Corazón democrático

La progresividad de la democracia implica que los derechos no pueden disminuir, sólo pueden aumentar y progresar gradualmente. Ninguna medida podrá tener un carácter regresivo.

La democracia no es estática, por el contrario, es dinámica y se transforma. A lo largo de los años se le han puesto muchas etiquetas: electoral, participativa, deliberativa, procedimental, liberal o comunitaria. Sin embargo, todas las teorías democráticas poseen dos elementos centrales: un corazón o núcleo esencial y su respectiva progresividad democrática. 

 El núcleo esencial de toda democracia radica en tener un gobierno electo por la mayoría que respete los derechos y libertades fundamentales, promoviendo siempre la vigencia del Estado de derecho. Los votos son el torrente sanguíneo del que se nutre nuestro corazón democrático. 

La progresividad de la democracia implica que los derechos no pueden disminuir, sólo pueden aumentar y progresar gradualmente. 

 Ninguna medida podrá tener un carácter regresivo, que disminuya, menoscabe o impida su ejercicio. 

 El núcleo esencial y la progresión de la democracia se han proyectado hacia el contexto internacional como los estándares mínimos, bajo los cuales se puede considerar que una nación vive en un contexto democrático. 

Como lo destaca Luis Almagro, secretario general de la OEA: “La Organización ha sido y es la primera instancia internacional que consagró entre sus propósitos que sus estados miembros debían ser democracias representativas, que la cooperación en el respeto al Derecho Internacional era piedra angular y que la protección de los derechos humanos es un componente esencial a ser cumplido por todos”. 

El corpus iuris interamericano, específicamente la Carta Democrática Interamericana en su artículo 1 señala que los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos, la obligación de promoverla y defenderla. El estado democrático de derecho es una obligación internacional que todos los estados miembros han reconocido en los instrumentos jurídicos que los vinculan. 

 En este contexto, la defensa de la democracia no puede ni debe ser cosmética, retórica o superficial. Las instituciones democráticas no deberían tomarse como un elemento garantizado, siempre es necesario robustecerlas y defenderlas. 

 La defensa de la democracia implica denunciar sin ambages ni dobles raseros a quienes intentan camuflar sus objetivos autocráticos y relativizan el contenido esencial de toda democracia, pervirtiendo y distorsionando principios como la soberanía, la independencia, la autodeterminación de los pueblos, la justicia, la paz y la libertad para ponerlos al servicio de sus proyectos personales. 

 Estos ropajes seudodemocráticos atacan el núcleo esencial y la progresión de la democracia. En estos ropajes encontramos: la concentración autocrática del poder, la cooptación de las cortes y organismos electorales, la persecución de la oposición política, las violaciones recurrentes a los derechos humanos, la imposición de la censura, los ataques a la libertad de expresión y la celebración de sainetes electorales que burlan la voluntad popular. 

BALANCE 

 Como afirmaba el gran pensador contemporáneo Giovanni Sartori: la democracia liberal y representativa sigue siendo un sistema de control y limitación del poder. Si el camino no es democrático, el destino tampoco lo será. 

Tiene razón Luis Almagro: “La comunidad internacional ya no puede ampararse en el desconocimiento: si no actúa sobre las dictaduras, no es por no conocerlas, es por complicidad por acción o por omisión”. 

 Los problemas de la democracia solo pueden ser resueltos con más democracia, nunca con menos. Normalizar la existencia de dictaduras nos aleja de nuestros principios y valores. Mantener latiendo nuestro corazón democrático es una obligación colectiva. 

* Los puntos de vista son a título personal. 

No representan la posición de la OEA 

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