Un mundo “(in)feliz”...

La aristocracia de Platón y Aristóteles hace referencia, primariamente, al sistema político encabezado por personas de elevada virtud.

El bienestar de la humanidad debe consistir en que cada uno goce el máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la felicidad de los demás.

Aldous Huxley

Leo a Nietzche y siento un nudo en el estómago. Su profundo antinihilismo me lleva a cuestionarme la trágica, decadente y desesperada actitud de la humanidad en estos tiempos.

Para Nietzsche, la fe ciega en la religión es igual de peligrosa y falaz que la fe ciega en la ciencia, simplemente es un cambio de dios, pero igual de engañosa. Es necesario afirmar la vida, no negarla.

El gran filósofo alemán, con gran claridad, argumenta: “La política divide a las personas en dos grupos: los instrumentos y, en segundo lugar, los enemigos”. Estamos siendo testigos de una crisis brutal en la democracia –varios de mis escritos han estado dedicados a esta reflexión–, donde tiranos, mentirosos y demagogos surgen como hongos venenosos en el planeta.

La esencia del pensamiento de Nietzche, de cuestionar la interpretación de las ideas moralistas del mundo, tiene en la actualidad una vigencia escalofriante. De igual manera, alrededor de toda esta intensa deliberación, gira indudablemente la grave interrogante sobre el papel que vienen jugando las oligarquías y las élites en el planeta.

La aristocracia de Platón y Aristóteles hace referencia, primariamente, al sistema político encabezado por personas de elevada virtud, experiencia vivencial, capacidad intelectual y sabiduría. Eso, hasta el día de hoy, se ve sumamente lejano. Han existido esfuerzos, pero estamos distantes de ese porvenir, donde nos gobiernen y dirijan “los más sabios”.

Con sus respetables excepciones, las oligarquías actuales, al igual que la mayoría de los gobiernos, son una perversión de esa idea de “aristocracia aristotélica”. Al ignorar o subestimar la comprensión de la existencia misma son, en gran medida, corresponsables, de la situación actual del planeta.

Leo a Tocqueville y me asalta una jaqueca espantosa. Estamos viviendo en un mundo inmensamente rico y al mismo tiempo, paradójicamente, de gran pobreza espiritual.

Cuando menciona el ilustre historiador francés: “La salud de una sociedad democrática se puede medir por la calidad de las funciones realizadas por los ciudadanos privados”, nos damos cuenta de que estamos siendo, casi todos, estúpidamente indiferentes a lo que nos está pasando.

Leo a Baudelaire... se me inflama el corazón. Los necios, los torpes, los tontos, los soberbios... infiltran en sus venas y alma el peor de los depravaciones. Como dice el “poeta maldito”: “el más irreprochable de los vicios es hacer el mal por necedad”. Nos invita a soñar. “La capacidad de soñar es una habilidad divina y misteriosa”. Y nos empuja a descubrir la soledad.

Porque el “maldito poeta” sabe que, si no tenemos los cojones de enfrentarnos a nuestro propio Satán, a nuestros demonios, no lograremos comprender jamás qué destino se nos ofrece.

Aunque vayamos dando tumbos. Aunque caigamos mil veces... la soledad nos espera paciente: “Quien no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo entre multitud atareada”. Porque ante esa sed insaciable de vanidosa acumulación de riquezas pasajeras, no importará que sea un ángel de Dios o de Satán... la aciaga muerte nos espera, estoicamente.

Leo a Huxley y siento una patada en la espinilla. Expone el filósofo británico con fina elegancia: “Si muchos de nosotros seguimos ignorándonos, es porque el autoconocimiento es doloroso y preferimos el placer de la ilusión”.

¿Dónde nos encontramos parados? O mejor dicho, ¿dónde estamos derribados? ¿en qué trinchera nos hemos escondido? ¿Estamos esperando que una mano invisible venga y nos saque de nuestra esquizofrénica y devastada situación?

Como bien dice Huxley: “El amor ahuyenta al miedo y recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor... también a la inteligencia, la bondad; todo pensamiento de belleza y verdad y sólo queda la desesperación muda. Y, al final, el miedo llega a expulsar del hombre, a la humanidad misma”.

Huxley nos ilumina el sendero en nuestra penumbras existenciales cuando expresa: “Existe al menos un rincón del universo que con toda seguridad puedes mejorar, y eres tú mismo”. “El cambio realmente revolucionario deberá lograrse, no en el mundo externo, sino en el interior de los seres humanos”.

 Un Mundo Feliz, precisamente de Huxley, reseña la utopía e ironía de ese mundo imaginario. ¿O será más bien que el nuestro se le ha quedado corto a la premonitoria novela, donde la artificialidad en la que vivimos... nos está terminando por ahogar?

Tomo prestado el prólogo de esa sugestiva obra como mi conclusión:

“El remordimiento crónico, y en ello están acordes todos los moralistas, es un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y encamina tus esfuerzos a la tarea de comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso debes llevar a cabo una morosa meditación de tus faltas. Revolcarse en el fango, no es la mejor manera de limpiarse”.

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