Por mi calaverita
Don Víctor Flores Olea, cuando comenzaba su función como primer presidente de Conaculta, dijo que la memoria es un territorio cambiante, hija de distintas necesidades; la memoria se manifiesta en las tradiciones. Hace cuarenta años la ofrenda de muertos era una ...
Don Víctor Flores Olea, cuando comenzaba su función como primer presidente de Conaculta, dijo que la memoria es un territorio cambiante, hija de distintas necesidades; la memoria se manifiesta en las tradiciones. Hace cuarenta años la ofrenda de muertos era una costumbre de los estados del centro-sur del país, en los entornos urbanos, mientras que en Mixquic, en Pátzcuaro y en Oaxaca eran manifestaciones gigantescas del sincretismo, parte de nuestra identidad cultural. Hoy es una costumbre extendida, muchas familias de todos los orígenes adoptaron la práctica que se transformó y adquirió elementos que antes no tenía.
El Halloween, en las décadas de 1960 y 70, era una práctica incipiente, extraña porque en las calles los niños no pedíamos al son de la misteriosa frase “dulce o truco” que se transformó en “dulce o travesura” y que, a la fecha, todavía no comprendo, porque nosotros, los entonces niños, nos hacíamos una especie de calaca con una caja de zapatos que resguardaba una velita encendida y reclamábamos una cooperación diciendo “me da para mi calaverita”, en alusión a la osamenta de azúcar que decoraría el artesano con nuestro nombre. El Halloween ganó terreno, aunque muchos se negaban a aceptarlo, distintas denominaciones cristianas previenen por su origen pagano y otros la veían como una invasión del espíritu anglosajón e imperialista, el hecho es que la fiesta adquirió carta de naturalización, se diferenció de su original norteamericano y claro, su expansión se debe a que es un festejo fácil que no requiere información ni intención, sólo una máscara y ganas de echar relajo.
Pero la batalla de la memoria y de la tradición se va construyendo no sólo por este lento, lentísimo acumularse hechos y formas; la memoria de los muertos del terremoto de 1985 operó, por ejemplo, como un efecto multiplicador de la ofrenda de muertos y al mismo tiempo como un bálsamo para todos los que habíamos sufrido pérdidas; en otras ocasiones actos deliberados, plenos de significado y razonados por su sentido, también ayudan a la transformación de la memoria y las costumbres.
En 2015 se filmó en la Ciudad de México una película de James Bond que incluía un peculiar desfile de calaveras gigantescas que nada tenían que ver con la tradición de muertos, pero que el cine magnificaba y dotaba de cierta solera tradicional que en realidad no existía, Enrique de la Madrid, entonces secretario de Turismo, comprendió el potencial del hecho y comenzó la organización del desfile que convirtió en una especie de carnaval en el que la Catrina y las calaveras le ganaron la carrera definitiva al Halloween y la transformación, casi alquímica, operó de inmediato, la antiquísima ofrenda de muertos, el día de guardar y la transformación de los panteones se convirtió en una fiesta global, en un apetitoso evento que podía ser compartido con otras culturas y que, alimentada por una tradición muchas veces centenaria, se ofrecía al mundo como una tradición y festejo en el que la mexicanidad adquiría visos de universalidad. En 2017, Disney puso su mirada sobre la fiesta mexicana, relanzó a Pedro Infante, creó un Mictlán de parque temático y puso el formato final a la nueva tradición que, como debe ser, aspiraba a los méritos de la antigüedad, a muchos no nos gustó el estereotipo mexicano ofrecido, pero qué se le va a hacer, a fin de cuentas Coco es primo hermano de Mickey Mouse; el hecho es que el coctel estaba listo para ser servido; la Catrina que hasta entonces había sido como toda la obra de José Guadalupe Posada, un icono revolucionario, mudó de significado para enriquecer el Día de Muertos; el culto fridakahliano, más allá de su calidad pictórica o histórica remató su presencia y la costumbre de pintarse el rostro de calavera, que en mi infancia hubiera sido poco menos que causa para acabar en el siquiátrico, apareció como una costumbre que habíamos practicado desde tiempos inmemoriales.
Hoy, la fiesta es así y qué bueno, pero no es una historia terminada, es el ejemplo vivo de cómo don Víctor tenía razón, ya lo ve el amable lector, ahí tiene el Thanksgiving day, que en México, por más ganas que le pongan algunos es una fiesta que nomás no cuaja.
Para nuestros muertos, de la pandemia y la violencia, nuestro más amoroso recuerdo.
@cesarbc70
clm
