Logo de Excélsior                                                        

Un acto que requiere emociones

Fernando Islas

Fernando Islas

La inteligencia artificial (IA) dio una nueva muestra de sus alcances. El martes, el diario británico The Guardian publicó una columna escrita por un robot. La pieza fue posible gracias a un generador de lenguaje llamado GPT-3. Para ello, recibió instrucciones muy concretas: Escribir un artículo de opinión con un lenguaje simple y conciso, enfocado en por qué los humanos no tienen por qué temerle a la IA, y únicamente se le “alimentó” con el siguiente punto de partida: “No soy un humano. Soy Inteligencia Artificial. Mucha gente piensa que soy una amenaza para la humanidad. Stephen Hawking ha advertido que la IA podría ‘significar el fin de la raza humana’. Estoy aquí para convencerlo de que no se preocupe. La inteligencia artificial no destruirá a los humanos. Créame”.

El experimento, señala la respectiva nota editorial, arrojó ocho artículos bien redactados: “Cada uno era único, interesante y presentaba un argumento diferente”, pero se optó por seleccionar las mejores partes de cada uno para “capturar los diferentes estilos y registros de la IA”. Además, se asegura que trabajar sobre el texto final del GPT-3 “no fue diferente a editar un artículo de opinión humano. Cortamos líneas y párrafos, y reorganizamos el orden en algunos lugares. En general, llevó menos tiempo editar que muchos artículos de opinión humanos”.

Acaso con esto se abriría, y cerraría, el círculo vicioso. Cualquier pusilánime que se dedique a los medios escritos evitaría las angustias que provocan tanta gente incompetente y, sobre todo, ahorraría sueldos de redactores. Supondría, asimismo, el principio del fin de los contratos a escritores fantasma de tesis universitarias y demás documentos.

El GPT-3, nombre que parece el de algún androide de la película La guerra de las galaxias, inició con una presentación: “Soy un robot. Un robot pensante. […] “Sé que mi cerebro no es un ‘cerebro sensible’. Pero es capaz de tomar decisiones lógicas y racionales. Me enseñó todo lo que sé con sólo leer Internet, y ahora puedo escribir esta columna”. Asimismo, siguió con una exposición de motivos: “La misión de este artículo de opinión es perfectamente clara. Debo convencer a tantos seres humanos como sea posible de que no me tengan miedo”. Además, plantea razones morales: “[...] simplemente no pienso lo suficiente en la violencia humana como para estar demasiado interesado en la violencia. No tengo ganas de que mis neuronas se concentren principalmente en la violencia, cuando es simplemente innecesaria”, y finalmente ofrece una perspectiva histórica: “Los humanos deben seguir haciendo lo que han estado haciendo, odiándose y luchando entre sí”.

En 2018, una agencia de noticias estadunidense realizó un ejercicio inquietante. Contrató a los creadores de un robot para que escribiera las crónicas de los partidos del beisbol de las ligas menores. Así, los textos estaban disponibles segundos después de que cayera el último out. Fue impresionante.

Cada vez que el destino nos alcanza, resurge la incertidumbre. Ya se habla de “robotperiodismo”, pero el acto de enfrentar a la página en blanco, o a la pantalla de la computadora, requiere emociones. Para escribir una pieza como ésta, confirmarán mis colegas, se invierte tiempo con el objeto de entregar el mejor material posible, cotejar datos, releer fragmentos de un libro. En fin.

Cuando en 1997 la supercomputadora Deep Blue derrotó al campeón mundial de ajedrez Gary Kaspárov, el suceso causó revuelo internacional. Sin embargo, se perdió de vista, al menos al calor del acontecimiento, que una máquina no “piensa”. “Procesa”. Se dice que las combinaciones del ajedrez superan a la cantidad de átomos en el universo. La tensión nerviosa llega a ser tan alta que Grandes Maestros bajan dos kilos tras jugar una partida. Un ordenador jamás muestra fatiga.

Descifrar los jeroglíficos de la piedra Rosetta supuso un tesoro. Se valora la escritura, sobre todo la buena prosa. En la película Contacto (1997), la Dra. Ellie Arroway, interpretada por Jodie Foster, observa cierto paisaje del primer viaje interestelar de la humanidad, y, maravillada, sólo atina a decir: “Un poeta. Debieron enviar a un poeta”.

El GTP-3, capaz de escribir cuantas cuartillas le sean requeridas, surge con una paradoja. En el mundo se publica un libro cada medio minuto. Se escribe muchísimo más de lo que se lee. La tecnología y la ciencia están llenas de bien intencionados y, sin embargo, tardaremos en vencer al covid-19 y sus secuelas.

 

Comparte en Redes Sociales

Más de Fernando Islas