Cuando la vida pesa... y el éxito también
Detrás de cada figura pública hay un ser humano que siente, que se equivoca, que se levanta y sigue

Gustavo A Infante
Última palabra
Este sábado a las ocho de la noche, por Imagen
Televisión, se transmite un episodio muy especial de El minuto que cambió mi destino sin censura. El invitado —o mejor dicho, la invitada— es Sheyla, una mujer que me estremeció por su honestidad brutal, por su manera de contar la vida sin filtros y sin maquillaje, tal y como es. Sheyla me dijo algo que se me quedó tatuado: “No me recuerdo nunca delgada”. Así, sin rodeos. Desde la infancia, su vida ha estado marcada por el sobrepeso, por las miradas, por los juicios ajenos y por esa crueldad cotidiana que muchas personas ejercen sin darse cuenta. Porque sí, el sobrepeso no sólo pesa en el cuerpo; pesa en el alma, en la autoestima y en la manera en que el
mundo te trata.
Sheyla habla de sus relaciones de pareja, de sus intentos por formar una familia, de sus matrimonios —o mejor dicho, de sus historias de amor— que terminaron de una manera inesperada. Tres parejas importantes en su vida, y las tres, con el tiempo, resultaron ser hombres gays. No lo dice con rencor, ni con burla, ni con victimización. Lo dice como un hecho que la obligó a mirarse a sí misma, a preguntarse por qué se repetían ciertos patrones, por qué siempre terminaba colocándose en el mismo lugar emocional.
La conversación es profunda, incómoda por momentos, pero necesaria. Porque Sheyla pone sobre la mesa temas que muchos evitan: el miedo a la soledad, la necesidad de ser amados, la urgencia de encajar, incluso a costa de uno mismo. Es una charla que duele, pero también libera. De esas que justifican por qué este programa existe y por qué el “sin censura” no es una pose, sino una responsabilidad.
El valor de la memoria televisiva
A partir de este sábado, Imagen Televisión abre un espacio muy especial para la memoria y la nostalgia. Todos los sábados a las tres de la tarde, se transmitirá lo mejor de mis programas, esos encuentros que marcaron una época y que, con el paso del tiempo, cobran un valor histórico y emocional enorme. El arranque no podía ser mejor: una conversación de Vicente a Vicente, una entrevista que tuve con Vicente Fernández en su rancho Los Tres Potrillos, en Guadalajara. No era un set de televisión; era su casa, su territorio, su mundo. Ahí, el Charro de Huentitán habló como pocas veces lo hizo, con la serenidad de quien sabe que ya lo dijo todo con canciones. Recuerdo perfectamente esa entrevista, no solo por lo que se dijo frente a la cámara, sino por lo que pasó
después.
Cuando terminó todo, Vicente Fernández, con esa mezcla de grandeza y sencillez que lo caracterizaba, él mismo nos llevó al aeropuerto. Sí, Vicente manejando una camioneta, sin poses, sin guaruras innecesarios, sin aires de divo. Así era. Así fue siempre. Ese gesto resume lo que muchos no entienden: los verdaderamente grandes no necesitan demostrarlo. Vicente Fernández fue gigante en los escenarios, pero aún más grande en lo humano. Por eso, revisitar esas entrevistas no es solo ejercicio televisivo; es un acto de memoria y de respeto.
El peso del éxito en tiempos de redes
Y hablando de pesos, no puedo dejar de tocar un tema que sigue generando polémica, ruido y, francamente, una dosis excesiva de odio digital: Ángela Aguilar. Ángela sigue siendo blanco de ataques constantes en redes sociales. Críticas desmedidas, insultos, burlas, linchamientos virtuales que, en muchos casos, no tienen nada que ver con su talento ni con su trabajo artístico. Pareciera que para algunos sectores del público, verla triunfar resulta insoportable. Lo curioso —o lo contradictorio— es que mientras en redes sociales se multiplican los ataques, en la vida real el éxito es contundente.
Ángela Aguilar acaba de cerrar ocho conciertos con localidades agotadas en Estados Unidos. Ocho fechas sold out. No una, no dos: ocho. Eso no se logra con bots ni con discursos ni con polémicas fabricadas. Eso se logra con público real que compra boletos, que llena recintos y que quiere verla cantar. Aquí es donde vale la pena detenernos a reflexionar: ¿en qué momento las redes sociales se convirtieron en un tribunal permanente? ¿Desde cuándo el hate se volvió deporte nacional? Ángela es joven, talentosa, disciplinada y heredera de una tradición musical que le pesa tanto como la impulsa. Pero también es una mujer que está aprendiendo a navegar el éxito en una época brutalmente despiadada. El aplauso llena auditorios. El odio llena timelines. Y hay que tener mucha claridad emocional para no confundir uno con el otro.
La vida sin maquillaje
Esta columna, al final, tiene un hilo conductor: el peso. El peso del cuerpo, el peso de la memoria, el peso del éxito y el peso del juicio público. Sheyla carga con el peso de una vida difícil; Vicente Fernández cargó con el peso de una leyenda; Ángela Aguilar carga con el peso de una fama temprana y de una lupa implacable. La televisión, cuando se hace con honestidad, sirve para contar estas historias sin adornos. Para mostrar que detrás de cada figura pública hay un ser humano que siente, que se equivoca, que se levanta y que sigue. Esta noche, a las ocho, los invito a ver El minuto que cambió mi destino sin censura. Y este sábado, a las tres de la tarde, a reencontrarnos con entrevistas que valen oro. Porque la vida, cuando se cuenta de frente, siempre enseña algo. Y porque el verdadero espectáculo no está en el escándalo, sino en la verdad.