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Crisis alimentaria: alarmantes ejemplos

Esther Shabot

Esther Shabot

Catalejo

De acuerdo con cuatro reconocidas organizaciones internacionales que miden la seguridad alimentaria, en 2021 padecían hambre entre 702 y 828 millones de habitantes de nuestro planeta, es decir, cerca de 9.8% de la población mundial. Las cifras muestran un aumento significativo en comparación con 2020 cuando de por sí la situación se había agravado por efecto de la pandemia. En 2022, el índice mensual de precios de alimentos medido por la ONU alcanzó su máximo récord, tras la invasión rusa a Ucrania, por lo que tal como lo comunicó el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, David Beasley, las hambrunas se multiplicarán de manera verdaderamente trágica.

La región de Oriente Medio brinda ejemplos ilustrativos de cómo se ha deteriorado la seguridad alimentaria en los últimos cuatro meses. En un evento virtual organizado hace una semana por el Instituto por la Paz de EU se señaló que Líbano, Siria y Yemen son los países que presentan el panorama más alarmante, siguiéndoles Egipto, Túnez, Marruecos e Irak. ¿Cómo la guerra en Europa del Este está afectando los suministros alimentarios? La respuesta de economistas participantes en la citada reunión fue en el sentido de que cuando los cereales de Ucrania y Rusia no llegan, las naciones altamente dependientes de éstos tienen que importarlos de otros lugares a un costo mucho más alto. Países pobres, endeudados y con guerras endémicas, que importan la mayor parte de sus alimentos y energéticos, quedan así en situación de vulnerabilidad extrema.

Es claro, por tanto, por qué Líbano, Siria y Yemen son los que están en peores condiciones. El primero ha sido calificado desde hace tiempo como un Estado fallido, donde la hegemonía del Hezbolá, la corrupción rampante de su clase política y empresarial, las disputas interétnicas y la destrucción provocada por la explosión que asoló a Beirut en 2020, han sido artífices de su dramático deterioro que aun antes de la actual crisis alimentaria, había incluido una brutal debacle económica. Hoy los precios de los alimentos son realmente estratosféricos y las centenas de miles de refugiados sirios asentados ahí han visto reducirse a la mitad las raciones brindadas por organizaciones de ayuda humanitaria.

En cuanto a Siria y Yemen, el estado de guerra en el que han vivido durante años, los hace especialmente frágiles en estos momentos. Los precios del trigo, aceite comestible y energéticos están por las nubes y se han convertido en productos de lujo, al elevarse sus precios desmedidamente. Otras naciones de la región han podido defenderse de la actual crisis alimentaria, al haber contado con reservas de granos. Jordania tiene reservas para un periodo de entre 15 y 18 meses, y Argelia las tiene para cuatro, situación que, sin duda, les ayuda a paliar la falta de los suministros de Europa del Este. Irak ha sido en ese contexto, más afortunado debido a su abundante producción petrolera que le ha permitido sortear mejor los desafíos, aun cuando padece de los efectos nocivos de la inflación que golpea al mundo entero.

El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha estimado que más de 50 millones de personas cayeron en pobreza extrema en los primeros tres meses de la guerra de Ucrania, sobreviviendo con un ingreso de 1.9 dólares diarios, mientras otros 20 millones lo hacen con 3.2 dólares. La rapidez del descenso en el nivel de consumo alimentario es alarmante, ya que estamos ante una avalancha de penurias económicas y sociales de un nivel no visto desde hace casi un siglo.

El administrador del PNUD, Achim Steiner, comentó al respecto: “La economía global debe tomar medidas… hay riqueza suficiente en el mundo para manejar la crisis, pero nuestra incapacidad para actuar rápido y al unísono es una limitación”. Tiene razón Steiner, las limitaciones en las cúpulas políticas y financieras para responder racional y eficazmente al drama humano de la subalimentación son enormes. Basta ver lo que ocurre en tantas naciones extremadamente polarizadas bajo el impacto de las fórmulas populistas que las rigen. Ahí las prioridades, por lo general, tienen que ver con aquello que afecta a intereses particulares de corto plazo y no con la coordinación que globalmente se requiere para abordar con seriedad la salud y el bienestar de millones de seres humanos.

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