Las tramas del terror

Una mañana, un recluso de un penal estatal descubrió el cadáver de un niño en la basura, presentaba una especie de cicatriz quirúrgica que destacaba por la manera grotesca en que había sido realizada, según se fue sabiendo, el niño había sido robado ya muerto y se le había usado para introducir drogas en el establecimiento, el cadáver permaneció incorrupto durante mucho tiempo.

A comienzos de 2022, una serie de ecos captaron la atención del público, no es que antes no hubieran acontecido, sino que su repetición parecía conformar un patrón en el que ciertos elementos que habrían parecido irracionales, destacaban por su orden y su repetición.

Los índices de contagio habían alcanzado cuotas de más de 40,000 casos al día, por lo que una especie de nuevo encierro comenzó a operar de manera oficiosa, los servicios comenzaron a fallar y el estrés del público se acentúo como nunca antes. Una mañana, un recluso de un penal estatal descubrió el cadáver de un niño en la basura, presentaba una especie de cicatriz quirúrgica que destacaba por la manera grotesca en que había sido realizada, según se fue sabiendo, el niño había sido robado ya muerto y se le había usado para introducir drogas en el establecimiento, el cadáver permaneció incorrupto durante mucho tiempo; en Guadalajara, a un hombre secuestrado lo dejaron dentro de una coladera, la alcantarilla fue cerrada con una barra de acero y sellada con un candado; ahí, el sujeto había convivido con un cadáver que había sufrido su misma suerte, aunque estaba en avanzado estado de descomposición no había terminado de consumirse, presa del hambre, la sed y el frío, el secuestrado tomó un hueso largo del cadáver y con él llamó la atención de los transeúntes, uno de los cuales llamó a la policía que se presentó a salvarlo. Los comentaristas hablaban ya del principio de Enríquez, enunciado por una escritora argentina, que decía que hay más personas muertas que todas las vivas en el mundo y que llevan más tiempo muertas que todo el que podamos mantenernos en nuestra circunstancia, por lo tanto, todos en algún momento, pasamos sobre algún muerto o tenemos contacto con alguno. Los cadáveres comenzaron traer un mensaje de sobrevivencia, muertos que salvaban vidas, recuperaban tesoros, reunían familias. Todos los muertos sumados comenzaron a tomar las medidas que los propios vivos ya no podían.

Éste puede ser un principio de novela de terror, tal vez si el amable lector lo desarrolla, lo limpia y lo echa a andar, tendríamos un buen argumento para una miniserie de internet o de televisión; porque hemos hecho de la muerte el lenguaje de nuestro tiempo, porque nos atrae su espectacularidad, pero una no nos asusta, el final de nuestra capacidad de asombro ha llegado.

De un tiempo para acá la literatura de la literatura latinoamericana ha dado voz a estos temores y a estas sombras, porque tenemos que asimilarlos y aprender a vivir con ellos. La literatura no es profecía ni es condena, es retrato del tiempo que pasa y a veces da con las correctas previsiones de la realidad. Veamos los estantes de las librerías, desde Raphael, Volpi, Enríquez, en todo el continente estamos pasando ya del proceso del dolor y la rebeldía, para instalarnos en la resistencia, a ver qué pasa, hasta dónde llegamos y luego, de entre las ruinas, a ver cómo nos acomodamos.

El cuadro de la violencia parece, así, irremediable; sin embargo, los colectivos de familiares de las víctimas, los escritores, los artistas, se mantienen firmes en la visibilización de los hechos; de alguna manera, la pandemia, las redes sociales, la posverdad y todos aquellos cuentos que nos imaginamos al principio del encierro ya están cobrando factura, hace falta criterio y sentido crítico para no ceder ante un mundo que se ha vuelto opresivo a fuerza de irrealidad. En algunos años, cuando tengamos que hacer el recuento de la época, los críticos literarios darán nombre a la época, señalarán similitudes entre países, constantes en las historias y del mismo modo en que la literatura del boom presagió el retorno de las democracias, la literatura contemporánea dirá que los latinoamericanos nos acostumbramos al miedo y al terror que llegamos a pensar que era por completo irreal.

Ese día, cuando ya estemos lejos, tal vez nos preguntaremos por qué no hicimos más para evitarlo, algo tan sencillo como levantar la voz, señalar el contubernio penoso y abúlico en la lucha contra la delincuencia y evitar que todo esto que no es normal, nos lo siga pareciendo.

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