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El covid-19 como instrumento a modo

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

 

En un mundo ideal, el manejo de una pandemia que azotara a la humanidad estaría guiado única y exclusivamente por el objetivo de salvar la mayor cantidad de vidas mientras la ciencia encuentra la manera de contrarrestarla y/o prevenirla. Por desgracia, en nuestro mundo imperfecto, las cosas no han sido así más que en contados y excepcionales ámbitos. Más bien, lo que hemos observado con frecuencia es la utilización de la actual pandemia del covid-19 como un instrumento para el avance de agendas políticas de diverso signo.

En especial los regímenes populistas, como el que rige actualmente en México, han destacado en eso: decisiones en contra de lo que la ciencia aconseja (“el cubrebocas no es tan importante, pruebas sólo para quienes presenten síntomas, etc.”) lo mismo que información nula o distorsionada para maquillar el desastre sanitario y económico cada vez más evidente. El motivo principal de esto radica, sin duda, en la prioridad que se da, por encima de la de salvar vidas humanas, a sacar raja política de la situación y a evitar eventuales daños electorales y pérdida de poder. Los gobiernos de Trump y Bolsonaro comparten, como buenos populistas que son, estas características.

Turquía, regido también por un régimen populista encabezado por el presidente Recep Tayyip Erdogan y el partido AKP, de corte islamista, queda igualmente incluido como un país cuyo manejo de la crisis por la pandemia apunta a la toma de decisiones discrecionales y sesgadas cuando se trata de elegir qué y cuándo prohibir o permitir. Por ejemplo, el 30 de agosto pasado el gobierno canceló las tradicionales celebraciones para marcar el Día de la Victoria, cuando se conmemora la victoria turca sobre Grecia en 1922, la cual dio paso a que un año después Kemal Ataturk proclamara la república turca laica. Las fuerzas de seguridad impidieron con violencia el acercamiento al mausoleo de Ataturk de personas que no fueran parte de los incondicionales de Erdogan, con el pretexto de evitar contagios. En cambio, tan sólo unos días antes, el presidente encabezó una nutrida ceremonia que aludía a un evento histórico conectado con el ascenso del Imperio Otomano. Otro ejemplo fue cómo a pesar de la pandemia se programaron eventos multitudinarios en todo el país para recordar el éxito de Erdogan al suprimir el golpe de Estado de julio de 2016.

No menos escandaloso fue el evento de la inauguración de los rezos en Hagia Sophia, en Estambul, cuando el 24 de julio oficialmente ese edificio bizantino que funcionaba como espléndido museo fue convertido en mezquita y centenares de fieles se abalanzaron en tropel para ingresar, sin que la policía hiciera mucho por detenerlos. Quedaba claro desde entonces que las medidas tomadas por la autoridad con relación a la pandemia se habían convertido en un medio para la discriminación política en favor de la militancia comprometida con la agenda islamista nacional.

El contraste fue muy claro cuando protestas como la de mujeres contra los feminicidios o la del partido opositor prokurdo HDP que intentaron manifestarse enarbolando sus causas, fueron reprimidas. Y también se ha vuelto cada vez más común en los discursos e informes del partido gobernante, AKP, y del presidente Erdogan, la muy conocida retórica populista de “nosotros los buenos y los demás, enemigos o adversarios, contrarios siempre a los verdaderos intereses del pueblo”. De hecho, la pandemia ha sido aprovechada para emitir diversas leyes al vapor, convenientes para brindar más poder a la autoridad bajo el pretexto de que la crisis obliga a actuar rápido. Algo parecido a lo que también hizo el primer ministro húngaro, Viktor Orban, cuando desde el inicio de la pandemia se atribuyó poderes extraordinarios y anuló al legislativo para concentrar él todo el poder.

Aun así, no cabe duda que la dura realidad acabará por imponerse. En el caso turco, cada vez será más complicado encubrir los hechos. Será imposible que la población no resienta que entre abril y junio el PIB haya caído 11% y la inflación registrada en agosto haya sido de 11.7%. Como igual pasará tarde o temprano con Estados Unidos, Brasil y México, cuando el golpe brutal de la realidad no pueda ya ignorarse por más maquillaje y distractores que intenten ocultarla.

 

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