Uber, un problema que no fue pasajero

The Guardian posee miles de archivos que abarcan los años de 2013 a 2017 en los que se exhibe la forma en que Uber logró que los vientos soplaran a su favor.

Nada personal, pero de un tiempo a la fecha el servicio de la plataforma Uber en la Ciudad de México hace añorar el que prestaba en un inicio con botellitas de agua, chicles o caramelos, cargadores para el celular, pero, sobre todo por el trato inusualmente amable de los socios conductores, experiencia extraña para la gente que solía tomar taxis o, en su caso, el caótico transporte público de la capital del país.

Sobre esta situación ya han escrito y comentado colegas de éste y otros medios. Con la irrupción de Uber surgieron, entre otros, servicios como Didi. Desde entonces, el usuario elige el de su preferencia. Aunque la competencia nunca ha sido motivo para demeritar la calidad de los servicios prestados, aquélla incide en la manera de ofrecerlos. En ese sentido, da la impresión de que Uber aplicó el muy mexicano “o todos coludos o todos rabones”. Las opciones Premium son otra cosa, aparentemente.

Como sea, muy pronto supimos de las infames condiciones laborales de Uber. Conductores a los que no les llegan las comisiones correspondientes de acuerdo con los viajes realizados o se reflejan días después de lo acordado. Gente con casi 20 horas de servicio por la necesidad de hacerse de ingresos, lo que implica un riesgo para su salud o para el pasajero, incauto ante la situación. Las famosas botellitas de agua, cosa rara hoy en día, las deben proveer los propios choferes cuando bien se pudo generar una suerte de fondo mixto para ese requerimiento particular.

Hace años, el conductor del Uber me preguntó si no me importaba que el automóvil no correspondiera al solicitado. En efecto, se trataba del chofer con la aplicación en uso, pero otro modelo de auto: “Es que me asaltaron y me bajaron del coche, pero Uber no responde por esto”. Tiempo después advertí a un chofer comunicándose vía radio con otros compañeros. Así se monitorean unos a otros, dado que la empresa no se hace responsable ni actúa de manera solidaria ante cualquier eventualidad. En otra ocasión, un Uber tomó una vuelta prohibida, por lo que un oficial de tránsito le marcó el alto: “¡Ah! Eres Uber. Pásale”. ¿Por qué? ¿No es posible sacar “mordida” de los Uber? ¿Tiene Uber una suerte de fuero?

Sucede que Uber y demás empresas de la era de la hiperconexión han aprovechado de magnífica manera los vacíos legales de los países en los que ofrecen sus servicios. Se trata del capitalismo salvaje elevado al cubo. Asimismo, la sospecha de los sobornos reposa sobre la cabeza de funcionarios de aquí y de allá como una pequeña nube gris que anuncia una tormenta.

Un reportaje de hace un par de semanas publicado por el diario británico The Guardian reveló las facilidades que Uber recibió de políticos como Emmanuel Macron y la excomisionada de la Unión Europea Neelie Kroes.

Por ejemplo, cuando los taxistas franceses organizaron protestas contra Uber, Macron le dijo al fundador de la empresa, Travis Kalanick, que reformaría las leyes a modo para que pudiera operar. The Guardian posee miles de archivos que abarcan los años de 2013 a 2017 en los que se exhibe la forma en que Uber logró que los vientos soplaran a su favor. Hay documentos de 2014 que comprueban el conflicto de interés de Kroes, entonces vicepresidenta de la Comisión Europea, que sostuvo conversaciones con Uber para sumarse a su consejo asesor.

La clase gobernante nunca ha sido amiga de la transparencia, pero el grueso de los empresarios tampoco. Uña y carne en relaciones comerciales. Sin embargo, dado los ejemplos anteriormente citados, no estaría de más que las autoridades mexicanas competentes, así como nuestros representantes, le echaran un vistazo a la situación que de momento guardan Uber y plataformas similares, más aún cuando, se supone, son tiempos en los que los privilegios se terminaron, que nada es como era antes.

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