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No hay tela de dónde cortar…

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Como ya es común, estamos saturados de publicidad: notas de prensa —pagadas y espontáneas— análisis sesudos de nuestra comentocracia y, sobre todo, de promesas de campaña de cada uno de los candidatos que parecen competir por encontrar la frase más original, la oferta más atractiva, la fórmula novedosa que convenza como solución a problemas ancestrales. En sus presentaciones, todos sin excepción sonríen siempre, aún cuando hablen de temas como la delincuencia, el desempleo, la pobreza o la precariedad en que viven la mayoría de los acarreados a sus mítines.

Se mantuvo la costumbre de pintar bardas con frases de esperanza y oferta de un futuro brillante, las cuales quedarán con esos lemas por años. Hace poco vi en una carretera a Guadalajara una del finado ¡Luis Donaldo Colosio! Y no digamos los spots en radio y televisión, a todas horas del día; insulsos y huecos. Me pregunto: ¿Qué efecto real tendrá esta propaganda política en una obrera, un chofer de camión de pasajeros en el Estado de México, una ama de casa abrumada por los gastos diarios o un joven desempleado?

A todas estas acciones se suma la danza del dinero. No quiero mencionar cifras que ya no dicen nada, pero todo el mundo coincide que en las campañas se han gastado miles de millones de pesos en despensas, regalos, comida o gratificaciones de dos mil pesos por el “préstamo” de la credencial de elector, la cual devolverán a su titular con otro “bono” de la misma cantidad después de que cierren las casillas. Como dijo Jorge Castañeda, “…antes se daba dinero para que fueran a votar, ahora para que no vayan”.

Carece de sentido el principio de política electoral adoptado hace tiempo, que parte del supuesto de que la manera de evitar que los candidatos reciban dinero “sucio” que los comprometiera con sus donantes, ya sean empresarios o narcos, es dar a sus partidos mucho dinero para que sólo utilicen ése en sus campañas. Lo que ha sucedido en todas las contiendas electorales recientes es una farsa de ese principio.

Cada una de las cuatro entidades citadas tiene cierto simbolismo. Nayarit, que por lo general se concibe como un estado sin grandes problemas, está hoy en el candelero, debido a la creciente presencia del narcotráfico, a que su fiscal general está detenido en Estados Unidos, acusado de lavado de dinero y delitos contra la salud. Coahuila es el epítome del nepotismo y la impunidad, ¿votarán los coahuilense por el partido que les heredó a los hermanos Moreira? Veracruz elige a sus presidentes municipales en un entorno que tiene como fondo el escándalo de corrupción más cínico de un gobernador, la presencia y control de la delincuencia organizada en varias regiones y de una competencia electoral real; donde los partidos de oposición esperan dejar claro que el PRI pasó a la historia en esa entidad.

El Estado de México es la joya de la corona. Ya se ha escrito hasta la saciedad lo que representa esta elección. Me limito a apuntar que no sólo hay una expectativa nacional sobre su desenlace, también la prensa internacional difundirá lo que suceda. Todo indica que gane quien gane, se impugnará el resultado, que se harán acusaciones de fraude y derroches, y esperemos que no de violencia. La imagen internacional del país y del gobierno del presidente Peña Nieto estarán en la picota.

Lo que no me deja de sorprender es que desde que tengo memoria de la vida pública en México, siempre han estado presentes las mismas quejas, reclamos y acusaciones. Pareciera que las elecciones se han convertido en un burdo ritual, que dudo se lo crean hasta los que lo protagonizan. Hay una enorme distancia entre la euforia aparente en los mítines de los seguidores, con la presencia de su candidato y la cotidianidad de la inmensa mayoría de los ciudadanos ajenos al juego de la política.

Pregunté a un colega que vive en el Estado de México si a él y a su familia le habían ofrecido “rentarle” su credencial de elector, su respuesta fue contundente: “claro, anduvieron por toda la colonia, en mi casa mi madre que es ya una anciana, aceptó, al reclamarle por qué lo hacía nos dijo: todos son lo mismo, son siempre mentiras y promesas que no cumplen, al menos a mí este dinerito me sirve para comprarme algo de ropa”.

Como colofón y no como consuelo, tuve oportunidad de estar en Malta, el histórico y diminuto país ubicado en medio del Mediterráneo, al sur de Italia. Es una país con tan sólo 27 kilómetros de largo, cerca de 330 mil habitantes y una larguísima historia de invasiones rechazadas con una férrea voluntad de soberanía y dignidad que los llevó a obtener su independencia apenas en 1979; este domingo 4 de junio, los malteses votarán si reeligen o no a su primer ministro, cuyo nombre apareció en los famosos Panama Papers. Rumbo al aeropuerto el taxista me dijo: “Estamos hartos de la corrupción y el abuso de este gobierno, nos engaña y miente, lo malo es que la oposición no tiene un candidato que convenza, la gente está harta por no tener una buena opción, no dudo que esto acabe mal”. Suena conocido…

 

Twitter: @GustavoMohar

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