Chucho del Muro, maestro y leyenda

Con la experiencia de tres Copas del Mundo (Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66) más cientos de partidos aquí y allá, Del Muro preparó su retiro al tiempo que encontró su segunda vocación.

En alguna ocasión Jesús del Muro se echó una chilena. Esa espectacular jugada exclusiva no de los grandes delanteros, sino de unos cuantos elegidos, era y es muy rara apreciarla en un defensa, pero fue el caso de Del Muro. Las evidencias de esa chilena son una fotografía de época, a principios de los lejanos años 60 del siglo pasado, y la memoria de Chucho del Muro, fallecido el martes, a los 84 años, uno de los más extraordinarios futbolistas mexicanos de todos los tiempos, según consta en las hemerotecas y en las narraciones orales de los viejos aficionados al futbol.

Ocurrió en un partido con el Atlas. Alguna mala salida del arquero rojinegro facilitó un tiro bombeado de un pícaro atacante rival. El balón siguió su trayectoria hacia el marco, en tanto la fuerza de gravedad actuaba inexorable. Nada qué hacer para cualquier futbolista, pero no para Del Muro, que siguió la ruta aérea del cuero y realizó el cálculo preciso. Todo en cuestión de pocos segundos. La instantánea captó justo el momento en que Chucho del Muro está a punto de rematar de chilena, a centímetros de la línea de gol y la portería, en oposición a ésta. La pincelada levantó a todo mundo de sus asientos en el estadio donde se desarrolló el partido. Un gol siempre será motivo de fiesta y alarido. Evitar una anotación de esa manera también lo fue.

“¡Cómo le hiciste!”, me contó Del Muro que le preguntaron sus compañeros y amigos, que no cabían del asombro. “¿Y cómo le hizo?”, le pregunté unas cuatro décadas después de esa acción, cuando Chucho y su familia me abrieron las puertas de su casa y las de su corazón. “Como defensa hay que tratar de intuir qué va a hacer el delantero, pero en realidad en el futbol no hay que pensar mucho”, me dijo Chucho. “Si yo fuera delantero le haría así y así, pero en ese caso fue el puro instinto. Seguí el balón, y ya. Si fallo, si le pego mal, pues hubiera sido un ridículo de autogol”.

Chucho del Muro tenía una sala repleta de fotografías y reconocimientos a su trayectoria. En blanco y negro sus días como jugador amateur, bien chamaco, casi un niño. A colores sus etapas como entrenador en selecciones menores y visor de Cruz Azul.  

Tapatío de nacimiento, inició en el SUTAJ (el sindicato de camioneros de Jalisco), filial de Chivas, al lado de Chava Reyes, Mellone Gutiérrez y El Tigre Sepúlveda, los tres en un futuro miembros del Campeonísimo. El Atlas, con recursos y uniformes perfumados, impidió que Del Muro integrara esa gran escuadra del Guadalajara, pues no tardó en echarle las redes. En principio, Chucho se negó a irse con el gran rival. Finalmente, llegó a su casa con un fajo de billetes que le entregó a su madre. “¡De dónde te robaste esto!”, le reclamó ella, asustada. “¡Qué te van a pagar por jugar!”, “¡Vamos a regresarlos, antes de que venga la policía!”.

Inició así, con el Atlas, a los 16 años, una admirada carrera en las canchas a la que le siguieron el Irapuato, el Veracruz, Cruz Azul y el Toluca, donde se convirtió en jugador-entrenador, escasa dicotomía en la historia de cualquier deporte. Con la experiencia de tres Copas del Mundo (Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66) más cientos de partidos aquí y allá, Del Muro preparó su retiro al tiempo que encontró su segunda vocación. Más que en un técnico profesional, Chucho se convirtió en un maestro, luz de jóvenes en un trayecto en el que son muchos más los aspirantes que los elegidos.

Su docencia en los campos de entrenamiento se extendió más allá de éstos. A la mayoría de los muchachos les ofreció cobijo y desinteresado consejo. Cuando se supo de su partida, ídolos de diversas generaciones dieron su pésame a la distancia y algunos acudieron al servicio, al que asimismo se sumaron antiguos discípulos a los que nunca les llegó la hora de su debut profesional en el futbol, pero que nunca olvidaron a su maestro.

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