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Israel: ¿qué puede cambiar tras las elecciones?

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

Hasta el momento no se puede saber cómo quedará integrado el próximo gobierno que tendrá Israel, porque tras los comicios del martes pasado todavía queda por integrarse la coalición de partidos que tendrá en sus manos la conducción de la nación.

Son 120 bancas las que conforman el Parlamento israelí, de tal manera que se necesita una alianza de mínimo 61 bancas para gobernar. En esta ocasión, los dos partidos punteros han sido el Azul y Blanco (Kajol Labán) encabezado por Benny Gantz y por Yair Lapid, con 33 bancas, y el Likud, comandado por el premier Netanyahu, que obtuvo 31 curules.

Sobre esta base, lo que aparece como la primera opción es la de un acuerdo de ambos partidos para gobernar en conjunto, tal vez con la incorporación de algún otro u otros partidos más pequeños, a fin de establecer un gobierno amplio, denominado de “unidad nacional”.

Pero lo que ya es casi un hecho es que Benjamin Netanyahu, tras diez años consecutivos en el puesto, no podrá permanecer como primer ministro. No sólo es incierto su futuro porque no posee el suficiente respaldo electoral como para imponerse como primer mandatario, sino que además tiene programada para el 2 de octubre próximo la audiencia ante el fiscal general para que se determine si será enjuiciado o no por las acusaciones de corrupción que pesan sobre sus hombros.

De hecho, puede afirmarse que al haberse venido abajo su plan de repetir en el cargo para, entre muchas otras cosas, conseguir de inmediato nueva legislación a fin de obtener el fuero que impida enjuiciarlo, su final político aparece como una posibilidad real. En este contexto, crecen los rumores de que incluso podría haber una revuelta interna dentro del Likud, con el fin de deshacerse de quien ahora le representa al partido más una carga que un beneficio.   

Ahora bien, ¿qué significa un Israel ya sin la figura dominante de Netanyahu y posiblemente con Benny Gantz a la cabeza? En muchos aspectos continuidad y pocas alteraciones, por ejemplo, en lo que se refiere a política económica y al conflicto palestino-israelí. Como es sabido, la mayoría de quienes crearon el partido Azul y Blanco fueron miembros del Likud durante mucho tiempo o colaboraron en algún momento con gobiernos encabezados por Netanyahu.

Ideológicamente comparten muchos principios respecto a temas como territorios ocupados, asentamientos, seguridad y manejo de la economía. Puede afirmarse que su distanciamiento del Likud y la empresa de formar un nuevo partido (Azul y Blanco apenas nació en los primeros meses de este año) derivaron de una inconformidad creciente hacia los desplantes personales de Netanyahu, quien fue cruzando cada vez más líneas rojas en detrimento de los principios democráticos sobre los que ha funcionado Israel.

En su obsesión por seguir comandando al país fue erosionando las instituciones y los pesos y contrapesos connaturales a la democracia, además de que vendió su alma a Donald Trump, con la seguridad de que ese compadrazgo le serviría para sus propósitos personales. Proliferaron cada vez más sus declaraciones altisonantes, sus mentiras, sus discursos incitadores del odio, así como la inyección de un divisionismo, un miedo manejado a conveniencia respecto a presuntos o reales enemigos, y una franca discriminación hacia las minorías.

Todo ello envenenó de manera inédita la convivencia social. Por supuesto, las acusaciones de traición a los intereses del pueblo vertidas contra los medios de comunicación críticos a él, también fueron pan de todos los días.

Así que ante la pregunta de qué puede cambiar en Israel con un gobierno encabezado ya no por Netanyahu, sino tal vez por Gantz, la respuesta sería que muy poco o nada en el tema del conflicto con los palestinos, la relación con el mundo árabe, el manejo de la economía y el funcionamiento de los aparatos de seguridad nacional.

Lo que sí cambiaría es que se abriría la posibilidad de restaurar parte de los daños infligidos por Netanyahu y sus aliados cercanos al tejido social de la nación, recuperando terreno perdido en cuanto a prácticas democráticas. Y también, ya sin Netanyahu al mando, existe la posibilidad de recomponer los nexos con la judería estadunidense, luego de los abundantes desacuerdos y disputas que durante los últimos años caracterizaron la relación entre el mandatario israelí y la mayoría de los judíos norteamericanos, marcadamente inclinados hacia posturas liberales y democráticas.

Dado el rumbo por el que caminaba el país hasta antes de estas elecciones, lo que se perfila a partir del cambio que viene es de celebrarse, no obstante la gravedad de todo lo que aún queda pendiente por resolverse.

 

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