México y el viento del mundo
Hace unos días, la conmemoración de la caída de Tenochtitlan me hizo pensar en los momentos en que la geopolítica había influido de manera más violenta en la historia de nuestro país; de hecho, la idea de México tiene un origen en uno de esos momentos; la expansiónde Occidente, la compleja realidad política mesoamericana y el inédito encuentro de culturas.
Ningún hombre es una isla, decía Hemingway; en estricto sentido, tampoco ningún país lo es; cuando los nazis lograron cortar las comunicaciones con Inglaterra, Churchill informó al Parlamento, “señores, el continente ha quedado incomunicado…", este lugar común nos permite orientar el bote para encontrar puertos para las reflexiones; hace unos días, la conmemoración de la caída de Tenochtitlan me hizo pensar en los momentos en que la geopolítica había influido de manera más violenta en la historia de nuestro país; de hecho, la idea de México tiene un origen en uno de esos momentos; la expansión de Occidente, la compleja realidad política mesoamericana y el inédito encuentro de culturas.
La Independencia, por su parte, también proviene de un complicado movimiento del ajedrez europeo, quisimos liberar a España de Napoleón y resultamos, de pronto, dueños de nuestro destino. Aparecimos de cuerpo entero con la restauración republicana de Juárez y sus liberales; y eso, querido lector, es uno de los sueños utópicos más importantes en los que nos hemos embarcado como pueblo, la idea de una República federal, ciudadana y liberal para la que hacía falta un elemento básico, los ciudadanos; Juárez y sus hombres confiaron en que por la educación y la cultura se podían crear ciudadanos donde había sólo súbditos y, si es verdad que no lograron todo lo propuesto, es cierto también que desde entonces nuestra idea de política y libertad cambiaron para siempre.
El peor enemigo de la evolución es la resistencia al cambio, la comodidad que nos dice que hemos llegado a la meta de la historia, y eso sucede durante el siglo XIX y principios del XX en México, sus reflejos todavía nos llegan cuando pensamos que basta la belleza de las obras arquitectónicas del porfiriato, su extensa red de ferrocarriles y su estallido industrial y se nos olvida la esclavitud de los indígenas o la explotación de los obreros y la Revolución, con todas sus contradicciones, les dio voz por primera vez en nuestra historia; en la delicada situación internacional en los años de la Segunda Guerra Mundial y en la forma en que se desarrolló ese conflicto fue posible que la otra gran utopía del siglo XX mexicano tomara forma y cauce, el cardenismo.
La Segunda Guerra Mundial trajo al mundo otro género, la distopía o la contrautopía, el futuro ya no se veía tan lindo ni la ciencia tan prometedora; la bomba atómica y el desarrollo de las telecomunicaciones fueron convirtiendo al Estado en el Gran Hermano, su sombra fue oprimiendo la conciencia de los ciudadanos y México no estuvo exento. Al ganar la guerra del lado de los aliados compramos, con piezas para ensamblar con instructivo incluido, varios proyectos en los que se nos garantizaba el ingreso al primer mundo, especie de Arcadia feliz en la que no habría problemas ni miserias y nos empeñamos en ellas; a la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética se dijo que el fin de la historia había llegado, que la gran utopía podía ser proclamada, la piedra filosofal de la ciencia política, habíamos alcanzado la madurez de la historia dando muerte a las ideologías, de ahí en adelante todo estaba en las dulces manos del mercado y al cobijo de algo impreciso que llamamos globalización, pero del mismo modo que ocurrió con las inercias de otros tiempos, se nos olvidó que lo primero en globalizarse fue el conflicto y la pobreza, los flujos de trabajadores y sus carencias se internacionalizaron y, al final del día, nos quedamos preguntándonos para dónde caminar sin perder las libertades, pero alcanzando mejores cuotas de justicia.
Y aquí es donde nos vemos, en una economía de guerra sanitaria, sin saber para dónde vamos ni qué ruta tomar, con la tentación de la oruga de Alicia en el País de las Maravillas que nos susurra al oído: “Cuando no sabes a dónde vas, cualquier camino es bueno”.
