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Egipto: tráfico de plasma por el covid-19

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

El país del Nilo, con sus 97 millones de habitantes, no ha sido uno de los más golpeados por la pandemia mundial en curso. Al día de ayer, con una cifra de contagios de 71,300 y 3,120 fallecidos, ha decidido recibir de nuevo vuelos internacionales para que su importante industria turística, la cual le significa un 5% de su PIB, comience a recuperarse. Así que tras tres meses de parálisis, dieciséis vuelos despegaron del aeropuerto de El Cairo, al tiempo que se abrieron a los visitantes locales las atracciones turísticas más llamativas, como Luxor, Asuán y la necrópolis de Giza, donde se pueden apreciar las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos.

Como se ha visto en múltiples casos, nada asegura que no se registre un rebrote de la epidemia una vez que se está procediendo a la normalización de la vida en Egipto. Pero aun ahora, cuando la tensión ha bajado de nivel, se ha revelado que la situación ha dado lugar a una práctica por demás polémica. Algo que se desató a partir del 5 de junio, cuando el Ministerio de Salud egipcio anunció a los medios la alta tasa de recuperación de pacientes graves hospitalizados por coronavirus tras haber sido recipientes de transfusiones de plasma sanguíneo proveniente de quienes previamente habían superado ya la enfermedad.

De esta manera, la inmunidad conseguida por estos se convirtió en un muy buen tratamiento terapéutico para los nuevos enfermos graves. De ahí que de inmediato se instalaran cinco centros en distintas partes del país para que quienes tuvieran ya catorce días mínimo de haberse recuperado acudieran a donar su plasma en un acto de solidaridad capaz de salvar vidas. Si bien hubo quienes acudieron al llamado, de inmediato surgió el mercado negro de tráfico de plasma, tal como lo narra Alaa Ghannam, alto funcionario del Programa por el Derecho a la Salud, quien explicó que algunos de los recuperados hicieron negocio vendiendo un litro de su sangre hasta por 2,000 dólares.

Ese tipo de transacción está, por supuesto, fuera de la ley. De hecho, en el Parlamento se denunció la práctica, no sólo como ilegal de acuerdo con la legislación civil, sino enfatizando que la Sharía, o ley islámica, también la condena. Uno de los argumentos usados para desautorizar tal tráfico consistió en que si la compraventa de órganos es un grave delito, pedir dinero por plasma constituye un acto equivalente, en la medida en la que se trata de un tejido humano.

Por esos mismos días, una entidad islámica destinada a emitir disposiciones legales de índole religiosa, la Al-Azhar Fatwa Global Center, declaró que un sobreviviente de la pandemia que vende su plasma está tomando ventaja del sufrimiento de otros y al hacerlo está infringiendo normas de la Sharía. Se estableció, por tanto, que a quien lo haga, se le castigará con penas de entre tres y quince años de prisión según lo establece la ley egipcia.

Esta pandemia sigue provocando un buen número de nuevos actos delictivos propios de la situación de emergencia.

Como tantas veces se ha repetido, esta crisis está mostrando lo mejor que existe en el seno de nuestras sociedades, como el gigantesco esfuerzo por parte del personal del sector salud, la movilización de grandes segmentos de la sociedad civil a fin de ayudar a quienes han sido más golpeados y el sacrificio de quienes, en aras de mantener a raya los contagios, se someten a condiciones de vida difíciles de sobrellevar. Pero también está sacando a la luz lo peor, a saber, los abusos de quienes lucran de manera criminal al amparo de las necesidades apremiantes de otros, aprovechándose del sufrimiento ajeno para su beneficio: especuladores y traficantes de equipo médico, de ventiladores, de materiales hospitalarios y terapéuticos, hoy más necesarios que nunca.

Sin descontar, por supuesto, los numerosos casos de irresponsabilidad, ampliamente conocidos por nosotros, de quienes tienen a su cargo la elaboración y manejo de las políticas públicas para contener la epidemia. De aquellos que privilegian sus intereses políticos por encima de las vidas y la salud de sus conciudadanos. El amañado manejo de la información, la proclividad al maquillaje de la situación para no perder cotas de poder e incluso el aprovechamiento de la crisis por parte de gobernantes seducidos por la idea de acrecentar sus atribuciones más allá de lo establecido en el acuerdo democrático que los colocó en el cargo, son algunos más de los estragos que el coronavirus nos está aportando.

 

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