Días de guardar

Mi esposa me avisa que ha muerto Felipe Cazals. Reviso los periódicos digitales y es verdad, la pura y llana verdad y en serio, aunque Cazals y López Austin ya en edad avanzada que no provecta, habían cumplido vidas fructíferas y prodigiosas, no nos duele que se vayan en el ciclo natural de la vida, sino que nos dejan mudos en donde más tenemos necesidad de hablar.

Acabo de cerrar la última página del magnífico Gabo y Mercedes: una despedida, que Rodrigo, hijo de don Gabriel, nos escribió a todos los que, como el autor recuerda, no gustaba de decirnos admiradores, sino lectores. Si como Angelina Muñiz-Huberman escribió, “la primera prueba de amor consiste en desnudar la memoria", se cumple a rajatabla el teorema de García Márquez, “escribo para que me quieran" y es que de verdad, todo se enlaza en el tapiz riquísimo al que llamamos Latinoamérica porque, es cierto, queremos tanto al Gabo. Este memorial me puso a pensar en las metáforas de la muerte, en el desgastante, terrible estado de orfandad intelectual que estos meses nos están causando.

Me disponía a escribir sobre la llorada memoria de don Alfredo López Austin, que se ha ido dejándonos una voz que clama a la concordia con nuestro pasado; hace no mucho decía que no había perdón —ni se necesitaba— porque los españoles de hoy no tienen que ver con los del siglo XVI, ni se les puede achacar o culpar de nada, pero que no hay perdón respecto del colonialismo, el genocidio o la exclusión, no del tiempo aquel en que la patria nos fue fundada; sino de las marcas que el capitalismo salvaje, la moda y la globalización dejan sobre los pueblos donde la violencia feminicida es más brutal y el olvido más largo y más profundo.

Ya estaba presto a echar larga la pena y el argumento cuando mi esposa me avisa que ha muerto Felipe Cazals. Reviso los periódicos digitales y es verdad, la pura y llana verdad y en serio, aunque Cazals y López Austin ya en edad avanzada que no provecta, habían cumplido vidas fructíferas y prodigiosas, no nos duele que se vayan en el ciclo natural de la vida, sino que nos dejan mudos en donde más tenemos necesidad de hablar; en la denuncia de nuestros defectos y problemas, en la tolerancia y la inteligencia para atenderlos.

Con Cazals me une una circunstancia personalísima, no es una relación, es una situación que me hizo admirarlo mucho y tenerlo siempre presente. La primera vez que alguien me publicó un artículo sobre cine fue la Gaceta de la Universidad La Salle y la película era Los motivos de Luz, alucinante y devoradora película de Cazals sobre la miseria y la ignorancia que terminan en filicidios. Yo tenía entonces 16 años, aún tenía la piel sin curtir y los ojos llenos de asombro por la escasa cantidad de imágenes que habían recibido. El cine del maestro no hacía concesiones ni se detenía ante lo políticamente correcto. Denunciaba con tino y con brutalidad, a veces con un naturalismo del que Zolá se hubiera enorgullecido; hablaba el lenguaje de los mexicanos para alejarnos del pasquín hollywoodense y de lo que ya entonces amenazaba con volverse el lenguaje llano y aplastante de la globalización.

La ausencia de don Felipe y de don Alfredo nos pegan duro, porque las sucesiones generacionales son siempre difíciles y traumáticas y porque nos enfrentamos a un distanciamiento en muchos sectores de la sociedad y de la política, porque la ignorancia se disfraza de frivolidad y el autoritarismo se envuelve en las rancias banderas de un añejo nacionalismo y mientras que ellos insistieron que lo que nos hace falta es negarnos a la autocomplacencia, que hay que ser comprensivo con el pasado, entenderlo hasta donde mejor podamos para construirnos de manera permanente un futuro más tolerante y abierto para todos. No destruían para construir, tomaban lo mejor y lo peor de nuestra identidad para rehacerla y darle vida y movimiento.

Desde este rincón ínfimo de la realidad que me corresponde, que es sólo una metáfora de los mexicanos que hemos sido tocados por la muerte, pienso en mi padre, que desde que inició la pandemia ha perdido a sus cuatro hermanas, mis tías amables, generosas: Consuelo, Blanca, Cristina y Elia; ellas que hicieron las delicias de mi infancia, que me amaron y me enseñaron a amar la memoria de mis antepasados, el cariño del hogar extendido y la esperanza de que, aun sin su presencia física, siempre estarán para decirme, para decirnos que mañana, mañana siempre será mejor. Buen viaje, don Alfredo, don Felipe; que el viaje sea leve, Consuelo, Blanca, Cristina y Elia; que nos encontremos siempre en la memoria y la esperanza.

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