Bienvenido, Luis
La adopción en México sigue siendo un tema marginal, con todo y que, después de la escalada de violencia en nuestro país, han quedado huérfanosen Michoacán siete mil niños, sólo en ese estado.
Esta semana, si todo marcha conforme a lo planeado, mi querido amigo Luis y su esposa recibirán por fin a su hijo; los hemos acompañado en un largo proceso de adopción que, pandemia de por medio, ha pasado del año. Lo esperaron para Navidad, supusieron que una medida para descargar a las autoridades es que el pequeño pasara la pandemia ya en el hogar, pero, en fin, ya en estos días estará en casa y comenzará la vida que sus padres han soñado para él, bienvenido.
La adopción en México sigue siendo un tema marginal, con todo y que, después de la escalada de violencia en nuestro país, han quedado huérfanos en Michoacán siete mil niños, sólo en ese estado; en Chihuahua, ocho mil quinientos y la cifra se vuelve macabra y espeluznante cuando alcanza, según algunas fuentes, los cincuenta mil en las versiones más conservadoras. Actualmente, en todo México hay aproximadamente 30,000 niños internos en algún tipo de institución; al final de esta década alcanzarán los 50,000. Lo más grave es la enormidad de la zona de penumbra, el uso terrible de aquel “aproximadamente” que nos demuestra que nadie en nuestro país puede decirnos con certeza cuántos niños en situación de alguna modalidad de internamiento hay en México, dónde están y cuáles son sus expectativas de futuro.
Como los niños no son una fuerza política temible y sí son mercancía barata, nadie se ha interesado en unificar los criterios para su adopción; establecer una reglamentación uniforme para casas de cuna, casas hogar, hogares de acogida, albergues y refugios. Ante la perversa inactividad de quienes deberían asumir esa responsabilidad, seguimos operando con los criterios de caridad y piedad, como si se tratara de una “labor social” y no de las mínimas garantías, del derecho de todos los niños de vivir en una familia que cuide de ellos, los alimente y los proteja. Por ejemplo, sólo en tres estados de la Federación la ley ha abolido la adopción revocable.
Mis amigos han logrado superar una regulación absurda que establece un triple proceso —penal, civil y administrativo— para lograr la adopción; soberbia que se manifiesta en la falta de vigilancia y sanción; así, periódicamente nos sacuden atrocidades como el hallazgo de un bebé muerto en el basurero de un penal que, luego del escándalo y de los golpes de pecho, no sucede nada; soberbia, al fin, que se manifiesta en la necedad de no ver y no hacer, después de todo, en una sociedad hipócrita y temerosa de sus fantasmas, resulta electoralmente más redituable que la gente muela a palos a un comentarista del espectáculo por decir lo que no le gusta o un precandidato amenace con ajustar cuentas con sus enemigos el día que sea gobernador.
Segundo, el miedo de los solicitantes de adopción; querer adoptar deviene en un auténtico desafío, siempre sometidos a la amenaza, abierta o velada, de no recibir al hijo que los solicitantes ya han concebido en su mente y en su corazón. El posible adoptante entra en un ámbito de opacidad completa, en el cual teme no obedecer al pie de la letra las instrucciones y, aún peor, teme quejarse o manifestar su desacuerdo respecto de la más mínima futilidad, pues su esperanza está secuestrada en una maraña burocrática en la que carece de cualquier derecho.
Así las cosas, al final del día, qué importa. Bienvenido, pequeño Luis, tus padres lo lograron.
* Escritor. Abogado.
