¿Y la cultura para cuándo?

En los primeros años de la década de 1950, Alfonso Reyes anunció que emprendía, con sus obras, una indagación profunda a la que llamaría “En busca del alma nacional”, partía del principio de que para nuestra cultura resultaba fundamental entender qué significaba ser mexicano. Reyes, entre otras cosas, fue un pionero, inventó la crítica cinematográfica en español, por ejemplo, y, con su búsqueda, lo que pretendía era dar las primeras pinceladas de una política cultural a gran escala.

El domingo, como muchos mexicanos, no pude perderme el segundo debate de los candidatos a la Presidencia de la República, lo cierto es que los chistes no me hicieron gracia y me cuesta mucho trabajo entender, insisto, que esos distinguidos caballeros no puedan dar un sí o un no como respuesta; en esta ocasión estaba interesado, tanto por el formato, algo que de nuevo hay que reconocer en el INE, porque se acerca mucho más a los ciudadanos, como por el llamado a debatir sobre la presencia de México en el mundo.

Tengo para mí que el tema extralimita, con mucho los aspectos comerciales, financieros y delincuenciales, que se trata, en realidad, de buscar una definición de quiénes somos y cómo nos presentamos frente al mundo, en otras palabras, pensé, que ahora sí, el tema de nuestra cultura sería abordado. Pero ya se ve, pasaron de largo y me parece que hay algo ahí que se debe abordar y que ningún candidato debiera despreciar, menos un Presidente de la República, y es el hecho de que nosotros, por nuestra identidad y carácter, nos hacen ser nuestro principal producto de exportación.

Pocos gobiernos hicieron gala de una política exterior de tanta contundencia como el de Lázaro Cárdenas y es que tenía tres secretos: contar con una política exterior que se nutría y, al mismo tiempo, potenciaba el discurso interior, disponía de un servicio exterior disciplinado y leal —algo de lo que por fortuna todavía tenemos— y, por último, un discurso al mundo que se identificaba con el rostro que la vida cultural construía en aquella época, la de un país que se reconstruía, que buscaba mayores cuotas de igualdad, que disponía de una tradición artística y literaria que estaba modernizándose y abriéndose paso, en fin, que se trataba de un país de antiguas tradiciones que estaba haciéndose un lugar en el mundo. Por eso, cada embajada era un centro de irradiación de cultura, no era extraño que los líderes culturales fueran nuestros representantes y que todos los países del mundo pudieran identificarnos, más allá de nuestros intereses, por nuestra identidad.

Después del debate sigo pensando que tenemos un problema de prioridades en nuestra vida política. Resulta que aunque sean elecciones la prioridad no es ganarlas, así como pudiera sonar paradójico, sino que lo importante es que, al menos, de alguno de los candidatos pudiera manifestar su conciencia sobre el lugar que queremos ocupar en este tiempo tan complejo, es decir, no dudo que los tuitazos del vecino determinen muchas coyunturas, sin duda, claro que me fastidia que llamen animales a los migrantes, pero gastar tantas palabras en la forma que enfrentará el futuro presidente a semejantes necedades me parece decir muy poco.

Más bien, cómo es que haremos para que nuestra identidad, eso que los mexicanos somos hoy: plurales, diversos, enraizados en muchas tradiciones, con vocación de país de encuentro, se convierta en nuestro discurso, que la inversión llegue, cierto por la seguridad material y jurídica, pero también porque se sepa que tenemos rumbo, narrativa y vocación. Que nuestros escritores están describiendo el contrapunto de nuestro tiempo, que nuestros pintores y fotógrafos están captando y retratando el mundo desde nuestros ojos.

Pero bueno, la ocasión pasó de largo y esperamos al tercer debate a ver si de casualidad a alguno de los candidatos les viene bien hablar del punto. Así sería interesante saber si algún aspirante a la Presidencia quisiera hacer uso de nuestra flamante Secretaría de Cultura para algo más que tratar de mantener nuestro raquítico sistema de becas, promover artesanías u organizar eventos, miren que quienes ahí trabajan hacen milagros con los pocos recursos de que disponen y no es que estén en el candelero de las prioridades nacionales.

Ninguno de nosotros sabe de dónde sale el discurso de los candidatos, es decir no conocemos la entraña del equipo de asesores que lo construye, no está mal, cada quien tiene derecho a guardarse su as bajo la manga, pero el gobierno de una república no puede hacer como que tiene y no tiene algo que decir, no puede basarse en bromas, motes y ocurrencias, se necesita algo más y es que, si se entiende bien, es ahí, en el centro donde se produce, se difunde y se defiende la cultura, donde están concentrados los elementos que podrían darnos lugar e identidad en el mundo.

Mientras ello ocurre, los cineastas siguen ganando premios, los escritores también, los bailarines igualmente, y existen miles de mexicanos haciendo cultura e identidad a empujones, a bofetones, creando esas expresiones y rasgos de identidad que hasta ahora no vemos que alguien quiera capitalizar.

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