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¿Pensar en las mamacitas disminuirá el crimen?

Cecilia Soto

Cecilia Soto

En repetidas ocasiones, el presidente López Obrador, ha mostrado compasión con los integrantes de las bandas criminales. La última fue el viernes pasado: “Están mal, así no es la cosa. Yo los llamo a que recapaciten, que piensen en ellos, pero sobre todo que piensen en sus familias, que piensen en sus madres, sus mamacitas”, señaló el Presidente. La equivocación no radica en dirigirse a ellos compasivamente sino en imaginar que no piensan en sus mamacitas. Por el contrario, la imagen de ellas es una de las razones de su pacto con el crimen. No ellas, sino la imagen internalizada de la madre, de la injusticia social ensañada con ellas, del deseo de cumplirles como buenos hijos. Los delincuentes importan todo el bagaje familiar mexicano a sus nuevas actividades: machos,  supersticiosos, pseudo guadalupanos. “Virgencita, ayúdame en ésta y te prometo que te hago una capilla. Hazme el paro”. Siempre con déficit de la figura paterna, trabajan para retribuir a la madre los sacrificios que hizo para sacar adelante a la prole. En la economía del crimen organizado, la ilusión del sicario es poder construirle la casa soñada a su jefa, como la casa espaciosa y aireada de la madre de El Chapo Guzmán. O darle el gusto a la mujer de comprar la ropa de marca. Reivindicarse socialmente.

Pienso en los hombres que el 18 de marzo de 2011, llegaron a bordo de cuarenta y tantos vehículo a Allende, Coahuila y secuestraron a más de 300 habitantes. En un día: mujeres, niños, bebés, jóvenes, adultos, visitas que estuvieron en el lugar equivocado a la hora equivocada. Todos secuestrados, torturados, asesinados, disueltos en ácido. Pienso en los sicarios que mataron por la espalda a los más de 190 migrantes en San Fernando, Tamaulipas: niños, niñas, madres jóvenes, hombres jóvenes. Pienso en quienes incineraron los cuerpos de varios de los estudiantes adolescentes de Ayotzinapa. A los hombres que cerraron las puertas y prendieron fuego al Casino Royal en Monterrey con 52 personas adentro. A los que ametrallaron a 30 en Coatzacoalcos. Y la lista resulta interminable. Pienso en cómo regresaron a sus casas, a ver a sus madrecitas o a la madre de sus hijos: “toma aquí tienes el gasto para la semana”.

Para cambiar la conducta de los criminales, más eficiente que los adjetivos y los llamados morales, es disminuir o desaparecer la oportunidad de cometer delitos. Por ejemplo, que no sea redituable el trasiego de drogas porque éstas se venden y consumen legalmente entre los adultos (Ya lo he dicho: preferiblemente a partir de los 21 años). Como ha sucedido con experimentos en Portugal y Uruguay: cuidadosamente, selectivamente, paulatinamente, evaluando experiencias y resultados. Si no hay mercado ilícito de algunas drogas, mariguana, por ejemplo, no hay territorios ni rutas que defender. Si se siembra legalmente la amapola para producir opiáceos para la industria farmacéutica podría disminuir el flujo de recursos para los cárteles en Guerrero. Si algunas drogas son legales, en alguna de sus fases de distribución, los servicios de salud tendrían más oportunidad de detectar y tratar a los adictos.

Es verdad que la economía del crimen organizado es compleja y no sólo se constituye por el mercado del narcotráfico. Extorsión, robo de autos, trata de personas, secuestro, lavado de dinero, narcomenudeo para atraer a los menores de edad y más. Se cierra un mercado y se desplazan hacia otro. Pero la merma de uno de los principales, el narcotráfico con todos sus derivados, permitiría a las fuerzas de seguridad, disminuir sensiblemente el tamaño de sus objetivos.

Ya hay ejemplos muy exitosos de disminución de delitos con políticas públicas con un foco claro: hace varios años no hay un sólo secuestro ni una sola denuncia de extorsión en Ciudad Juárez. Ahora han aumentado los delitos y homicidios asociados con el narcomenudeo, pero nada comparable a las cifras de 2010. La experiencia de la disminución de robo de autos en Juárez da materia para un manual sobre los pequeños cambios que hicieron posible ese logro. En Ciudad Juárez, ahí donde fracasó el envío del Ejército en 2010, la diferencia la hizo el trabajo conjunto de sociedad civil (empresarios, académicos, expertos), fuerzas de seguridad y los tres niveles de gobierno. La construcción paulatina de confianza hizo posible la coordinación y el trabajo bien enfocado.

Sólo en un contexto así, las mamacitas pueden jugar un papel. Como lo ha escrito la académica Sara Sefchovich en su libro Atrévete, madres y esposas sospechan, intuyen, perciben o simplemente saben que su hijo anda en malos pasos. Contar con ellas podría hacer la diferencia, especialmente en el periodo de una potencial y difícil reinserción social.

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