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Juan José Reyes, la cultura total

Fernando Islas

Fernando Islas

En una desgastada caja de cartón conservo ejemplares amarillentos de viejos suplementos, entre los que se encuentran El Semanario Cultural de Novedades y la revista Textual, de El Nacional, dos periódicos determinantes en la vida intelectual mexicana, aunque desaparecidos durante la transición de los milenios.

A ese contenido recurro para consultar referencias inexistentes o incompletas en la red de redes. Menciono este par de publicaciones en particular porque el pasado 28 de diciembre murió quien animó ambas, Juan José Reyes (1955-2020), uno de mis primeros jefes en el periodismo y un buen amigo, por lo que abuso de este espacio para despedirlo mediante estas líneas, cuya necesidad maldigo, en lugar de felicitarlo por dejar atrás un año que no hizo más que posponer nuestros encuentros y largas charlas ante el aroma de las tazas de café y el humo de los cigarros.

Ha pasado un cuarto de siglo y ese tiempo solamente confirma que El Semanario tenía la mejor prosa del diarismo bajo el mando de José de la Colina, su director, y por el celoso cuidado de Juan José Reyes, su jefe de redacción, hombre de pluma versátil cuyos ensayos, elegantes y poderosos, son descubrimiento permanente. En sustanciosos párrafos, con los límites de extensión que exige el periodismo, Reyes trazó una suerte de noveletas de nuestros mayores narradores, poetas, historiadores y filósofos: Fernando del Paso, Rosario Castellanos, Juan García Ponce, Daniel Cosío Villegas, por mencionar únicamente a un puñado. Escribió con una cualidad extraña: redondeaba sus textos, pero éstos asimismo provocan entusiasmo por conocer más de los asuntos ahí abordados, con inteligencia y respeto hacia el lector. Sus aproximaciones a la literatura mexicana dejaron una profunda impronta en las letras nacionales que tiene que ser reunida en al menos un grueso volumen, tarea que se propuso, y pospuso, en los últimos años.

El ojo alerta de Juan José Reyes le permitió incursionar en otros tópicos como el cine, los deportes, la música popular y, desde luego, la política, de los que también dejó magníficos comentarios. En ese sentido, lamentaba la improvisación sin ton ni son entre ciertos columnistas de la prensa. Tenía razón. La gente impreparada entregará puro material burdo.

Juan José Reyes fue un hombre de cultura total. Tuve la fortuna de presenciar sus prolongadas conversaciones con Tomás Pérez Turrent sobre detalles secretos de la filmografía nacional, con Gerardo de la Torre sobre los antiguos ídolos de la Liga Mexicana de Beisbol o con José Luis Cuevas sobre la Generación de la Ruptura… y José Luis Cuevas: “Es que me cuesta mucho trabajo evitar hablar de mí, Pepe”.

Aficionado a los Orioles de Baltimore de las Grandes Ligas y, ¡ay!, al América, tenía como héroe a Jim Palmer. En 1998, en el marco del Mundial de Francia, junto a Ignacio Trejo Fuentes, compiló para la editorial Cal y Arena Hambre de gol. Crónicas y estampas del futbol, en el que convocó a un dream team de escritores y periodistas, época en la que acaso se estableció, ya libre de cualquier indiferencia, la complicidad pública entre las letras y el balón. Un año antes publicó en el sello Clío Cuestión de suerte, una historia de los juegos de azar y de la Lotería Nacional y formó parte de la mesa de redacción inicial de Letras Libres hasta que, en 2004, fundó y dirigió Cultura Urbana, la revista de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). 

La vida y obra del filósofo Emilio Uranga fue una de sus grandes obsesiones, influido, en parte, por su padre, Salvador Reyes Nevares, integrante, como Uranga, del Grupo Hiperión, los académicos de medio siglo formados por José Gaos, por lo que Pepe Reyes creció empapado de conocimiento y buena estrella. Su abuelo, Alfonso Pruneda, me contó Pepe alguna vez, fue rector de la UNAM.

Hacia mediados de la década de los 90 conocí a Juan José Reyes gracias a mi maestro Jorge López Páez, quien me dijo que era la persona indicada para que me platicara sobre María Elvira Bermúdez, la escritora de relatos policiacos y pionera del feminismo en México, de la que pretendía hacer un trabajo. Pepe resultó ser nieto de María Elvira y desde ese primer encuentro surgió una amistad que agradezco y valoraré por siempre.

 

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