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Remesas

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Cuando se piensa o platica sobre las razones por las que los mexicanos —hombres, mujeres y niños— se van a vivir a Estados Unidos, la primera idea que surge es que van en búsqueda de una mejor opción de vida, ya que sus lugares de origen no les ofrecen oportunidades o expectativas tanto de trabajo como de ingreso, que les permitan mantener con dignidad a su familia, darles una mejor educación, salud y bienestar.

La inmensa mayoría se va con la idea de permanecer fuera de su hogar sólo por una temporada, tener un ingreso que les permita ahorrar, ya sea para pagar una deuda, los gastos de la enfermedad de un pariente, la fiesta de 15 años de la hija, el segundo piso de su casa o poner un pequeño negocio. Piensan que al regresar van a ser reconocidos por sus parientes y vecinos y  gozar de los dólares que les rendirán mucho más que los pesos mexicanos.

Sin embargo, para la inmensa mayoría esas expectativas no se concretan en la realidad. En muchos casos, los primeros sueldos los tienen que destinar a pagar la deuda que contrataron para pagar al pollero o traficante que los cruzó la frontera, con intereses usureros y la amenaza que de no cumplir, su familia sufrirá las consecuencias.

Una vez que logran encontrar un trabajo, tienen que hacer gastos para alquilar una vivienda, comprar ropa para soportar el frío del invierno, adquirir los utensilios de trabajo, pagar transporte, comida y medicinas.

Ya que han logrado establecerse, pueden empezar a enviar a sus familias los dólares sobrantes los cuales se conocen como remesas.

Cada año nos enteramos por los reportes del Banco de México de las decenas de miles de millones de dólares que ingresaron al país por este concepto. Los analistas económicos reconocen el impacto favorable de éstas en la balanza de pagos del país, los políticos hacen discursos reconociendo las contribuciones de los paisanos, pero en realidad se piensa y menos se entiende la dimensión humana, social y cultural que éstas representan.

En 2013, México recibió un aproximado de 22 mil millones de dólares de remesas. Antes de la crisis económica, en 2007, se alcanzó un máximo histórico con un monto superior a los 26 mil millones de dólares; Michoacán, Guerrero y Oaxaca son las entidades que más envíos reciben y a la vez más dependencia generan; en el primero de ellos las remesas representan casi cerca de 8% del producto interno bruto estatal.

En cerca de la mitad de los hogares que reciben estos hogares, son las mujeres las que ocupan la jefatura familiar; consecuente con la movilidad interna, las remesas son enviadas ahora en más de 40% a zonas urbanas, siendo que hace apenas 15 años 70% llegaba a las zonas rurales.

¿Cómo entender el impacto, el beneficio y el costo que este envío de dinero tiene para millones de familias mexicanas? ¿Qué representa para una esposa ir cada mes al telégrafo o al banco o la casa de cambio a preguntar si le ha llegado dinero de su marido? ¿Qué esfuerzo representa para un oaxaqueño que trabaja levantando champiñones durante 14 horas diarias, en cuclillas, llenando cajas, pues se le paga a destajo, con la humedad que le provoca infecciones recurrentes de vías respiratorias por la humedad una artritis discapacitante todo ello a cambio de enviar no más de 300 dólares al mes de los cuales hasta hace poco los negocios de transferencia de divisas les cobraban hasta 20% de comisión sobre el monto transferido?

Las estadísticas confirman  que esa idea de estar fuera del país por un periodo de tiempo corto se extiende ante la imposibilidad de ahorrar el patrimonio básico al que aspiraban, a la ausencia de empleo y oportunidad que persiste en la comunidad de donde salió y por ende, el migrante se integra de manera gradual a la sociedad que lo acogió, en ocasiones crea una nueva familia y el envío de dinero a México va menguando hasta desaparecer.

Sin embargo, como en todos los múltiples efectos silenciosos de la migración hacia Estados Unidos, existe el lado amable. Los trabajadores agrícolas, los de la construcción, hotelería, servicios domésticos, los meseros, cocineros, jardineros, las nanas y los encargados de los ancianos, todos se sienten orgullosos y contentos de ir a un banco, a una casa de remesas para enviar a sus parientes el apoyo y no en pocas veces el sustento fundamental para sus familias. Dejan atrás el cansancio, la angustia de ser deportados, de dormir en cuartos de tráilers y trabajar seis días a la semana por la simple satisfacción y orgullo de retribuir a su familia lo que no les pudieron dar cuando estaban con ellos.

Todos los días, cientos de miles de pequeños montos  llegan a México. Todos los días en un extremo se envían para subsanar la distancia, el desapego, y en el otro extremo se recibe con  alivio, gratitud  y añoranza el dinero del ausente. Es una expresión más del carácter y persistencia admirables de los migrantes mexicanos.

                *Director Grupo Atalaya

                gustavomohar@gmail.com

                Twitter:@GustavoMohar

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