólo ganó la Presidencia de su país, sino que todo indica obtendrá la mayoría en la Asamblea Legislativa con candidatos-ciudadanos que van desde una exrejoneadora, un maestro de matemáticas, exalcaldes, homosexuales y la diversidad de perfiles que a usted se le ocurra.

La canciller Merkel en Alemania parece enfilarse a otra reelección el próximo 24 de septiembre. En Canadá gobierna hoy otro hombre joven, carismático, serio y liberal que derrotó al aburrido, obstinado y conservador exprimer ministro Harper.

El caso inglés dio otra sorpresa el pasado 8 de junio cuando la primera ministra, Theresa May, llamó a elecciones con las que pretendía obtener un triunfo rotundo y llegar así fortalecida a las cada vez más difíciles negociaciones con la Unión Europea. Sin embargo, se equivocó de manera dramática, no leyó lo que el ciudadano inglés piensa y siente; estuvo a punto de sufrir una estrepitosa derrota frente a Jeremy Corbyn, líder de la oposición, extrotskista con larga experiencia política, controversial, casado con una mexicana, cuyo programa de gobierno hubiera sido el más radical de izquierda que Reino Unido jamás ha tenido.

El factor decisivo que en casi todos estos casos explica los resultados electorales sorpresivos, ha sido la participación de los jóvenes votantes, no sólo aquellos que han ido a las urnas por primera vez, sino los de 18-35 años. Por ejemplo, las 2/3 partes de ellos votaron por el Partido Laborista, que planteaba revisar la decisión de abandonar la Unión Europea. Los resultados obligaron a la orgullosa May a buscar el apoyo de un minúsculo partido de la derecha en Irlanda del Norte, para con ello lograr obtener la mayoría simple, que le permita formar gobierno; ha quedado tan debilitada, que no se descarta que surja dentro de su propio partido un movimiento para destituirla.

Al voltear la mirada a México, el panorama que vemos es desolador. Se ha escrito suficiente sobre el desencanto frente a la vuelta al pasado en términos del uso y abuso de recursos públicos para favorecer al candidato del gobierno en turno, la compra de votos, el pago por retener la credencial de elector y desalentar la participación ciudadana, los videos y grabaciones incriminatorias, la denuncia penal y corrección tardía sobre la integridad de la familia de la candidata del PAN al Estado de México, y una larga lista de irregularidades que dejan en ridículo las leyes electorales y las autoridades encargadas de su aplicación. Ante tal descaro, ¿veremos la nulidad de los resultados en Coahuila o en el Estado de México?

En la elección presidencial de 2018, según las cifras disponibles, podrán votar poco más de 24 millones de jóvenes de 18 a 29 años. Si bien las estadísticas indican que sólo 60% de aquellos que pueden hacerlo por primera ocasión acudirán a las urnas, esa cantidad se reduce a un porcentaje entre 35 y 40 por ciento para el resto con derecho a votar. El abstencionismo esperado no es de extrañar, basta leer las encuestas de los mexicanos sobre la opinión que tienen de la política y los políticos, para tener claro por qué ese desinterés. Es difícil encontrar un joven que crea en la utilidad de su voto, que se identifique con las “plataformas” de cualquier partido político o con alguno de sus líderes.

Lo que lastima y nos debe preocupar y ocupar a todos los mexicanos es que la gran mayoría de nuestra sociedad está decepcionada y harta y por la inseguridad, la corrupción, la impunidad, la extorsión que sufren las pequeñas y micro empresas, la precariedad de sus salarios y el cinismo extremo de los políticos.

Como bien plantea Alejandro Moreno en El Financiero, no basta quedarnos con las disquisiciones futuristas de ¿quién será “el bueno”?, sino reflexionar sobre qué queremos y cómo nos proponen alcanzarlo.

Da envidia ser testigos de elecciones en otros países que cuentan con instituciones y leyes electorales que le permiten al ciudadano común y corriente decidir con libertad y confianza quién quiere que lo gobierne, quién lo convenció con su propuesta y cómo implementarla, pero, sobre todo, quién le da confianza y orgullo para elegirlo.

En México, la elección de 2018 nos plantea un enorme desafío para que podamos tener esa confianza y la satisfacción mayoritaria de que elegimos a un líder competente y honesto en un ambiente de respeto a la ley. Cabe preguntar si tendremos una elección de la cual sentirnos orgullosos o si terminará por ser un mero vaivén que nos haga “perder lo que se intenta, o malograr lo que se desea”.

 

Twitter: @GustavoMohar

 

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