El coronelazo

La producción muralista de David Alfaro Siqueiros duraba semanas, meses, pero eso nunca le impidió sumarse, a veces de manera salvaje, a las causas que consideró adecuadas, por lo que acabó preso en numerosas ocasiones.

Por mucho tiempo se creyó que Jackson Pollock inventó aquello de derramar pintura sobre grandes lienzos. La película homónima del año 2000, en la que un extraordinario Ed Harris interpreta al maestro del expresionismo abstracto, sugiere en una de sus escenas que gracias a un accidente el artista obtuvo sus conocidísimos resultados. Al trabajar cualquier día en su caótico estudio, un bote de pintura cayó sobre una tela previamente dispuesta en el piso, lo que ocasionó que el líquido se derramara libremente. La reacción súbita de Pollock fue aventar el material directamente de los botes o con las brochas y los pinceles más grandes para que los colores se plasmaran al azar a través de una cadencia que bien merecía algo de jazz como música de fondo.

Las noticias actuales sobre Pollock son un lugar común al despilfarro. Sus cuadros cuestan fortunas. En 2006, un magnate firmó un cheque para Sotheby’s por 140 millones de dólares a cambio de No. 5, 1948, “una maraña de tonos rojos, amarillos y azules”.

El caso es que Pollock le debe su estilo a David Alfaro Siqueiros. Alguna vez, entre 1935 y 1936, en el Experimental Workshop de Nueva York, el estadunidense atendió las lecciones del muralista mexicano que, como es bien sabido, nada se guardó a la hora de improvisar en la puesta de materiales sobre alguna superficie.

El legado de Siqueiros es tan diverso como extraordinario. Su obra entusiasma. Su vida, mil veces vertiginosa, igual fascina y asquea. Hombre de armas tomar, literalmente, jamás separó sus posibilidades plásticas de las luchas sociales de su época.

En ese sentido, no es coincidencia que el mural El derecho a la cultura, al pie de la rectoría de la UNAM, haya sufrido una nueva intervención, esta vez de parte de estudiantes en protesta por la denuncia de una alumna del CCH Sur que fue atacada sexualmente en las instalaciones del plantel, seguida de una desesperante respuesta de las autoridades universitarias.

Sin embargo, no siempre Siqueiros las tuvo todas consigo con los estudiantes. En sus memorias, publicadas de manera póstuma, dictadas al periodista Julio Scherer en tanto cumplió una condena de casi cuatro años en Lecumberri por “disolución social”, refiere la ocasión en que jóvenes se presentaron oportunamente, azuzados, acusa, por maestros reaccionarios, más cristeros que nacionalistas, cuando trabajaba a la par de otros colegas sobre las paredes de la Escuela Nacional Preparatoria, en San Ildefonso.

“El choque más grave con los estudiantes se produjo de la manera siguiente: empezaron los alumnos de la Preparatoria provocando a quien ya desde entonces era más susceptible a la provocación, o sea, a mí; y su provocación consistió en el uso de cerbatanas para lanzar en contra de la pintura, tanto de la ya ejecutada, como la que estaba en proceso, una interrumpida sucesión de plastas de papel masticado. Y después, frente a mis respuestas de puntería familiar muy directa, alguno de ellos llevó una pistola de pequeño calibre, seguramente de esas que sirven para tirar al blanco, a lo cual yo contesté haciendo un ruido horrendo con mi .44” (Me llamaban el Coronelazo, 1977)

La producción muralista de Siqueiros duraba semanas, meses, pero eso nunca le impidió sumarse, a veces de manera salvaje, a las causas que consideró adecuadas, por lo que acabó preso en numerosas ocasiones.

Desde luego que alterar una obra como la referida de Siqueiros indigna a los defensores del patrimonio nacional, pero el auténtico foco de alarma está en lo que ocurrió en el CCH Sur. En todo caso, resulta insultante vivir en un país tan rico en bienes culturales y tan pobre en seguridad. Supongo que Siqueiros nunca deseó el divorcio del arte y la vida justa, cosa que Jackson Pollock entendió perfectamente.

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