Carla Bley: melodías rebeldes

El padre de Carla Blay, maestro de piano y organista de una iglesia, le enseñó a tocar el instrumento casi al mismo tiempo en que la bebé empezó a caminar.

El transcurrir salvaje de aquellos días impulsó al contrabajista Charlie Haden (1937-2014) a crear la Liberation Music Orchestra, un vigoroso combo de jóvenes músicos. La agrupación contaba, por mencionar solamente a algunos, con el trombonista Roswell Rudd (1935-2017), el baterista Paul Motian (1931-2011), el saxofonista argentino Gato Barbieri (1932-2016), el trompetista Don Cherry (1936-1995), todos con trayectorias atendibles y notables carreras por venir, legendarias presencias melódicas hoy en día. Entre ellos, sin embargo, destacó el liderazgo orquestal de su única integrante mujer, Carla Bley (1938-2023), fallecida esta semana.

Cuando Charlie Haden supo de la Brigada Abraham Lincoln, integrada por más de 300 soldados que fueron a pelear del lado de la República Española, de inmediato estableció una relación sentimental con las canciones que se hicieron en honor a los acontecimientos de esa Guerra Civil. Eventualmente, la conexión se adhirió, de manera natural, a las protestas por la extenuante Guerra de Vietnam y demás conflictos bélicos. Tras años en concebir la Liberation Music Orchestra, cuya arreglista fue Carla Bley, el disco fue grabado entre el 27 y el 29 de abril de 1969, y tuvo la intención, explica Haden, de contribuir para “crear un mundo mejor: un mundo sin guerras ni matanzas, sin pobreza ni explotación. Un mundo en el que los integrantes de todos los gobiernos adviertan la importancia de la vida y se esfuercen en protegerla en lugar de destruirla”.

Sin embargo, a decir de Carla Bley, no todos los integrantes de la banda compartían los puntos de vista políticos de Charlie Haden, quien contactó a la pianista y le dijo, sin más: “Quiero hacer un disco de canciones políticas”. En ese entonces, Bley quería “formar parte de cualquier cosa que fuera importante, emocionante y diferente”, según consigna el periodista Ashley Kahn (The House That Trane Built. The Story of Impulse Records, 2006). A Haden, que conocía a Bley cuando ambos rondaban por los 16 o 17 años, le fascinaron los arreglos de su amiga.

El padre de Carla Bley, maestro de piano y organista de una iglesia, le enseñó a tocar el instrumento casi al mismo tiempo en que la bebé empezó a caminar. Ciertamente su producción y trayectoria la avalan como una artista fuera de serie dentro de la propia tradición del jazz y sus alrededores. Por sus bellas creaciones alguno de sus amigos le puso el mote de Bleythoven. Todo lo que tocó sobre las teclas en blanco y negro, grabados en más de medio centenar de títulos, queda como patrimonio de la humanidad, pero, asimismo, Bley nunca perdió el radar opositor ante gobiernos nefastos. Fue, en ese sentido, una rebelde con causa musical.

En una de sus últimas entrevistas, en abril de 2021, un par de años después de que la intervinieran por un cáncer cerebral, cuyas complicaciones, finalmente, la llevaron a la muerte, señaló: “Me encanta la idea de poner una espina clavada en cualquier parte de Donald Trump. Y se me ocurren algunas partes buenas en las cuales clavarla. Pero siempre dije que no creo que escribir una pieza musical sobre una persona la haría mejor. Ya sabes: ‘Aquí tienes una pieza musical sobre Hitler... tal vez lo haga mejorar’. Simplemente muestra dónde se encuentran tus propios intereses, esperanzas y deseos. Creo que la música es más que nada como predicarle al coro”.

El comentario anterior se refiere a que, en 2017, Trump, el vicepresidente Mike Pence y sus esposas bailaron al ritmo de Beautiful Telephones, una crítica al trumpismo que Bley compuso en el marco de la llegada del patético personaje a la Casa Blanca. Cualquier melodía, por abstracto que parezca, es una lección política.

Las guerras continúan en el mundo, pero la potencia musical de Carla Bley es un manifiesto que nos insta a nunca bajar la guardia.

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