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La prensa independiente y el mandatario

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

Un colega y amigo argentino, que vivió y trabajó en México en los años 70 y 80, investigador de la educación con un compromiso intelectual con los maestros, leyó mi pieza del miércoles y me hizo la crítica, amistosa, pero crítica al fin. ¡Bienvenida!

Tras observar que mi enfoque censura la política del presidente López Obrador —al reseñar la carta que escribió Gilberto Guevara Niebla donde lo califica de caudillo— mi amigo cuestiona: “pero ¿tú crees que lo de López Obrador es un caudillismo que va más allá del claro verticalismo que existía en los ‘gloriosos’ años del PRI cuando nadie (ni los periodistas) se atrevían a criticar al Presidente de la República?”.

Mi respuesta es sencilla: quizá ese sea el deseo de López Obrador. Mi recelo se basa en las descalificaciones, insultos y diatribas que el Presidente lanza contra la prensa que no lo apoya, la que hace su trabajo. Pero mi colega tiene razón en el reproche que hace a la censura que ejercieron los gobiernos del PRI.

El punto es que, con la alternancia a la democracia electoral, la prensa también conquistó su libertad. Aunque más en las páginas editoriales que en las notas, ya en el gobierno de Zedillo, la crítica se enseñoreaba. Denuncias de corrupción —no del expresidente, que no se le sabe nada— pero sí de sus colaboradores y de los caciques regionales y locales.

Con los gobiernos panistas de Vicente Fox y Felipe Calderón y el regreso del PRI con Peña Nieto, las relaciones de la Presidencia con los periodistas fueron tirantes. Daban a conocer lo que los mandatarios no querían que se conociera, documentaron corruptelas (más en el de Peña Nieto) masacres, conductas frívolas. Igual que como lo hacen hoy.

Los hoy expresidentes se quejaban del mal trato que les daba la prensa, pero no vilipendiaban a sus críticos; aunque usaron represión económica contra ciertos medios para calmar a comunicadores que les irritaban, sin que fuera visible la mano del gobierno, como en el caso de Carmen Aristegui. Aunque la mano sí se vio. Pero López Obrador se lleva las palmas y exige disculpas, también a la prensa extranjera, porque, según él, es neoliberal y miente en sus reportes.

Mi amigo apunta que: “Es necesario discutir los proyectos que encarnan el gobierno (y los intereses y fuerzas colectivas en los que se basa) y la oposición”. Pienso que es a lo que aspiramos los académicos que nos metemos a la plaza pública. Claro, tomamos posiciones, no somos puros; yo lo hago en el campo de la educación. En la prensa y los medios discutimos el proyecto de la Cuarta Transformación y sus efectos devastadores sobre la vida pública. También la pequeñez —por ahora— de las diferentes fuerzas opositoras.

Pienso que López Obrador, con su personalismo, religiosidad —las mañaneras son su ángel de la guarda— e injurias contra quien no esté de acuerdo con él, es el principal promotor de que se califique al mandatario como caudillo, tlatoani, presidente imperial o mesías. Él es el único actor de su gobierno.

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