Desmond Tutu contra la ira

Hay cosas que se olvidan, que pasan lejos de la mirada; dejamos de ver en la historia reciente los hitos de un ayer que bien podrían enseñarnos que Tutu, Makeba y Masekela fueron, al principio, agitadores culturales, que la primera mancha en el impúdico historial de la represión afrikaans fue un pequeño suburbio llamado Sophiatown, donde se cantaba y se bailaba.

Acaba de fallecer Desmond Tutu; se fue en silencio, como muchas cosas enormes que hizo porque ahora hablar con palabras de concordia no está de moda y la polarización es el pan nuestro de cada día; la negación de la violencia ha sido siempre contracorriente, el grupo formado por Nelson Mandela, Desmond Tutu, Miriam Makeba y Hugh Masekela entraron a la eternidad para vivir el lento olvido que les reserva nuestro tiempo.

Es triste despedir al hombre de la enorme sonrisa con una reflexión tan amarga, pero seamos francos; las cosas no han ido bien por casa, por el mundo, no estamos frente a una crisis económica derivada de la gran pandemia, estamos frente a un desajuste económico de grandes dimensiones acelerada y precipitada por la pandemia; no estamos frente a una ola de izquierdistas ocupando lugares en las democracias del continente, ni ante una “internacional populista”, lejos de eso, estamos frente a millones de ciudadanos insatisfechos, hartos de ser explotados y ver cómo cada día los discursos tratan de explicarles que esta vez tampoco se pudo, pero ahí será para la otra; el hartazgo nace de contemplar partidos que se miran pasmados porque ninguno atina a averiguar qué está pasando y por qué nada les resulta. No es sencillo, pero uno de los componentes es que no hay manera en que puedan escuchar y siguen embarcados en algo que suponen democrático y como carece de ideología definida, no tiene forma ni destino.

Hay cosas que se olvidan, que pasan lejos de la mirada, dejamos de ver en la historia reciente los hitos de un ayer que bien podrían enseñarnos algo, que Tutu, como Makeba y Masekela fueron, al principio, agitadores culturales, que la primera mancha en el impúdico historial de la represión afrikaans fue un pequeño suburbio llamado Sophiatown, donde se cantaba y se bailaba, se hacía literatura y se hacía cine y música, un reducto donde los blancos iban a maravillarse con esa cultura que rompía cadenas y que se situaba por encima del odio y del rencor y trataba de construir los lenguajes de la paz y la igualdad en donde todos obtuvieran un poco de satisfacción y de alegría, de igualdad y de serenidad para echar a andar el camino. La era de plomo de la represión racista comenzó con el acto simbólico de la desaparición de Sophiatown, de sus espacios y de sus prensas. Pírrica victoria la del poderoso que aplasta al que ya no tiene qué perder, triste y menguada victoria del que se enseñorea en el uso de sus medios para acallar a los demás, porque va incubando el huevo de la serpiente que algún día habrá de terminar con él.

No se puede recordar a Desmond Tutu, sino en su eterna sonrisa, con esa sonrisa grandota y franca, que alegra nomás de verla; porque aquí nos hemos empeñado en que mientras más ácida y violenta sea la sonrisa, la carcajada más histérica y el chiste más hiriente, sólo así nos queda abrirnos a este remedo de alegría.

Ya lo ve el respetable, hoy no me he levantado optimista; me ha caído la noticia del arzobispo Tutu en medio de marañas confusas de cosas que hacen difícil la reflexión y el entendimiento; de un país donde la sociedad, la clase media o lo que resta de ella, sobre todo, tira para un lado, el gobierno para otro y los partidos restantes para donde pueden; como si no hubiera tiempo para serenarnos. Tutu lo sabía y es algo que no aprendimos y que no aprenderemos jamás. La gente se pregunta quién será el próximo presidente de México, si aquella o aquel consentido de la 4T, si éste o aquel líder opositor; pero pensando en Tutu, el único que podrá arrasar, así con esa temible palabra, en las próximas presidenciales, será la persona que pueda ofrecernos a todos un lugar para descansar la cabeza, una habitación propia y un camino seguro para transitar en paz; parece mucho, no lo es tanto, bastará entonces aquel que se atreva a decir como Desmond Tutu: “Las diferencias no tienen la intención de separar, alienar. Somos diferentes precisamente para darnos cuenta de la necesidad que tenemos el uno del otro”.

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