Que grande eres, Almudena
La vida es así, inexplicable, y por más que me ponga a pensar que ha dejado huella en nuestro tiempo, en este continente de la Ñ que vive y se conmueve en dos riveras de un océano,nos falta Almudena, su voz, sus palabras certeras y su lucha constante por la equidad de género, la libertad de expresión, la democracia y, sobre todo, por su pasión irredenta por contar magníficas historias que solían tocarnos el alma.
Discreta, apenas había dado noticia de su cáncer hace unas semanas, se marchó Almudena Grandes; muchos, como yo en este momento, escriben homenajes, se miran perplejos y se preguntan cómo es posible que a sus 61 años, en plena potencia creativa, nos haya dejado; la vida es así, inexplicable, y por más que me ponga a pensar que ha dejado huella en nuestro tiempo, en este continente de la Ñ que vive y se conmueve en dos riveras de un océano, nos falta Almudena, su voz, sus palabras certeras y su lucha constante por la equidad de género, la libertad de expresión, la democracia y, sobre todo, por su pasión irredenta por contar magníficas historias que solían tocarnos el alma.
La Grandes, la grande, irrumpió en la literatura siendo muy joven, sus Edades de Lulú ganó el premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical, apenas había muerto el dictador y aquella joven mujer rompía barreras y tabúes generacionales, daba cuenta de la enorme potencia que su espíritu, alimentado por generaciones de resistentes a la dictadura y alentado por su necesidad de decir, llamó la atención sobre ella, la mujer que, como muchas otras, había sido desoída durante décadas. Es verdad, decía ella hacía poco, que eran las mujeres las que habían perdido durante el alzamiento fascista en España, no sólo porque habían perdido lo ganado en la República —como el derecho al voto—, sino porque en ambos bandos el patriarcado tenía atenazadas las conciencias. Para ella, la libertad pasaba por la capacidad de hablar, de pensar y de actuar, en idénticas condiciones para todos y no esperó reformas ni a que la sociedad estuviera lista, pretexto manido y pobre de quienes se resisten a los cambios, tomó su pluma y creó novelas que dan cuenta de nuestra relación con el tiempo, con los otros y con nosotros mismos.
Nos acostumbramos a su presencia en México, afable y siempre atenta con sus lectores se convirtió en uno más de sus modelos de mujer, el de la escritora libre y sin ataduras, comprometida, pero artista al fin, de la mejor factura, disciplinada e impecable. Era un puente entre ambas orillas de la hispanidad; sí, como su apellido, era una mujer grande, imponente, una especie de sonrisa móvil que impactaba por su personalidad que quedaba siempre detrás de sus libros porque no era mujer de estridencias, sino de trabajo constante. Maestra de mi generación de escritores que aprendimos con ella el arte de contar historias sin mayor pretensión que resucitar la memoria y en ello situarnos en un mundo donde todos cabríamos con algo de buena voluntad, pero, sobre todo, con mucho de voluntad rabiosa, férrea e invencible.
Durante sus últimos años se envolvió en una tarea gigantesca; resucitar el género de la novela histórica al modo de su maestro, nuestro maestro, Benito Pérez Galdós; se empeñó en una obra monumental, los Episodios de una guerra interminable, la historia antes silenciada de la resistencia al franquismo que es, en realidad, la historia de los pueblos de habla española por sobrevivir a las dictaduras, a los golpes de timón, a las ocurrencias políticas de las élites; porque Almudena era mujer de aquella clase media que se ganaba el pan a bofetones, como todos nosotros y que, algo no hacemos todos, veía en ello una épica más gloriosa que las batallas que le contaron en la infancia. Era voz, toda ella era la voz que ahora recuerdo con su ceceo castizo y apretado, con esa tonadilla que hace inconfundible el habla recia y a su modo afectuosa de los madrileños.
Sí, te voy a extrañar, maestra querida, narradora dulce y desafiante; te vamos a echar de menos, en el más puro sentido de la expresión, porque sin ti, maestra querida, la lengua española es menos, tiene un hueco que no habrá de llenarse porque nadie habrá que nos diga cómo diablos vamos a completar ese Atlas de geografía humana que nos enseñaron tus letras.
Buen viaje, narradora; buen viaje, amiga de tus lectores.
