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Mi historia frente al covid-19

Carolina Gómez Vinales

Carolina Gómez Vinales

 

 

La pandemia por covid-19 lleva prácticamente dos años de haber empezado en nuestro país. Desde principios del año, empecé a documentarme sobre la evolución del virus y trataba en cada una de mis reuniones profesionales de mantener la sana distancia, incluso alerté a mi grupo de compañeras del Parlamento de Mujeres 2020 de que era prudente no saludarnos de beso y lavarnos las manos frecuentemente. En esos días, empecé a evitar los acercamientos con personas desconocidas, a retomar mis notas sobre comunicación de riesgos en salud pública y sobre todo a desempolvar los recuerdos de la pandemia de AH1N1. Eran los primeros días del año 2020.

En la primavera de 2009, México enfrentó una contingencia epidemiológica sin precedentes en la historia reciente del país. Lo que en un principio se entendió como un traslape atípico de la influenza estacional, pronto se identificó como el surgimiento de una nueva cepa del virus A H1N1y los focos de alarma se encendieron igual que en 2020, no sólo en el país, sino en el mundo entero. Por unos cuantos días críticos se clausuró la vida social, se detuvo la actividad económica y las instituciones de salud se vieron obligadas a superar sus propias capacidades. Quienes trabajábamos en el sector salud en 2009, tomamos todas las medidas recomendadas por los organismos internacionales para enfrentar la alerta sanitaria. Y, afortunadamente contamos con el presupuesto que se requería para la compra de insumos sanitarios. Y, lo más importante: existía la vacuna a disposición de todas y todos los mexicanos sin importar su edad, profesión o su domicilio.

Las pandemias son eventos impredecibles, pero recurrentes que pueden tener consecuencias graves para la salud humana y el bienestar económico. La planificación y los preparativos anticipados en nuestro país eran fundamentales a fin de atenuar el impacto de la pandemia por coronavirus. Necesitábamos un manejo profesional de la comunicación y desde luego de la pandemia. La fallida comunicación para orientarnos sobre lo que sí se podía y debía hacer en cada etapa ha sido realmente confuso y desordenado. La comunicación de riesgos es importante en la relación médico-paciente, pues favorece el tratamiento de una enfermedad y su mejoría. Si extrapolamos esto hacia una comunidad, las personas por lo común generan sentimientos de frustración por el riesgo que implica para su salud y también se mandan mensajes equivocados que aceleran el número de contagios, y en los casos más extremos, la muerte de las personas.

Después de casi dos años de la pandemia en curso, me contagié con la variante ómicron. No soy derechohabiente de ninguna institución de salud pública. Tengo un seguro de gastos médicos mayores, afortunadamente. Entonces me surgen las siguientes inquietudes: no fui un caso oficial. Tampoco mi prueba casera de antígenos, y espero que la prueba PCR sí se haya contabilizado e informado por parte del laboratorio privado en donde me la hice. Esta cuarta ola ha sido así con muchas personas de mi círculo cercano. Las vacunas nos han brindado una gran protección para evitar una enfermedad grave por covid-19. No fue un resfriado común ni tampoco un covidcito. Me curé después de casi diez días.

Sigo incrédula de que este gobierno se niegue a vacunar a las personas menores de edad, es decir a los niños entre 5 a 11 años. Particularmente, después de que la primera causa de muerte en nuestro país ha sido covid-19 y así se ha sostenido por año y medio. La salud es un derecho humano. Y esta cuarta ola ha sido implacable con todas las personas que vivimos en México sin importar nuestra edad. Desde aquí seguiré exigiendo ¡vacunas para todos! El gobierno está obligado a preservar la salud pública. Y nosotros a cuidarnos para contar más historias y disfrutar el futuro.

 

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