Cristina Pacheco: la curiosidad permanente

Por trabajar para un medio de comunicación pública, Cristina Pacheco coordinó con pasión y humildad esos esfuerzos bajo el cobijo de una entidad como el IPN.

Cristina Pacheco hizo de Aquí nos tocó vivir un clásico de la televisión mexicana. Armada de una curiosidad permanente, la periodista nos reveló todo un mundo, sitios y vidas que pudimos entender gracias a su trabajo. Modos, gestos que mayormente pasaban inadvertidos para los habitantes del exDistrito Federal, hoy CDMX, pero que integran la sólida base de lo que se ha llamado “pirámide social” y, asimismo, dan forma a nuestra cultura.

Durante décadas, a través de la pantalla, en el Canal Once, al ritmo del Mambo del Politécnico, de Dámaso Pérez Prado, doña Cristina, con su inteligente y sensible punto de observación, nos mostró a la gente de las calles y los barrios marginales de una ciudad capital hiperurbanizada que creció sin planeación ni intenciones por conservar el orden, resultado de gobiernos corruptos e incompetentes. A esos lugares donde los políticos ponen un pie cada vez que se avecina alguna temporada electoral —y a veces ni eso—, Cristina Pacheco asistió sin demora desde 1978.

Una apuesta como Aquí nos tocó vivir habría puesto los pelos de punta a los ejecutivos de cualquier televisora, cuyo interés por el rating facilón eclipsa los contenidos de calidad, pero precisamente por trabajar para un medio de comunicación pública, Cristina Pacheco coordinó con pasión y humildad esos esfuerzos bajo el cobijo de una entidad como el Instituto Politécnico Nacional, cuya misión educativa tiene como destacado anexo el Canal Once, precisamente. Así como a estas alturas es imposible imaginar al Reino Unido sin la BBC, también lo es disociar a México con la señal del Once.

Con el paso de los años, la televisora del Poli añadió a su barra un generoso espacio de entrevistas: Conversando con Cristina Pacheco. Si en Aquí nos tocó vivir la cronista dio voz a los ciudadanos de a pie, acá invitó a charlar a una amplia gama de personajes de diversos ámbitos, mujeres y hombres de ciencia, actrices, músicos y escritores, ciudadanos que desde sus respectivas responsabilidades han colaborado para forjar lo que conocemos como el México de hoy, por muy abstracto que eso suene.

Si la memoria no me falla, fue en 1994 o 1995 cuando la casa de Cristina y su esposo, el celebradísimo poeta José Emilio Pacheco, fue asaltada. A propósito de ese incidente, recuerdo un artículo de Fernando Benítez, figura central del periodismo cultural mexicano, condenando el hecho que lastimó a dos de sus discípulos. Cristina fue a 24 Horas, el noticiero de Jacobo Zabludovsky, en Televisa, el más visto del país, a narrar la experiencia, pero al final pidió licencia para manifestar que ellos, los Pacheco, eran afortunados por contar con los medios para exponer su caso, cosa que no sucede con miles de desamparados en nuestro país, a los que de manera sistemática se los deja a su suerte. Así era Cristina Pacheco, una figura de alteridad, siempre dispuesta a prestar auxilio con las armas del periodismo.

Labor semejante realizó en Mar de historias, en la contraportada de La Jornada, su personalísima sección que durante 37 años llegó a los lectores cada domingo, hasta hace un par de semanas, cuando anunció su retiro de la vida pública debido a problemas de salud. Como tenía la impresión de que ese diario jamás falló con ese texto semanal, pregunté en su redacción si alguna ocasión no contaron con esa entrega, ya por vacaciones o lo que fuera. Alberto Aceves, reportero del citado periódico, me dijo: “Lo mismo pregunté. Te voy a responder como me respondieron: ‘Hubo Mar hasta cuando se fue José Emilio”.

Cristina Pacheco se separó de su profesión cuando sus fuerzas se lo impidieron, pero el oleaje de sus relatos nos muestra tal como somos, aquí donde nos tocó vivir.

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