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Niños: a propósito de Cafarnaúm y las estancias

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

Lo cual me lleva a una reflexión derivada del drama que trata la espléndida película libanesa, Cafarnaúm, que hemos tenido oportunidad de ver en México gracias a su inclusión en las nominaciones para los Oscar. El protagonista de la cinta, un niño de entre once y doce años, vive en medio de la sordidez de una ciudad, un barrio y una familia dentro de los cuales los menores están a la deriva, atenazados entre la pobreza, el abuso, el hacinamiento, el maltrato de los adultos, incluidos los padres por supuesto, y la carencia de una mínima preocupación familiar o de la sociedad, por protegerlos de algún modo.

Huelga decir que el oficio cinematográfico que se aprecia en el filme es de primera. Ambientación, música, fotografía y actuaciones no tienen desperdicio. Como también es de una fineza extraordinaria la manera en que nos presenta el viacrucis de las y los trabajadores ilegales en el país sometidos a una vida en permanente angustia, siempre al filo de la navaja. Pero más allá de eso, hay sin duda varias lecciones que ese magistral personaje principal, el niño Zain, nos puede dejar. Con su comportamiento, que revela una inteligencia emocional y una innata sabiduría, ausentes ambas en los adultos que lo rodean, es capaz de fungir, en condiciones de gran violencia que normalmente no lo propiciarían, como el adulto responsable cuyas intuiciones, decisiones y reacciones resultan justo las correctas dentro de ese mundo caótico y cruel.

  Zain, contra toda lógica, asume el papel de protector de su hermana de once años, a la que los padres, por conveniencia económica, entregan en matrimonio a un lascivo adulto, y también toma la responsabilidad de ser el niño–padre–madre de un bebé de un año que por azares del destino queda abandonado y a su cargo. En el personaje Zain se mezclan siempre de manera alternada, la infinita tristeza, la ira desbordada, el resentimiento, y la siempre contenida desesperación ante su impotencia frente a un destino fatal. Sin embargo, es un luchador que nunca se rinde, aunque se deslice desde el principio de la película su comentario devastador de querer demandar a sus padres por haberlo hecho nacer.

Haciendo uso de la libre asociación, pienso que hay algo en el filme que bien podemos proyectar a nuestra realidad actual mexicana de cara a la polémica sobre el destino de las estancias infantiles. Si en Cafarnaúm hay un momento en que parece brillar una modesta luz de esperanza, es, curiosamente, cuando Zain cae en manos de las instituciones de justicia de su país, acusado de un crimen. Porque es ahí, en ese ámbito, donde radica su única posibilidad de escapar a la condena de seguir viviendo en ese ambiente cerrado y olvidado de la mano de Dios, que es su familia y sus alrededores.

Es ahí donde puede aparecer una abogada sensible, inteligente y compasiva, un trabajador social, o un juez que tenga la inteligencia de comprender que ese niño merece algo mejor que lo que ha tenido. De manera similar, sería de desear que nuestro gobierno cambie su decisión y cobre conciencia de que esas estancias infantiles, ahora a la sombra de la guillotina, son igualmente, y a menudo, una de las pocas oportunidades para que decenas de miles de niños mexicanos puedan acceder a la posibilidad de una vida más digna y un desarrollo más pleno.

 

Especialista en asuntos de Oriente Medio

opinionexcelsior@gimm.com.mx

 

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