La madre de las ciudades
El granero del mundo, la madre de las ciudades rusas nunca dejó de ser ucraniana ni se asimiló a Rusia, pretextar una relación de confusión histórica para concretar una invasión es tan infantil como mitológico.
Hace mil años que comenzó una historia de encuentros y desencuentros que fueron tejiendo la relación entre Ucrania y Rusia; ejemplo de cómo la política es fuerza mientras la cultura es identidad, ejemplo también de que el poder puede imponerse mediante la política y aun por la fuerza, pero que la lengua, la cultura y la identidad no pueden sepultarse bajo las ruinas que la guerra deja tras de sí.
Kiev, como se diría en ruso o Kbyv, como prefieren los ucranianos, fue la ciudad en donde nació el primer Estado eslavo unificado de la historia, hace mil años; de ahí surgieron todas las Rusias, con los siglos nacería Moscú en la frontera norte; luego vinieron las guerras, las migraciones, las invasiones y unas fronteras tan movibles como las de otros países que alguna vez existieron como Besarabia, Transtiria y Galizia, que entraron y salieron de Polonia, de Rusia, de potencias que ya no existen como el Imperio Mongol o la Unión Soviética, y Ucrania, siguió ahí, católica en su mayoría, de lengua ucraniana sigue produciendo literatura como no ha dejado de hacerlo en mil años. El granero del mundo, la madre de las ciudades rusas nunca dejó de ser ucraniana ni se asimiló a Rusia, pretextar una relación de confusión histórica para concretar una invasión es tan infantil como mitológico.
Alguna vez Hitler dijo al mundo que no tenía pretensiones territoriales, que sólo quería proteger a las poblaciones alemanas asentadas en Polonia, en el Sudentenland y ver hermanadas Austria y Alemania en un sólo espacio vital germánico y bueno, ya sabemos los resultados de quienes se tragaron sus falsas razones. No hay razón histórica para que un Estado se arrogue derechos históricos sobre otro, ya no, hace mucho que es imposible. El devenir histórico de los pueblos conduce a que en cada momento nuevos cortes de caja se realicen y la identidad de la lengua, la cultura, la literatura y la forma en que cada pueblo se ve a sí mismo; el plebiscito realizado para la desincorporación de Ucrania respecto de la Unión Soviética alcanzó en algunos lugares como Kbyv, el 94% y en Crimea, ahora anexionada ya a Rusia, el 52 por ciento. Los pretextos históricos como estos llevan a absurdos convenencieros, pensar que los españoles nos invadieron, a nosotros que hablamos español como lengua franca nacional, que hemos tendido lazos intrincados y complejos para construir nuestra identidad. Las pretensiones de esta naturaleza no pasan, sino de equívocos demagógicos y tristes juegos de palabras.
Hoy todos perdemos, no es que no hayamos vivido otras invasiones antes, a mi generación en infancia nos tocó ver Vietnam y Granada, nos tocaron las arduas jornadas de la disolución soviética, pero hoy, como no habíamos visto antes se presenta el afán invasor en estado puro, por la ambición del gas, los minerales y los granos. Ceder en este punto será tanto como autorizar a que después se reclame Lituania o a que se justifiquen los temores ancestrales de Finlandia.
Es el momento de parar la locura, no lo hicimos en 1914 ni en 1939; los occidentales hemos aprendido el miedo de ser nosotros mismos, nuestra tolerancia nos lleva a las cuerdas contra los intolerantes; nos enfrentamos a los demonios de querer mantener nuestras democracias a costa de ellas mismas, nos empeñamos en desplazar el oficio político por el discurso y estamos siempre al borde de la cornisa porque nos asusta aplicar las leyes que nosotros mismos hemos creado.
Libertad para los pueblos que se definen por su lengua y su cultura, por su identidad y su noción de futuro; es tiempo de un nuevo pacto mundial donde Naciones Unidas, benditos sean sus organismos especializados ACNUR, Unicef, OMS, no aparezcan como el payaso de las bofetadas en un consejo de seguridad que funcionó en los primeros años de la posguerra y que hoy no sea más que la tristeza de no tener dientes ni garras para defender la paz, el único motivo por el que existen.
