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Puñal de tu memoria

Félix Cortés Camarillo

Félix Cortés Camarillo

Cancionero

La información publicada dice que Harvey Weinstein, durante decenios copropietario de la empresa productora de cine en Hollywood llamada Miramar, se encuentra desde hace semanas en una clínica en la Gran Bretaña especializada en el tratamiento de las adicciones al sexo. Especialmente al sexo que la otra persona no quiere practicar. Se dice, también, que en la misma clínica y por los mismos motivos se encuentra el estupendo actor Kevin Spacey. Harvey Weinstein no regresará, probablemente, a Estados Unidos: una corte en Nueva York está lista para meterlo al bote.

Hasta lo que hoy se sabe del caso Spacey es que hace veinte años, o más, en su habitación comenzó a acariciar sugestivamente a un muchachito aspirante a actor que salió despavorido del lugar, a donde había llegado por su propia voluntad. Nomás. Con el señor Weinstein la cosa es distinta. Primero en el New York Times y luego en un amplio reportaje firmado en la revista New Yorker por el hijo de Mia Farrow, quedó documentado que como poderoso productor cinematográfico el pequeño Harvey —no lo conozco— les pedía a las actrices ansiosas de un papel protagónico que mostraran primero en su cama sus dotes, no precisamente histriónicas. Luego de la publicación de la revista neoyorquina por excelencia, más de cincuenta mujeres del ambiente cinematográfico recuperaron la memoria y denunciaron los acosos sexuales de este hombre. Él ha reconocido haberse comportado impropiamente, pero no acepta haber tenido sexo sin el consentimiento de la otra parte.

El tema no es ése, que ya lo averiguará Vargas. El primer tema es esa repentina recuperación de la memoria de las víctimas de tales acosos. Una mujer de Canadá que fue violada por un sacerdote desde sus diez años de edad y por cuatro, contesta a la pregunta por qué ahora: “Como si hubiera un plazo para el trauma; tengo cuarenta años de edad y la terapia no me preparó para lo que significa tener una hija. Su cumpleaños número diez fue la semana pasada. Hablamos del abuso sexual como si fuera un fenómeno nuevo, como si la gente en posiciones de autoridad no fueran los responsables de él: abogados, jueces, curas, maestros, policías, doctores, ejecutivos. Se trata al abuso sexual como al sobrecalentamiento del planeta. Pensamos que si hacemos como que no existe, va a desaparecer”.

El segundo tema es la legitimidad de las denuncias. Al final de cuentas es una palabra contra la otra, un recuerdo contra una añoranza.

La rara virtud del periodismo es saber reducir a una frase historias enteras. Mi querido diario Milenio publicó ayer lo que reproduzco: “Formaliza Tec de Monterrey separación del maestro Felipe Montes tras recibir denuncias anónimas de acoso sexual de alumnas”. Una novela completita.

No conozco a Felipe Montes ni he leído uno solo de sus libros. No meto la mano al fuego por la conducta sexual, o de la otra, de nadie que no sea yo. Pero no deja de aterrorizarme el hecho de que en cualquier momento, cualquier media docena de personas reclutadas como recolectores de firmas de El Bronco, pueda acusarme a mí o a cualquier otro ser humano, de manera anónima, de cualquier delito o conducta inmoral, inapropiada o ilegal. De latrocinio, extorsión, heridas, amenazas o abuso sexual, estupro o asesinato.

Me preocupa igualmente que el Tec de Monterrey, institución tan respetable, basado solamente en anónimas denuncias haya tomado la decisión de sacar de las aulas a quien ha insistido todo el mes de noviembre en su inocencia de los cargos referidos, aunque haya aceptado haber tenido una relación sentimental con una de sus alumnas de 19 años, que ya no califica para Lolita.

Lo confesemos o no, todos en algún momento de nuestra existencia, especialmente en los primeros años,  fuimos objeto de algún acoso sexual por individuos de un sexo o el otro. Tal vez algunos ni se dieron cuenta, pero todos salimos del trance con una mezcla de astucia y audacia. O casi todos.

Se ha desatado en el mundo, pero por imitación en México con particular entusiasmo, el despertar de la memoria de mujeres que recuerdan ahora que alguien le tocó las tetas o le levantó las enaguas cuando eran adolescentes. Es muy conveniente recordarlo ahora, por los quince minutos de fama que definió Warhol.

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