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El “oso” flemático

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Londres es una ciudad multicultural, cosmopolita y centro financiero, intelectual y artístico. A la vez, su campiña, pueblos y castillos son célebres por su belleza y tradición. Es famosa la “flema” inglesa, entendida como una actitud distante, en apariencia fría, pero plena de educación y cortesía. Basta viajar por el metro londinense para observar los modales, el respeto a las reglas de acceso y salida, la presencia de estrafalarios punks, junto  a los trajes serios de raya gris de banqueros y profesionistas.

Pero debajo de esta aparente formalidad y orden, subyace  el otro extremo: la pasión desbordada en sus estadios, la violencia de los llamados hooligans, el consumo de cerveza que es de los más altos en el mundo, barrios y ciudades depauperadas donde conviven familias inglesas en extrema pobreza y las minorías étnicas procedentes de sus antiguas colonias: indios, pakistanís, caribeños, y en los últimos años, migrantes de Europa Oriental, China y Rusia. 

En los meses recientes se vivió en Inglaterra una campaña política sin precedente. En un error craso de cálculo del primer ministro Cameron, se puso a consideración un asunto de extraordinaria complejidad mediante un referéndum limitado a contestar una simple pregunta: ¿Inglaterra debe o no,  seguir en la Unión Europea?

Confiado en que el voto afirmativo sería abrumador, Cameron y con él su gobierno, sufrieron una sorpresiva y trascendente derrota. Por una diferencia de 1,269,501 millones de votos de un total de 33 millones, es decir el 3.8%, decidieron no pertenecer a esa alianza política, económica y geográfica, en la que se ha basado la fortaleza y desarrollo de Europa y en gran medida, de Inglaterra.

Mucho se ha escrito para explicar qué fue lo que pasó y cuáles  pueden ser los escenarios que enfrentará Inglaterra en lo interno y en sus relaciones internacionales. Incertidumbre y miedo resumen el ambiente inglés y europeo, sólo se coincide que es un hecho de enormes repercusiones que implican un cambio de largo alcance. Hoy parece más probable que Inglaterra pierda mucho más de lo que se suponía podría ganar. 

En esta entrega quiero describir quiénes son los que lideraron ese movimiento de salida. Destaco dos personajes: Boris Johnson, quien fuera hasta hace poco alcalde de Londres, hijo de la élite inglesa, siempre polémico, hábil en el debate y en el discurso, con una memoria prodigiosa que suele usar para citar a los clásicos; parecía ser el líder natural para reemplazar al abatido Cameron. Contra todas las expectativas, una vez que lograron ganar el voto mayoritario, anunció  que no competirá por el liderazgo del Partido Conservador.

En una editorial devastadora, el periódico The Guardian se felicita de esa decisión, pues califican a Johnson como un “narcisista, frívolo, mentiroso compulsivo, misógino y centrado en lo único que en realidad le importa, su propia persona; su elección hubiera sido un desastre”.

El otro promotor de esta aventura suicida fue Nigel Paul Farage, otro conspicuo representante de las élites. Se hizo multimillonario como casabolsero y es presidente de un partido de relativa nueva creación  (UK Independence Party), cuyo principio y razón ha sido que Inglaterra se retire de la UE con el fin de ser “independientes y recuperar su soberanía”.  Este personaje mintió de manera descarada para crear miedo y angustia al segmento de electores mayores de edad y a los jóvenes y trabajadores marginados, sobre el supuesto impacto positivo que tendría en  la economía inglesa su salida de la UE. Usó propaganda similar a la del nazismo contra los judíos, al equiparar la llegada de migrantes y refugiados del Medio Oriente y África, como un riesgo a la identidad y seguridad de los ingleses.

Cuando regresó triunfante al Parlamento Europeo donde ha estado desde 1999,  fue abucheado por sus colegas y se defendió a gritos: “Ustedes se rieron de mí, veamos ahora quién se ríe mejor”.

Estos dos personajes en sus discursos no apelaron a los hechos o datos duros, sino a los sentimientos de abandono, marginación, rencor social y reclamo de los mayores de edad, de los jóvenes sin empleo ni educación e inclusive a un sector de la clase media incrédula de los políticos y partidos tradicionales. Los convencieron de votar en contra, sin pensar en favor de qué lo estaban haciendo.

Al día siguiente de conocerse los resultados, surgió un ambiente de desconcierto y culpa. Como si se hubieran despertado de un sueño donde se atisbaba un futuro ideal y próspero, para encontrarse con un enorme desafío: lograr una nueva relación con sus exsocios del continente que les permita seguir con los enormes intercambios comerciales y financieros, recibir subsidios y  turismo, viajar sin controles fronterizos para disfrutar de sus bellezas naturales, culinarias y culturales. En unos días, Inglaterra pasó de ser la quinta economía mundial a ocupar el sexto lugar.

El británico puede perder su Reino Unido y quedar, de manera literal, “aislado” en un mundo que necesita integrarse por conveniencias económicas y de seguridad.

Ojalá nuestros vecinos del norte entiendan los peligros que conllevan los discursos de odio, las mentiras encubiertas de ofertas falsas, de promesas de un futuro que sólo es una quimera, un engaño sostenido por “líderes” con personalidades enfermas de prejuicios, egoísmo, cinismo y soberbia. ¿Se dejarán arrastrar nuestros vecinos como lo acaba de hacer el país de sus ancestros? Recomiendo a mis amables lectores un ensayo ilustrativo que trata de desenmascarar quién es en realidad Donald Trump, publicado en la revista The Atlantic en su número de junio de este año.

Twitter:  @GustavoMohar

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