Una transformación con la frente en alto

¿Se habrán imaginado alguna vez los líderes autoritarios que impulsaron políticas de desarrollo de telecomunicaciones las repercusiones sociales que éstas tendrían?: Pedro Rangel.

Internet resultó la octava maravilla del mundo. Fue impresionante, hacia mediados de los años 90 del siglo pasado, descubrir que con un simple clic en el teclado de una computadora con conexión telefónica se pudiera consultar cualquier asunto de interés: periódicos de los cuales sólo sabíamos de su célebre existencia (The New York Times, por citar uno), o el catálogo de alguna compañía de discos (la inglesa Earache, por ejemplo). Mención aparte merece el correo electrónico, que, se dijo, renovó el casi olvidado ejercicio epistolar.

A partir de entonces, el mundo cambió vertiginosamente. La “realidad” se fusionó con lo virtual. Hace unos 12 años, con la oferta de celulares de pantalla táctil en boga, la BBC lanzó, desde su aplicación para dispositivos móviles, una novedosa convocatoria: “Envíenos sus fotografías y seleccionaremos las mejores”. Muy pronto los simples ornamentos se tornaron en imágenes “periodísticas” o, si se quiere, de “denuncia”. Paralelamente, las redes sociales avanzaron como vehículos para exponer cualquier cosa. En ese sentido, habría que detenerse en los hechos que modificaron la manera en que empezamos a enterarnos del diario acontecer.

Esas pequeñas ventanas que caben en cualquier bolsillo nos mostraron con cabal libertad lo que ocurría a la vuelta de la esquina o a miles de kilómetros de distancia, con las ventajas que ello supone, pero también con los reparos, legales y morales, que han surgido. Eso es, en esencia, la tesis de La revolución de las cabezas agachadas. El poder de transformación y los riesgos de los teléfonos móviles y las redes sociales (Editorial Porrúa, 2023), de Pedro Rangel.

La información que se difundía por medios tradicionales de manera dirigida y con francas torpezas (en especial la televisión) tendría su decidido contraste con la de los ciudadanos de a pie. Resulta por lo demás relevante aquella invitación de la BBC, transformada al grado de que hoy en ningún noticiero pueden faltar contenidos apropiados de usuarios de redes que valientemente graban lo que ocurre. Una agresión del crimen organizado o algún abuso policiaco, por ejemplo.

Pero esa Revolución (así, con mayúscula) se nutrió de varias revoluciones las cuales, en efecto, tuvieron un impacto mucho mayor gracias a los “ciudadanos digitales”, como los llama Rangel: “En sus inicios, los servicios de telefonía móvil e Internet se asociaban con mayor competitividad de las empresas, con la comunicación entre amigos y familia, y con el ingreso del pueblo a la sociedad de la información. ¿Se habrán imaginado alguna vez los líderes autoritarios que impulsaron políticas de desarrollo de telecomunicaciones las repercusiones sociales que éstas tendrían?”.

Se detiene Rangel, que tiene estudios en Harvard, a revisar casos concretos de gente que activó auténticos poderes de convocatoria. De la Primavera Árabe al mexicano Yo soy 132, del Black Lives Matter a los chalecos amarillos en Francia, entre otros movimientos que en la era preInternet difícilmente habrían estremecido a millones de habitantes del planeta en cuestión de minutos. Las protestas se masificaron. Sus audiencias rompieron récords. La solidaridad y las medidas de presión se globalizaron. Cada post es una expresión de combate.

Sin embargo, los poderosos tomaron nota con la intención de contener o generar distractores, oportunamente señalados en este libro. Hay, como en la vida misma, fuerzas miserables que infunden odio y temor con el objeto de llevar agua a molinos particulares. Como sea, Pedro Rangel continúa una tradición muy importante en la historia de la humanidad: la revolución ante injusticias y desigualdades. La notable diferencia es que hoy día se agacha la cabeza mientras se mira el celular y se alza el puño con la intención de mantener la mirada de frente, digna.

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