Lenguaje de paz
Las redes han multiplicado también estrategias de polarización y demonización ideológica, a través de un lenguaje cada vez más duro y violento. Los argumentos se sustituyen por ofensas.
La irrupción de las redes sociales ha generado un fenómeno inaudito en nuestra historia política. Antes del espacio digital, el debate público estaba reservado para una minoría selecta, vinculada siempre a las instituciones del estado, los partidos y los periodistas de los medios tradicionales.
La aparición de YouTube, Twitter y Facebook, en especial, ensanchó las posibilidades de debatir y contrastar para segmentos muy amplios de ciudadanos que encontraron en estas plataformas un medio idóneo para participar en una nueva ágora digital que ha transformado para siempre la forma en que se discuten los temas más importantes de la agenda.
Sin embargo, las redes han multiplicado también estrategias de polarización y demonización ideológica, a través de un lenguaje cada vez más duro y violento. Los argumentos se sustituyen por ofensas y se busca con frecuencia la destrucción de prestigios y trayectorias con tal de salir adelante en la coyuntura.
La historia nos enseña que el florecimiento de la democracia está conectado de manera inevitable a un lenguaje de debate, diálogo, tolerancia y paz. Cuando las expresiones e intercambios entre competidores políticos se manchan de adjetivos violentos y amenazas, el espíritu civilizatorio que debe acompañar a la disputa legítima del poder, se extravía abriendo escenarios peligrosos e indeseables.
No hemos logrado salir aún de los efectos perniciosos de una pandemia mundial y ya nos encontramos inmersos en una cruenta guerra en Ucrania con miles de pérdidas humanas y más de 1.5 millones de personas que han salido abruptamente de sus pueblos y ciudades, convirtiéndose en el éxodo más rápido en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
A través de reportes de guerra crudos, instantáneos y permanentes, una nueva generación de internautas observa los horrores de la guerra, situación que anteriormente sólo conocían por relatos históricos o documentales de cine y televisión.
Esta escalada de violencia viene precedida de un lenguaje duro y ofensivo que poco a poco ha desplazado a la diplomacia y a las formalidades del discurso político tradicional.
En nuestra región, la polarización reinante se acompaña también de un tono y un fondo discursivo cada vez más agresivo. Los puentes históricos entre proyectos históricos antagónicos han sido dinamitados con tal de obtener victorias de ocasión.
Las campañas electorales son espacios naturales de contraste y conflicto, sin embargo, después de la lucha por los votos, es indispensable retomar el diálogo y la cooperación entre rivales para aprobar presupuestos, diseñar nuevas leyes y enfrentar escenarios cada vez más desafiantes.
A través de las Misiones de Observación Electoral de la OEA hemos podido constatar que el tono de la contienda se ha ido endureciendo de una manera acelerada, dando paso a campañas cada vez más concentradas en la descalificación y los agravios personales.
BALANCE
Dicen los que saben, que en política, “la forma es fondo"; que con los adversarios, más que con cualquiera, es saludable elevar el nivel del debate, pensando siempre, que los gobernantes de hoy serán los opositores del mañana.
En la difícil época que nos ha tocado vivir, es importante recordar que para mantener saludable a la democracia es necesario mejorar sustantivamente la calidad del debate público.
Recuperar un lenguaje de paz en los intercambios cotidianos de la democracia debería ser un objetivo permanente de gobiernos, partidos y ciudadanos. La violencia en el lenguaje y la descalificación permanente nos llevan siempre a un callejón sin salida. Es urgente alzar la mira antes de que sea demasiado tarde.
* Los puntos de vista son a título personal.
No representan la posición de la OEA.
